A medida que pasan los días, signados por el interminable tiempo del coronavirus, las urgencias de la élite política crecen porque la fecha de las elecciones se aproxima. Eso conduce a una convergencia inédita: la renovación parcial de las cámaras legislativas coincidirá con una enfermedad que ha infectado a millones de votantes y matado a miles, que ya no podrán ejercer su rol democrático.
¿Cómo se construye un escenario de los resultados en estas circunstancias? ¿Alcanza el pronóstico demoscópico, que se ha mostrado falible en situaciones normales, para prever el desenlace en condiciones excepcionales? La respuesta que aventuramos es negativa. El que se guie solo por la suma de las intenciones de voto, expresadas a un encuestador, corre el riesgo de equivocarse.
Para evitarlo, asumiremos aquí que el pronóstico depende de la construcción de un modelo de causalidad del voto con al menos dos requisitos: primero, considerar los datos no solo en términos de conductas, expectativas y creencias sino también de contextos y configuraciones estructurales e históricas; segundo, asumir que existe un factor absolutamente novedoso –la pandemia– cuya evolución es impredecible.
El modelo requiere asimismo un marco teórico. A mano alzada, adoptaremos uno de inspiración schumpeteriana: la democracia consiste ante todo en una competencia entre partidos (respetuosos de las reglas) que disputan el voto en un mercado, donde se ofrecen líderes y programas de corto plazo y se demandan bienes materiales y simbólicos.
No rige la volonté générale del liberalismo clásico, sino la lucha por el poder y la “voluntad fabricada” que Schumpeter aceptaba resignado.
Un modelo de causalidad de voto precisa, por último, un conjunto de supuestos, que podrían dividirse en sociológicos, relativos a la demanda; en políticos, ligados a la oferta; y en contextuales, vinculados a la coyuntura donde ocurrirán las elecciones. Así, la sociología del voto, la naturaleza de la oferta electoral y el contexto, condicionarán los resultados.
Sin agotar el tema, destacaremos algunos rasgos sociales del votante, es decir de la demanda. Primero, el voto de la mayoría es tenue e inestable, porque está condicionado por el desinterés, los altibajos de la vida material y la manipulación publicitaria. Es esta mayoría, conformada básicamente por la clase media (objetiva y subjetiva), la que sin embargo define el resultado de los comicios.
En segundo lugar, se observa un sesgo clave en el voto argentino: a medida que desciende el nivel de ingresos y la educación existe mayor probabilidad de votar al peronismo. Esto le provee una base electoral consolidada y permanente, que posee una clara expresión regional: el NEA, el NOA y los cinturones empobrecidos de las grandes ciudades tienden a votarlo.
En tercer lugar, según la casuística se vota más por motivos económicos que valorativos. El voto económico es más frecuente y volátil, porque depende de la sensación subjetiva de bienestar, que es cambiante. El voto por razones valorativas es menos habitual, pero más perdurable. En la Argentina sufraga por valores aproximadamente el 35% del electorado, el resto lo hace por razones materiales.
En cuarto lugar, las demandas de bienestar decrecen en momentos de crisis. El votante se conforma con lo mínimo, porque teme perderlo: un nivel de ingreso que le permita llegar a fin de mes, manteniendo el trabajo o siendo subsidiado si lo pierde. Por eso resigna ingresos y acepta ajustarlos por debajo de la inflación. En el caso de la pandemia sabemos que haber recibido la vacuna o estar aguardando el turno o tener familiares vacunados es suficiente para lograr la conformidad.
Considerando ahora la oferta, se asume que es más probable que gane el peronismo si se presenta unido, en virtud de su base electoral permanente. Eso se compensa, hasta cierto punto, si el no peronismo también compite unido. El peronismo posee una base popular y aspira a un votante eventual que lo elegirá por aprobación sanitaria o económica. La oposición concentra votos por razones valorativas y captará a los que el Gobierno defraude. Por cierto, si a cualquiera de las dos coaliciones le surgieran competidores podrían pagarlo caro.
Un rasgo de la oferta es que las chances de la oposición dependen del gobierno. Es improbable que venza si a este le va bien. Al contrario, si fracasara es factible que la oposición se imponga aunque su desempeño sea pobre. Sin embargo, que el gobierno apruebe no depende de la consistencia de sus políticas, sino de la sensación de bienestar y las expectativas del votante. Por eso puede sacrificarse la racionalidad por los votos. El modelo de causalidad es cortoplacista mientras haya elecciones cada dos años.
Por último, hay que considerar el estilo de los líderes que se ofrecen en el mercado como candidatos, tomando en cuenta dos posibilidades: la moderación o la radicalización. Según el ranking de preferencias de Poliarquia, los moderados ocupan los primeros lugares. Eso sugiere que están en mejores condiciones que los radicalizados para captar votos entre la mayoría independiente o desinteresada sin perder electores propios.
Para concluir debe ponderarse la coyuntura. Aquí reside la mayor novedad: el Covid lo ha trastocado todo, convirtiéndose muy probablemente en la razón que explique el resultado electoral.
Algo nunca visto: la política transformada en una rama de la medicina. Los análisis factoriales indican que haberse vacunado podría prevalecer sobre la economía y los valores al momento de votar.
Es la hora impensada en que la salud de los gobernantes depende de la salud de los votantes.
Si se aceptan estas premisas, la suerte del oficialismo estará en función de su capacidad para enfrentar simultáneamente el Covid, las demandas económicas, la disidencia interna y el estilo agresivo (y por lo tanto contraproducente) de su jefa.
¿Podrá el liviano peronismo presidencial, con poder menguante, pero aún con imagen de moderación, ganar las legislativas? Según nuestro modelo la tarea es muy difícil, aunque no imposible.
Deberá lograr durante los próximos seis meses que Cristina pase a segundo plano; subsidiar ingresos y empleos, sin que estalle la economía; postergar a los acreedores, evitando el default; y, por sobre todo, vacunar a una cantidad significativa de argentinos, acotando el escándalo de los contagios y las muertes.
Mientras tanto, a la oposición solo le cabe esperar, poniendo a sus palomas al tope de las listas.
*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.