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El voto peronista

Perón Temes
La composición del voto del partido peronista tiene una base sólida, que el domingo tocó su piso histórico. | Pablo Temes

Gracias a una serie de artículos escritos durante los sesenta y setenta y, fundamentalmente, a través de un libro publicado a principios de los ochenta, material que más tarde se convertiría en referencia de lectura obligada para varias generaciones de cientistas políticos locales, Manuel Mora y Araujo definió hace algunas décadas una fórmula de la sociología electoral que le permitió delinear el mapa del sufragio argentino, a través de la descripción de las características que presenta el voto peronista.

Abogado y sociólogo formado en la Universidad de Buenos Aires, investigador principal del Conicet, rector de la Universidad Di Tella y fundador de una de las principales consultoras de opinión pública del país, Mora y Araujo trazó en El voto peronista la síntesis que, hasta el día de hoy, podría ser útil para definir a los electores del partido fundado por Juan Domingo Perón a mediados del siglo pasado.

Publicado junto a destacados académicos, como Gino Germani, Tulio Halperín Dongui e Ignacio Llorente, se trata de un trabajo que se convirtió en un clásico de las ciencias sociales porque logró compilar distintos ensayos políticos que desentrañaron el perfil del votante peronista al examinar la historia del partido, su base social, la formación de su electorado y la composición que desde sus orígenes ostentó el principal movimiento de masas nacional.

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Sectores populares votan peronismo, sectores medios y altos no votan peronismo.

En la introducción, titulada “La sociología electoral y la comprensión del peronismo”, Mora y Araujo definió la correlación de fuerzas que se impuso en la Argentina desde que el peronismo irrumpió en el escenario político: los sectores populares votan peronismo, mientras que los sectores medios y medios altos, votan no peronismo.

Han pasado cuatro décadas, pero la predicción parece haberse mantenido intacta hasta el presente, tal como lo demostró el escrutinio del domingo pasado, cuando el peronismo obtuvo su más magro resultado a nivel nacional pero mantuvo una muy buena performance en los distritos más poblados del Conurbano bonaerense y las provincias del Noroeste argentino.

Noam Lupu y Susan Stokes son dos politólogos estadounidenses especializados en sistemas políticos comparados que se han interesado en el estudio del peronismo. Docentes de las Universidades de Vanderbilt y Chicago publicaron en 2009 un interesante artículo que refleja la base social peronista.

En “The social bases of political parties in Argentina 1912-2003”, Lupo y Stokes presentaron encuestas realizadas por varias décadas que permiten describir las características socioeconómicas homogéneas y estables del electorado peronista, a partir de la categorización de clase –sectores obreros y populares–, y estrato económico –sectores de menores niveles de ingreso–.

Hay características homogéneas y estables en el electorado peronista.

Esa solida base electoral, que oscila en un tercio del total del padrón, fue clave para que el peronismo pudiera mantener un respaldo firme, consistente y envidiable para partidos semejantes a nivel mundial. Se trata de una experiencia consolidada por 75 años, algo que, por caso, no pudieron experimentar ni los laboristas británicos, ni los demócratas estadounidenses, ni los socialdemócratas alemanes.

Ernesto Calvo y María Victoria Murillo son dos politólogos argentinos que también se han interesado por el voto peronista. Docentes de las Universidades de Houston y Columbia publicaron en 2013 un valioso paper en el que investigaron la relación entre las élites y la base electoral del peronismo. El estudio realizado les permitió concluir que la solidez del voto peronista no se sustenta tanto en los programas de gobierno que ofrecen los candidatos, sino en condiciones menos filosóficas y mucho más concretas: una apuesta pragmática más que programática.

Calvo y Murillo sostienen que el votante peronista confía en los herederos de Perón porque parecerían ser más eficientes a la hora de dar respuestas desde la burocracia estatal en tres aspectos fundamentales: el control de una vasta red territorial, la mayor capacidad para la implementación de políticas públicas y el acceso preferencial a recursos fiscales.

Lo novedoso de la última elección es que esa triada ahora, y por primera vez, empieza a ponerse seriamente en duda. Dar cuenta de esa cavilación es prioritario para los líderes peronistas ya que la conclusión a la que arriben definirá el presente, pero también el futuro, del longevo partido.

La solidez del voto peronista no se sustenta en los programas de gobierno.

Nacido en 1946, derrocado en 1955 y prohibido hasta 1973, el peronismo triunfó en todas las elecciones a las que pudo presentarse por fuera de casi dos décadas de proscripción y hasta el nuevo golpe de Estado que lo desalojó del poder en 1976. Con el regreso de la democracia fue derrotado por primera vez en 1983 y en 1985 fue a la elección dividido y obtuvo lo que había sido hasta la semana pasada su peor resultado, con el 36% de los votos.

Desde 1987 se renovó y a pesar de haber perdido en 1997, 1999, 2009 y 2013, siempre sumó un mínimo que se había fijado entre el 36% y el 38% del escrutinio. Hasta la última elección, donde perforó su piso histórico con el 33% del sufragio.

Juan Carlos Torre es quizá el sociólogo argentino que más se ha especializado en el peronismo. Ganador del Premio Bernardo Houssey a la trayectoria científica, es autor de obras fundamentales para entender la raíz y el devenir del partido de Perón, desde el clásico La formación del sindicalismo peronista, hasta Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo, último trabajo de su fecundo universo de análisis.

Torre suele decir que existe un “alma permanente” y un “corazón contingente” en el peronismo. El alma permanente se relaciona con las tradiciones fundacionales del partido: el nacionalismo, el estatismo y la justicia social. Mientras que el corazón contingente le permite a los dirigentes peronistas reinterpretar a sus votantes para conectar con cada clima de época reinante.

¿Cuál será el alma permanente y el corazón contingente de esta nueva y difícil era para el peronismo, cuando atraviesa su peor debacle electoral mientras se encuentra en el ejercicio pleno del poder? ¿Alberto Fernández y Cristina Kirchner podrán descifrar este adverso clima de época que les impone enfrentar una difícil pospandemia en el marco de un nivel récord de pobreza, una inflación desatada y una compleja negociación con el FMI? ¿El votante peronista seguirá siendo fiel al sello partidario y a la filosofía política que conlleva, en medio de tan incierto panorama?

Lamentablemente, Mora y Araujo ya no está entre nosotros para responder tan cruciales interrogantes: ante tamaña perplejidad sería aventurado volver a moldear el futuro del voto peronista.