COLUMNISTAS
el peor escenario

El peronismo desafortunado

Un peronismo gobernando sin liderazgo claro es incapaz de ordenar la diversidad sociológica y política que lo caracteriza.

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La verdadera macridemia, Mauricio Macri. | Pablo Temes

Más allá del bochorno de la campaña que concluye, pueden distinguirse ciertos rasgos excepcionales de la realidad que probablemente sean interesantes para los historiadores de las próximas décadas. Por cierto, el covid se destacará por su extraordinaria novedad y la fuerza irresistible que posee para condicionar la vida social y política, algo que los contemporáneos no logramos calibrar aún. Tal vez, quién sabe, la pandemia represente un antes y un después para las democracias, si ellas no son capaces de atenuar sus terribles consecuencias y recrear la capacidad de representación, ya muy dañada antes de la tragedia sanitaria.

Fin de la suerte. Si el virus constituye la absoluta primicia, puede sostenerse que fue además uno de los factores que contribuyeron a otra gran novedad: un peronismo desafortunado, sin la bonanza que lo impulsó en otras etapas de la historia. Mirando hacia atrás, aparecen con nitidez sus momentos estelares: la segunda mitad de la década del 40, la primera de la del 90, y de 2003 a 2011. En esas ocasiones fue capaz de reunir tres fortalezas: economía favorable, liderazgo sólido y consideración popular. Antes de la pandemia, el peronismo apenas disimulaba la pérdida de estos atributos, que la peste no hizo más que acentuar.

Lo cierto y palpable es que, llegado al gobierno, fue abandonado por la suerte que lo acompañó durante décadas. En términos clásicos, solo le queda apelar ahora a la lucidez, un músculo poco entrenado cuando se ha tenido buena fortuna. El talento de Perón, Menem y los Kirchner tuvo un presupuesto: la fase expansiva del ciclo económico debida al viento de cola internacional. Fundamentos materiales contingentes, pero políticamente rentables. Quizás a Cristina Kirchner, como le sucedió al último Perón, le toca enfrentar ahora, con un liderazgo menguado, un escenario de escasez que requiere de ella virtudes improbables.

Adversidad económica. El peronismo gobernante atraviesa un episodio severo de la crisis secular de la economía, que experimentó por primera vez en 1952, le explotó en las manos en 1975, logró sortearla en 1990 y en 2021 muestra una evolución dramática: recesión por tercer año consecutivo, caída del valor del salario desde hace más de un lustro, aumento constante de la inflación, la pobreza, el endeudamiento y la desinversión. Aunque la liquidación de divisas por exportaciones es un récord absoluto y el precio de las materias primas atraviesa una fase favorable, pocos creen que en estas circunstancias el sector agropecuario podrá revertir la crisis, como sucedió a principios de siglo.

Un informe de la BBC previo a la pandemia, publicado cuando Alberto Fernández asumió la presidencia, expone de manera elemental el problema insuperable de la Argentina: la falta de divisas o, en términos técnicos, la “restricción externa”. Como es norma, el medio inglés consultó a economistas de distintas ideologías, lo que acrecienta el valor del reporte. Así, un columnista de Página/12 reconoció que “no hay dólares para todos, en todo momento y en la cantidad que se quiera”, mientras que el Cippec –del otro lado del espectro– reveló que de las 16 últimas recesiones económicas que sufrió el país desde finales de la Segunda Guerra, 15 se debieron a que se quedó sin dólares.

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El ciclo económico argentino –informa con sencillez la BBC al mundo– se inicia con un incremento de la producción industrial que requiere importaciones crecientes, hasta que se desequilibra la balanza comercial, lo que genera falta de dólares, devaluación del peso, inflación y caída del salario, condiciones para ascender otra vez, como Sísifo. La escasez de divisas se agrava porque sin moneda los argentinos se refugian en el dólar, sacándolo del sistema. No alcanza con el endeudamiento y los cepos para remediarlo. El triste (y desesperado) final de Cristina y Macri consistió en taponar la fuga, luego de repetir una vez más la historia. Qué ironía, populistas y republicanos abocados al mismo e inútil torniquete. Es que, sin revertir sus problemas estructurales, la Argentina naufraga, la gobiernen unos u otros. El peronismo desafortunado lo está experimentando en carne propia, ahora sin atenuantes.

Crisis de liderazgo. En los momentos de apogeo, la jefatura peronista fue indiscutible. Se trata de un activo clave, porque una de las invariantes del movimiento, entendido como fenómeno discursivo, es la presencia de un líder enunciador, cuya palabra equivale a la verdad y establece en cada coyuntura cómo funcionará la oposición entre “ellos y nosotros”. El largo ocaso de Cristina, que debió instaurar el cepo después de su triunfo más resonante, fue habilitando otras voces, hasta llegar a la de Alberto Fernández, que está destruyendo el dispositivo enunciador de los grandes liderazgos peronistas. Una mala praxis quizás imperdonable.

Un peronismo gobernando sin liderazgo nítido contradice su esencia. Se torna incapaz de ordenar la diversidad sociológica y política que lo caracteriza. El delicado equilibrio de intereses entre las corporaciones, los gobiernos provinciales y municipales, los movimientos sociales y las parcialidades partidarias requiere una palabra irrefutable que ya nadie posee. No alcanza con una pax de ocasión. Economía desquiciada y liderazgo ausente: el peor escenario, que podría disimular, pero no resolver, un eventual triunfo electoral.

Falta de amor. Como toda construcción populista, el peronismo requiere, según Ernesto Laclau, un componente fundamental: el afecto. Ese es el cemento que une entre sí a los integrantes del pueblo y a todos ellos con el líder. Con apenas un tercio de fieles no alcanza para que el amor triunfe. Y cabe una sospecha, que agrava el cuadro: a medida que la jefa se muestra impotente para monopolizar el poder, sus seguidores más fanáticos, como la profesora de La Matanza, apuestan a la violencia simbólica para compensarlo. Ella parece darle la razón al veredicto de Raskolnikov sobre los burgueses: aman como si odiasen.

Al peronismo en desgracia debe sumársele el macrismo, cuyo gobierno fracasó. Ninguno de los dos pudo con los déficits estructurales y el subibaja del ciclo económico, que los alzó y los dejo caer sin piedad. Como lo hará con los que vengan, si no cambian las condiciones. Por eso, la crisis de liderazgo del gobierno se refleja como un espejo en la oposición. Ese paradójico destino especular acaso les permita, a unos y a otros, asimilar la lección de Maquiavelo: la virtud es lo único que puede acotar los caprichos de la fortuna.

*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.