Esta es una juntada de personajes, ranchando al borde de la realidad. No somos protagonistas de novelas clásicas, no tenemos nombre célebre, ninguno de nosotros se llama Quijote, Bovary, Jane Eyre, La Maga o Pierre Menard. Nuestro ímpetu es verdadero, aunque pertenecemos a una novela. Hemos llegado hasta estas líneas como pudimos, trepados en palabras que viajan impresas. ¿Creerán que nos extraviamos, que somos personajes en busca de un autor, que alejados de las costas de la ficción vislumbramos la posibilidad de ser reales? Nada de eso. Estamos aquí por ímpetu personal, queriendo reivindicar al maestro inolvidable: Macedonio Fernández. Ya Borges lo confesó frente a su tumba: “Lo imité hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio”. Decidimos entonces, a setenta años de su muerte, atravesar paisajes ignotos, viajar al final de la noche, y homenajearlo en esta publicación. Estamos exhaustos, el recorrido es imposible (no por ello irreal), y si llegamos hasta aquí, queremos agradecer públicamente (puesto que estamos siendo publicados) la inexistencia que Macedonio nos otorgó. Para ello tuvo la buena idea de librarnos de un nombre. Le pareció mejor llamarnos por nuestros desempeños narrativos: “Deunamor”, “Quizagenio”, “Dulce-persona”, “Simple”, “El viajero”, “El Presidente” o “La Eterna”.
Ejerciendo la metafísica y el “belarte”, llenó su casa de papelitos, construyendo el hogar de nuestro inexistir. Como él mismo lo consideraba: el no vivir de los personajes les permite anhelar vida. Una verdadera fórmula. Al mismo tiempo, escribió: “Todo personaje medio-existe pues nunca fue presentado uno del cual la mitad o más no tomó el autor de personas de la vida”. Pero así como nosotros estamos hechos de rasgos de personas de la vida, ustedes, las personas de la vida, no hacen más que construirse personajes para las distintas ocasiones. Entonces, si nosotros estamos hechos de rasgos de personas y ustedes de rasgos de personajes… ¿Quiénes son más reales? Y eso no es todo… (como diría nuestro creador: “No se apresure lector, que no alcanzo con mi escritura adonde usted está leyendo”). La increíble ficción que ha inventado nos permitió sentir una extrañísima corriente de aire que ustedes desconocen al tiempo que la propician: la respiración del lector. Dulce-Persona se lo dijo a Quizagenio: “¿Has visto el respirar de los que viven? ¡Qué misterio!... ¡Qué dignidad, qué comunión con el cosmos!”
Nos reunimos entonces aquí para festejar uno de los mayores inventos de la ficción argentina: Museo de la Novela de la Eterna (novela en la que inexistimos, siendo sus protagonistas), y a su autor, Macedonio Fernández (lo verán en fotos siempre con su sobretodo puesto, un Don Quijote del siglo XXIII). Para ello, trajimos a estas páginas el airecillo que nos insuflan, haciéndoles recordar el trecho milagroso: la respiración de los que leen.