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El enemigo en el pueblo

1-11-2020-Logo Perfil
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Corría en Oslo el año 1883 y se estrenaba Un enemigo del pueblo, la obra de Henrik Ibsen llamada a ser clásica, condenada a volver una y otra vez como calcomanía de la vida real. El atribulado doctor Thomas Stockmann –más que un caballero de principios un hombre de ciencia– descubre que el agua del balneario está contaminada. Una bacteria apesta el mejor recurso económico y pone en riesgo a todos. No obstante, ciudadanos y gobernantes se oponen a que se diga la verdad, más preocupados por la economía que por la salud. Algunos lo hacen de buena fe, esperando que nada suceda, como quien es adicto a la esperanza y a la economía contra toda evidencia. Otros directamente creen –en su mala fe (que es un poco lo mismo que la ignorancia)– que estarán exentos de la desgracia y que morirán los que tengan que morir. Porque unos y otros (los esperanzados y los ​cínicos) son inmunes al pensamiento científico.

El doctor Stockmann presenta batalla a todos los poderes y se lo señala como el traidor, el cuco, la sombra: habrá que desacreditarlo como sea. Cualquier parecido con el AMBA es sólo inquietante. Para empezar, no es la educación –como el balneario noruego– el mejor negocio que parece haber aquí. De hecho, si fuera un negocio, se lo ha descuidado sistemáticamente. No es verdad que a la ciudad le haya importado esta riqueza. Nunca le fue esencial.

El título original es En folkefiende. Sé poco de lenguas escandinavas, pero ante la actitud aglutinante del noruego (como en el alemán) me parece interpretar  que “enemigo del pueblo” es un solo concepto, donde el “del” desaparece, juntando “enemigo” y “pueblo” en una sola masa de sentido informe. 

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La epopeya escolar no podría haberla imaginado Ibsen; quizás sí Beckett o Ionesco. Si bien el pensamiento científico muestra una curva imparable de contagios y aunque en tantas otras ciudades del mundo las escuelas se cerraron temporariamente, los porteños vivimos en grieta: la politización de la desgracia nos ha echado a todos a convivir con argumentos más bien propios del teatro del absurdo. De yapa, volvemos a descubrir los bemoles de una ciudad autónoma que nunca resolvió la dicotomía de ser capital de un estado federalizado en los papeles pero que concentra unitariamente casi todo el poder político, administrativo y económico bajo sus leyes, sus decretos, sus firuletes. Lo cierto es que la batalla de Pavón, ocurrida apenas 22 años del estreno de esta obra, bien podría haber sido explicada por argumentos ibsenianos, ya que no por la razón. Urquiza se retira cuando parece estar ganando la batalla; Mitre y el modelo unitario triunfan y proscriben a todos, menos a Urquiza, curiosamente. La capital de la Confederación se traslada como invitada de Paraná a Buenos Aires y de ahí en más no queda claro a quién ni cómo pertenecerá la ciudad de todos los argentinos. La justicia de la ciudad no tiene autonomía para decidir contra lo que la nación le señale, porque esta ciudad –guardiana de los tesoros de todos y de los suyos propios– no es completamente un estado federal, aunque vote a sus ejecutores.

Ergo, el chat de papis y mamis está en llamas; los argumentos de unos contra los de otros. El tironeo entre jueces impulsa a todos a opinar todos los días. Y es que todos opinamos que sería mejor que no hubiera pandemia pero ésa no parece ser opción. Las pobres escuelas son el eslabón más débil de esta pelea proselitista. No producen nada en lo inmediato; apenas sirven para permitir que los padres y madres salgan a trabajar dos o tres días por semana (salvo en los colegios privados). Las clases empezaron quince días antes y parar quince días hasta que las cifras de contagio bajen y se vacunen más personas es no sólo sensato sino también bastante científico, aunque prime la opinología. 

Me cuentan que hoy alguien desde un auto le gritó “asesino” a un padre que llevaba a su hije a la escuela, a una escuela abierta ilegalmente, o no, no se sabe. La ley es una ilusión, sí, pero su indeterminación arroja al pueblo contra el pueblo, pone al pueblo como enemigo de sí mismo, tal como late en la palabra folkefiende. 

Mi opinión, basada en hechos científicos, es que sería bueno que todos bajáramos un cambio.