COLUMNISTAS
Hacia las elecciones

El voto desesperado

Dicen que a CFK la desesperan los desesperados: teme que su apoyo se le escape de las manos.

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Silencio... (pandemia), Cristina Fernández. | Pablo Temes

Hace unos días Sergio Suppo escribió en La Nación una sugerente columna, titulada “El imprevisible voto de los desesperados”. Indaga la conducta de un segmento cuyas preferencias fueron mutando –de Cristina a Macri y otra vez a Cristina– y que ahora estaría desilusionado e indeciso. Son los desesperados, quienes “habiéndose valido toda la vida por sí mismos terminaron de perder lo que tenían en los últimos años”, y luego de meses de pandemia están acorralados, según la precisa descripción del periodista. Esta columna intentará retomar el argumento. Para ello, debe describirse esa franja de población, según sus rasgos socioeconómicos, sus opiniones y su eventual voto. Partimos de una conjetura, que está implícita en el análisis de Suppo: estos electores no pertenecen al caudal seguro de ninguna de las dos coaliciones, empezando por la oficialista, a la que por perfil socioeconómico deberían votar. La interesante hipótesis del periodista es que elegirán al que perdonen, no al que los ilusione, porque ese sentimiento ya lo perdieron.

Un atributo para identificar a este sector es la convicción de no estar representado por ninguna fuerza política. Históricamente votó al peronismo, pero esa fidelidad fue decayendo con el paso del tiempo. Un hombre de más de 55 años testimoniaba, durante la campaña de 2019, esa particular sensación de orfandad, al describir de este modo el padecimiento de su estrato: “Sabe qué pasa, para nosotros siempre es igual, siempre nos dejan de lado, ahora Macri nos roba por arriba y antes Cristina nos robaba por abajo”.

Este testigo no hablaba de corrupción, sino de representación. Para él, Macri representa a las clases superiores, a los que tienen garantías y oportunidades, ingresos asegurados y opciones ciertas. En definitiva, a los de arriba. Ese sentimiento de exclusión se completa con Cristina, que “roba por abajo” porque distribuye planes sociales que a ellos no los alcanzan. Los no representados dependen de minúsculos comercios que se desmoronan, de changas que desaparecen, de trabajos precarios que se pierden, de la inseguridad que los acecha y de la discriminación que los segrega. Viven en el cul de sac del sistema.

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El sociólogo Javier Auyero observó que uno de los rasgos de los sectores vulnerables es la espera: “Esperan en los hospitales, esperan en las salas de los ministerios, en las municipalidades, esperan por un trámite, por un subsidio, por un techo, por un pavimento, por un alumbrado público, por un lugar en una lista, por un título de propiedad, por una relocalización, por un desalojo”. Esperan, y desesperan, por una equidad inalcanzable. El último informe del Indec lo expone: el 10% de los de arriba acapara casi un tercio de los ingresos familiares per cápita, mientras el 30% de abajo recibe menos del 9%.

Nuevas pruebas de la angustia social surgen del Barómetro de la UCA, que muestra el incremento del “malestar psicológico” en los sectores empobrecidos. Lo define como “un déficit en los recursos emocionales y cognitivos de las personas, carencia que afecta las capacidades para responder a las demandas ordinarias de la vida cotidiana, desenvolverse socialmente y tener relaciones satisfactorias con los otros”. Los resultados son reveladores: casi el 30% de los que pasaron de estar ocupados a desocupados entre 2019 y 2020 se encuentra en esa condición.

De campaña sucia a campaña suicida

Economía personal. Los datos recopilados por los sondeos de opinión ayudan a completar el retrato de los que llamamos desesperados. Para identificarlos, utilizaremos la autoevaluación de la situación económica personal, un indicador de las dificultades materiales de las familias. Según el relevamiento mensual de Poliarquía, el 26% de la población argentina consideró negativa su situación económica en mayo, lo que configura el segundo valor más alto de los últimos 15 años, solo superado por el 27% de abril de 2018, cuando ocurrió la crisis de financiamiento y la intervención del FMI.
El perfil de los que evalúan negativamente su economía es claro: predominan entre ellos los menores de 50, los residentes suburbanos, los desocupados y subocupados, los que no llegaron a la universidad y no poseen cobertura de salud. Las palabras con que describen su ánimo resultan reveladoras: “desesperanza” e “incertidumbre” son las más mencionadas. No puede sorprender entonces la enorme apatía que los caracteriza: a dos de cada tres la política le interesa poco o nada. La democracia se lleva mal con el horror económico, aunque aquí no haya (todavía) Bolsonaros o Trumps en el horizonte.
Sin duda, la pandemia agravó los problemas de este grupo, que venía desplomándose desde hace al menos un lustro. Tuvieron un año aún más fatal que otras fracciones de la sociedad: mientras que el 53% del total manifiesta que su situación económica empeoró en los últimos doce meses, entre los desesperados ese valor alcanzó al 73% en mayo. Tampoco son optimistas: el 49% estima que sus condiciones empeorarán el próximo año, 20 puntos más que el promedio. Huérfanos al fin, no creen que alguien pueda sacarlos de la desocupación y la subocupación, los principales problemas que los afligen.

La politología demuestra que los más castigados por las crisis cuestionan indefectiblemente a los gobiernos. Le sucedió a Macri en 2019 y le sucede ahora a los Fernández. El 54% de los empobrecidos reprueba la gestión presidencial, el 60% tiene mala imagen del Gobierno y el 55%, de la vicepresidenta. Esto se traduce en una temprana intención de voto: en mayo el 46% dijo que votará a la oposición y apenas el 31%, al oficialismo. Es un panorama desolador para el Gobierno, que pone en duda que los nuevos pobres y la clase media baja suburbana le pertenezcan.

Sin embargo, eso no significa que el oficialismo esté perdido. Falta el dinero que se inyectará en la economía durante la campaña y algo completamente novedoso e incierto: el desenlace de la pandemia. Es significativo que cuando se indaga por qué razón el país está mal, el 40% de este segmento lo atribuye al coronavirus y el 12%, a la herencia de Macri. 

Es decir, más de la mitad releva al Gobierno de responsabilidad y acaso lo disculpe al votar. Una de las hipótesis que inspiran esta columna es que esos argentinos, antes que ilusionarse con los candidatos, los perdonarán para votarlos. Una variante de taparse la nariz.

Dicen que a Cristina la desesperan los desesperados. Teme que se le escapen de las manos. 

La desgracia es ensordecedora; los aplausos, esquivos. Pero el juego está abierto, porque todavía falta resolver dos enigmas: si la peste remitirá y cómo se repartirá la culpa de tanto sufrimiento.