Aciertan los dueños de boliches cuando dicen que un cambio en sus horarios de cierre no aliviará el alcoholismo juvenil que ellos mismos contribuyeron a promover. Son comerciantes hábiles que saben de bienes inmuebles, manejo de personal, bebidas y brebajes energizantes. Ninguno de ellos vendería droga minorista y pocos se atreverían al mercado mayorista. Tampoco la combaten: la tarea sucia la hace la Policía, que, en muchos distritos es socia privilegiada del pequeño tráfico. No se podría contar con ellos para prevenir nada que no sea un delito contra su propiedad, ni para emprender una campaña contra los poderosos Quilmes, Gancia, Branca, que operan en su ámbito, ni contra los importadores de ese veneno escocés que venden y que entontece a los poetas amigos de Fabián Casas. Tampoco les interesa enfrentar a los malversadores de música electrotecnoextática y los Dj aturdidores que convocan a un público que se empastilla para sentirse, con mucho ruido y poca luz, lindo y sensible una o dos noches por semana. Cuando leí que el gobernador Scioli se había reunido con estos empresarios para cambiar ideas, lo primero que pensé fue que debía estar esperando de ellos mayor puntualidad y generosidad en el cumplimiento del deber ciudadano de aportar algo para la próxima campaña. ¿De qué otra cosa podrían hablar que de dinero, campañas y electrodomésticos? La idea de adelantar la hora de cierre de los boliches la lanzó Duhalde hace diez años, mucho antes de que su esposa lanzase la sopita balanceada para pobres que tampoco se implementó. Descartados Scioli y Duhalde, tal vez haya que esperar una idea de De Narváez para avanzar sobre el problema del alcohol y la noche juvenil. Plata para comprar ideas o boliches no ha de faltarle al ex colombiano. Ideas: ¿A nadie se le ocurrió la de adelantar la hora de entrada, en lugar de la salida? Fijando como límite de acceso a los boliches las 0.30, o la 1.00 am. Tendrían más clientes masoqueándose mientras les duren las ganas, eliminarían buena parte de los “carretes” y las “juntadas” que es donde comienza la carga de alcohol, y mantendrían a los chicos borrachos debidamente encerrados para evitar que muchos salgan a matar y matarse en sus autos. Por suerte, de ahora en más bastarán dos porritos legales para pasar la noche rebién y, si como ha dicho Zaffaroni, gracias al dictamen de la Corte los precios siguen bajando, sustituir el alcohol y el ruido, que –como digo yo– son más dañinos que los vuelos rituales que ojalá los reemplacen en las veredas y en las plazas.