De todos los monstruos fractales de las teorías del caos, el efecto panadero es mi más temido favorito. El físico James Crutchfield digitalizó una foto de Henri Poincaré, el padre del caos, y la pixeló en una pantalla. Su fórmula de realimentación positiva (iteración) funciona como el panadero cuando amasa: la figura se estira como cuando alargamos una tapa pascualina para que se ajuste al molde, se le vuelve a dar forma de pantalla, y lo que sobraba de un lado se inserta por el otro. Los pixeles de esa imagen (los atómos de esa masa) se mezclan con cada nueva iteración, hasta que se distribuyen tan uniformemente que la imagen desaparece de la vista en un campo gris, como una tevé mal sintonizada. Pero es una falsa turbulencia. Si las repeticiones y estiramientos continúan, llega un momento en que algunos pixeles de la imagen original quedan tan cerca de su primera posición que la imagen reaparece, fantasmalmente, incompleta, facetada. Esto pasa, por ejemplo, en la repetición 48. Y en la 241, la foto se ve otra vez nítidamente. Es medio aterrador; como si tirar los dados tuviera un destino prefijado en el largo plazo.
Hoy un carnicero de Caballito se hizo popular porque Cristina retuiteó algo que le convenía; dijo que tenía el asado a $ 400 y no aumentaba. Y que si los comerciantes mantenían el precio y achicaban su margen de ganancia, vendían más e incluso también ganaban más. La carnicería se llenó. Yo lo escuché hablar en radio. ¿Fue militancia?
Tal vez la política (un universo complejo, deformable) funcione como el efecto panadero. La derecha comienza tímidamente (o no tanto) a manifestarse antipolítica; candidatos estrafalarios apelan a los gritos a la conciencia de los jóvenes para separase de eso que se supone es el mundo contaminado de la viejísima política. La anarquía se asume de derecha. La izquierda o el centro o lo que fuera ven que eso prende y se estiran también, como la masa, y asumen un discurso menos político; se hablan giladas, se comparten emociones personales, se difumina un poco la discusión de fondo sobre el Fondo; en fin, se estiran hasta caber en el molde de las redes sociales, que son lugar más eficaz de captura de conciencias que el afiche o las pintadas. Entonces la política desaparece en turbulencia.
Pero la iteración la hará volver. Porque cuando esa turbulencia gris se asuma como lo político, otros se le opondrán argumentando y serán nuevos. Claro que nuestra vida es demasiado corta como para verificar ambos procesos.