“Para algunas cosas está grande. Tiene que entender que su momento en la política ya pasó”. Tras la victoria libertaria del domingo en la Ciudad de Buenos Aires, Javier Milei le intentó extender el certificado de retiro a Mauricio Macri.
Tiene lógica. El Presidente no sólo cree que lo avala casi haberlos duplicado en votos en el corazón político macrista, sino también la histórica necesidad de cortar cordones umbilicales con dirigentes que en algún momento los apadrinaron, con votos y estructura. Los ejemplos cunden en el pasado y en el presente.
Lo más curioso es la velocidad y el “tempo” con el que el mileísmo golpea al PRO, un espacio clave para obtener el balotaje hace 18 meses, nutrirse de cuadros ejecutivos y seguir blindando al Gobierno en el Congreso.
Seguramente el oficialismo se envalentona al observar esa suerte de “síndrome de Estocolmo” que vive el PRO con LLA. Le votan todo y a cambio reciben desplantes, maltratos y, de vez en cuando, alguna caricia con formato de foto con la hermanísima Karina y promesas sobre el bidet, como diría el gran Charly.
Dos casos fresquitos al respecto. La vociferada indignación amarilla por la intervención libertaria en el rechazo al proyecto de ley de Ficha Limpia. Y la furia por el falso video donde un Macri en modo inteligencia artificial pedía el voto para Manuel Adorni, que derivó en denuncia judicial y duros cruces (“llorón”, le contestó Milei a Macri).
Aún así, por estas horas cunden los diálogos y las reuniones para que LLA y PRO acuerden ir juntos en los comicios bonaerenses del 7 de septiembre. Nada que sorprenda.
La única duda es si se impone la idea karinista de que los dirigentes amarillos se metan en las listas violetas libertarias provinciales y municipales o la iniciativa macrista de armar un frente electoral clásico.
Mientras la estrategia mileísta se reforzó con el triunfo porteño (amén de la interna bonaerense entre el karinismo territorial y el caputismo digital), la del PRO luce cada vez más frágil.
Son muchos, demasiados, los dirigentes amarillos provinciales tentados a ir en las listas de LLA, no solamente para tratar de vencer al peronismo gobernante. Además de la percepción de que los libertarios se quedaron con gran parte de los votos “del cambio”, hay una necesidad práctica: el PRO debe renovar los cargos legislativos que obtuvo en el triunfo de 2021.
Toda esta negociación se acelera sin Macri, el presidente del partido. Hace meses que se cortó la interacción con Milei, por decisión del actual jefe de Estado, y el interlocutor principal es Cristian Ritondo. En público y en privado.
Podría resultar anecdótico que la noche misma de la derrota electoral porteña Macri se subiera a un avión privado con destino a Madrid. Luego irá a Arabia. Sus viajes y vacaciones han sido una constante, máxime al no ejercer cargos públicos. Aún si estuviera acá quedaría al margen de las tratativas con LLA, al igual que su participación en la campaña de CABA fue más que opaca. Ni hablar de los resultados.
Sin embargo, su ausencia también puede analizarse como una metáfora actual del PRO: sin rumbo ni identidad y con un liderazgo “freelance”.
Dirigentes de su fuerza dejan trascender lo mal que cayó su partida inmediata. Y alimenta en algunos la incómoda sensación del “sálvese quién pueda”. A eso parecen abocarse.