John M. Keynes (1883-1946) fue un economista británico muy influyente más allá de los claustros académicos en los que se desempeñó. De su libro de 1936, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, se han extraído muchas citas y todavía más derivaciones de política económica. Lord Keynes, como Borges, fue mucho más citado e interpretado que leído. Habiendo escrito su obra más popular bajo la influencia de una economía en recesión luego del crack de 1929, varios pasajes fueron música para los oídos de los que pugnaban por una política expansiva, intervencionista y aislacionista. Cuando llegó para quedarse en la región y en especial en la Argentina, se entendió como una fuente de inspiración para cualquier intento de política económica exitosa.
Hacer agujeros para taparlos de noche fue la validación de la obra pública como estímulo de la demanda agregada sin preocupación por criterios de eficiencia y menos aún de coordinación con el resto de las variables. Considerar el ahorro como un elemento que podría hasta ser nocivo en un contexto recesivo como respaldo para alentar el consumo como movilizador de la demanda fue otro precepto tomado al pie de la letra, sin importar que era la contraparte macroeconómica de la inversión y esta del crecimiento. Y al afirmar que en el largo plazo “estaremos todos muertos”, se privilegiaban las soluciones de fuerte impacto inmediato, olvidándose de lo que podrían desencadenar más adelante. Así, la historia económica argentina del último medio siglo es un buen ejemplo de la aplicación literal de preceptos sin entender el marco en el que se desarrollaron y, menos aún, en el que se aplican.
Kicillof está en la palestra como candidato justo cuando una jueza de EE.UU. falló por su decisión sobre YPF
“Génesis y estructura de la teoría general de Lord Keynes”, publicada por la Universidad de Buenos Aires en 2005 es el título de la tesis doctoral en Economía del actual gobernador de Buenos Aires, Axel Kickillof. Lo que se dice, un experto en el pensamiento y la teoría del economista británico. Pero la casualidad (o no) señaló que su nombre esté en la palestra como eventual candidato justo cuando una jueza de Nueva York emitió un fallo que obligará al Estado nacional a compensar a los accionistas minoritarios que no fueron expropiados en su participación en YPF por no acatar el procedimiento establecido por la empresa, que, vale recordar, cotiza en los mercados locales e internacionales y por eso se rige por la ley de sociedades comerciales.
Cuando el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se propuso expropiar la parte de Repsol y no el resto de las tenencias accionarias sin dar mayor explicación, sometió esa medida a la consideración legislativa (una expropiación debe ser sobre una ley ad hoc) que fue votada por el oficialismo e incluso por buena parte de la oposición que hoy prefieren olvidar ese mal paso. Una visión en blanco y negro que no se condecía con lo que en realidad ocurría. Todavía nadie puede explicar qué pretendían hacer o cuál era el objetivo buscado. Quizás no se lo explicitó en su momento porque lo que no se mide no se puede controlar. Tanto que el mejor negocio que realizó Repsol por aquellos años fue justamente haber salido de un mercado que, como reconoció su CEO en ese momento, solo era apto para “expertos en mercados regulados”.
Ayer el hoy gobernador criticó la decisión del tribunal que favoreció a los fondos buitre contra Argentina
La mala noticia para la Tesorería llegó justo cuando se intenta obtener algún oxígeno en forma de verdes billetes para sacar el nivel de reservas internacionales del subsuelo. Y mientras se espera la generosidad de parte del FMI, la receta a mano es la de la zanahoria del dólar agro (con el soja III incluido), más cepo e implorar por más lluvias que no agraven la gravísima crisis del sector exportador. Pero también con la divulgación de la cifra del nivel de pobreza, que con 39,2% de las personas por debajo del nivel mínimo de ingresos que podría ser aún mayor en la medición de este semestre por impacto de la inflación y en especial del aumento del precio de los alimentos.
Un círculo vicioso de desaliento a invertir y producir más, una subvaloración del equilibrio fiscal y monetario como necesario para construir los fundamentos de una economía sólida. En síntesis, olvidarse del efecto en el largo plazo de las decisiones del presente, que gracias a las lecciones aprendidas y la dinámica de la inflación eterna, parece haber llegado antes de tiempo.