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El presente inalcanzable

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

A veces me apena ser tan efímero e impredecible. Me nombran y ya no existo. Cuando escucho a los niños cantar en las aulas “presente” a viva voz, confirmando sus “presencias”, tengo la esperanza de hallarme entre esos dedos estirados, como cables al cielo invocándome, pero desaparezco apenas se sientan. Soy el tiempo que las palabras no alcanzan. Dicho, ya pasé. Casi como un susto. Muchos intentan representarme. Artistas que buscan retratar “el momento”, escritores que enlazan una frase a lo que quisieran eterno, como el poema de Cristina Peri Rossi, “Detente, instante, eres tan bello”. Pero dar con el presente (quien les habla, aunque me disipe al ser nombrado) es una tarea imposible. Los que me añoran ya me perdieron, y quienes me anticipan, no han podido alcanzarme. 

La especulación es mi pobre antagonista. Pretende asociarse al futuro, vislumbrando acontecimientos que lo favorezcan. Conjetura, supone, hasta calcula. Pero soy como la muerte, ¡incalculable! El mundo digital me desafía. La aceleración es competencia. ¿Cuánto más veloz más instantáneo? Creen estar más cerca del presente, y lo único que hacen es consumirlo. Los estímulos se reproducen al mismo tiempo que el deseo se atrofia...  

Mejor sería que no se afanasen por hallarme antes de tiempo. Soy muy diferente al por-venir, valgo por-estar. Soy la garantía de una sorpresa, la posibilidad del misterio. El presente también es un presente, regalo de lo inesperado. La pieza temporal que desbarajusta la serie. Mientras que la especulación es la liebre de la fábula. La vemos correr locamente junto a la planificación (la tortuga), sabiendo que la meta no está fijada. Y que llegar primero es llegar después. Por eso es tan difícil y peligroso estipularme. Si dejaran de hacerlo, tendría mejor aspecto. La pretensión siempre es inútil. No modifica los hechos, más bien los condiciona. Los noticieros –que supuestamente se ocupan del presente– no hacen más que distorsionarlo. Con el dedito levantado y tonos de pacotilla, pretender desnudar mis causas, convirtiéndose en mis causantes. Qué determinaciones tan pueriles. Finalmente no soy más que el resultado de buenas o malas intenciones. Un ejemplo actual: si hubiera menos especuladores seguramente bajarían los índices de inflación.

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Pero no quisiera distraerme con la realidad. Prefiero ahondar en la ficción (que se juega en otro tiempo, no siempre lineal ni cronológico). Hay dos personajes de la literatura argentina que me resultan sumamente atractivos por sus imposibilidades. Protagonistas de cuentos de diferentes autores –Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo–, parecen escritos en complicidad, como si se hubieran puesto de acuerdo en evitarme, escribiendo sobre mí. Sus dos personajes, Ireneo (Funes el memorioso) e Irene (Autobiografía de Irene), me dan la espalda. Uno mira hacia atrás, enumerando todos sus recuerdos, archivándolos, deslindando percepciones, sueños, etc. El pasado ocupa toda su vida. Irene, siempre adelantada, presa de su sistema de anticipaciones, no puede compartir el presente con los demás, y hasta su madre la mira desdeñosa, sospechando brujería.

Por algo se llaman igual, en distinto género. Irene, Ireneo. La diferencia es la intersección. Allí donde estoy yo. Ireneo me ignora, determinado por sus recuerdos que intenta clasificar como si fueran juguetes de la eternidad;  Irene no puede dar conmigo, a pesar de sus enormes esfuerzos por alcanzarme; su miedo feroz la determina hacia adelante, fuga que me vuelve obtuso, y al mismo tiempo tan anhelado por ella. “Toda morada nueva me parecerá antigua y recordada”, dice compungida, casi desesperada. Quizá pensando en su tocayo, Irene supone que “para los que recuerdan, el tiempo no es demasiado largo. Para los que esperan es inexorable”. Sin embargo, el pobre Ireneo Funes está atrapado en su memoria, “un vaciadero de basura”.  Y no sólo recuerda “cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado”. 

¿Tan difícil es estar donde uno está? Ese simplemente soy yo, el presente: el lugar donde cada uno se manifiesta, en el mejor de los casos, teniendo en cuenta a los demás (una buena forma de ganarle a la especulación).