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razones de un hartazgo

Monedas en el aire

La lucha por el poder económico y político cada vez es menos capaz de aliviar las carencias de la gente.

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Marxdemia. | pablo temes

Conviene al análisis político no prescindir de dos herramientas para interpretar la realidad. Una, inspirada en la lingüística, distingue los planos sincrónico y diacrónico. Es decir, los acontecimientos que configuran el presente de la sucesión de estos en el tiempo. La otra, sobre la que advertía a los historiadores Alexis de Tocqueville, es la que calibra el peso que poseen los hechos generales y particulares para dilucidar los fenómenos del pasado. No puede explicárselos, sostenía el pensador francés, solo en base a unos u otros, sino combinándolos. 

Esta columna intentará usar esos instrumentos, bajo un supuesto: la salida intelectual del laberinto argentino –la expresión es de Roberto Cortés Conde– dependerá de una lectura que incorpore tres planos: el condicionamiento histórico, la constelación de los hechos contemporáneos y los rasgos que nos diferencian y equiparan respecto de la región y el mundo. Como afirma el historiador Gabriel Di Meglio, no podemos analizar lo que le sucede al país solo en clave argentina. Replegados en el ombligo y absorbidos por la coyuntura, suelen olvidarse estas distinciones y recaudos.

Entrando en la tercera década del siglo XXI, el país muestra claroscuros impresionantes, que caracterizan su particular sincronía. Del lado de la claridad, se destaca el afianzamiento de la democracia que, aun bajo distintas interpretaciones, erradicó la tragedia de la escena pública, asegurando las libertades básicas y la alternancia en el gobierno. Junto a eso, y a pesar de los déficits de representación, las demandas sociales están contenidas dentro del sistema, que exhibe, hasta ahora, recursos para impedir aventuras autorita-rias de izquierda o derecha.

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El lado oscuro es demoledor: índices altísimos de pobreza e inflación, estancamiento, bajo nivel de inversión, quiebre de la economía privada, enorme deuda pública, diferencias ideológicas irreconci-liables entre sectores y partidos, desconfianza en las instituciones y los dirigentes, degradación social, incertidumbre y angustia. A lo que se suma la pandemia, un fenómeno universal que ha castigado más a países con graves problemas preexistentes como la Argentina. En este cruel inventario, la economía y la política ocupan un lugar singular. Desde el origen se grabaron en ellas los caracteres del drama que padeceríamos.

Nuestro perfil productivo original fue típico: basado en materias primas y muy dependiente del comercio internacional, dentro de un férreo esquema de división del trabajo. El capitalismo nos hizo así, junto con la región, dejándonos librados a un subibaja sobre el que reflexionaba Marx: “Cómo llega a suceder que el comercio, que no es más que el intercambio de productos entre individuos y países, gobierne el mundo entero, una relación que, como el antiguo destino, pende sobre la Tierra y con mano invisible erige reinos y los vuelve ruinas, hace surgir pueblos y los hace desaparecer”.

El voto desesperado

El estupor de Marx, su visión del tenaz destino de países que se construyen o destruyen al compás del comercio, se liga a una impotencia estructural: las exportaciones, poco diversificadas, nunca son suficientes para sostener el desa-rrollo. Cuando éste se inicia, impulsado por circunstancias favorables, las importaciones que requiere desequilibran fatalmente las cuentas, conduciendo a una crisis de financiamiento que frustra cualquier despegue. Entonces, el endeudamiento externo o la emisión monetaria se convierten en los sucedáneos de las divisas que no pueden obtenerse comerciando.

La falta de divisas es a la economía, lo que la ausencia de consenso es a la política: déficits constitutivos que parecen insuperables. El desacuerdo viene de lejos: en el apogeo del positivismo, Joaquín V. González hizo el balance político del siglo XIX poniéndolo bajo una ley general: la discordia. Las gue-rras civiles se sublimaron con el tiempo, pero sus participantes cambiaron de nombre y de armas sin desistir del desprecio por el otro y de la actitud beligerante en torno a los mitos del pueblo y la república. En esa disputa, los argumentos fueron reemplazados por preconceptos y la estimación por agravios.

Llegados al presente, ante la constelación de fenómenos que nos apremian, constatamos el lastre desesperante de riñas ideológicas e insuficiencias económicas irresueltas. No obstante, notorios intelectuales, políticos y periodistas repiten los mismos prejuicios, refritos de un relato antiguo en que se sienten confortables y satisfechos. Acaso justificados por la actualidad mundial del debate entre populismo y república, pretenden hacer pasar como novedosas viejas muecas, que sus seguidores aplauden y la mayoría de la sociedad rechaza.

 En este clima de época, ¿tienen algo que ver el dólar a 185 pesos con el Gobierno y la oposición tirándose la responsabilidad por 100 mil muertos? Arriesgaremos que sí. Ambos fenómenos exhiben una trágica sincronía: la de un país estancado en una lucha por el poder político y económico, que cada vez es menos capaz de aliviar las carencias sociales, materiales e institucionales de su gente. El dólar estalla porque escasea; la pelea política escala por ausencia de consenso. Así, el ciclo político y económico cada vez se parecen más: cortos períodos de bienestar, largas fases de desengaño.

En un intercambio ejemplar, que considera la historia y el presente, las leyes generales y los fenómenos particulares, dos historiadores económicos de distintas generaciones –Pablo Gerchunoff y Roy Hora– examinan el pasado y analizan las posibilidades y los límites de la economía argentina. Lo hacen sine ira et studio, en un libro de reciente pu-blicación, que lleva un título abierto: La moneda en el aire. Sin embargo, Gerchunoff confiesa al final su convicción, no exenta de dolor: “el pasado de medio siglo plagado de frustraciones manda sobre un futuro que es pura especulación”.

La conclusión que extraen estos historiadores no es novedosa: el principal obstáculo de la Argentina para estabilizarse y crecer es político, no económico. En tanto la moneda de ellos permanece suspendida, cabe otra cara o ceca: ¿existirá algún incentivo para que el conflicto político deje de obturar el progreso del país? ¿Si no es el realismo, ante lo que Gerchunoff llama “triste convergencia final” de los gobiernos de Cristina y Macri, serán la rebelión social y la ingobernabilidad, como en 2001, los que saquen a la política de su contumacia? 

En tiempos de protesta y deslegitimación del poder, cuando los pueblos se hartan de sus gobiernos, esa otra moneda también está en el aire.

*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.