Mérito de La Cámpora: juntó más gente que los hinchas de River que el día anterior festejaron una victoria de hace tres años. Y no son los de la banda la mitad más uno en el fútbol. Igual costó demasiado cara esa ventaja numérica; en un lado se pagaba la asistencia, en el otro fue gratuita, voluntaria.
Mas que la “platita” de Gollan, en este caso vale la violación al castellano de Mirtha Legrand: fue “plataza”. Con la ocurrencia oficialista de que la pagan “todos y todes”, incluyendo tontos jubilados. O desocupados. No es optativo.
Se asistió –según el historiador Juan Bautista Yofre– a uno de los mayores actos de violencia oral desde el poder, comparable al del 31 de agosto de 1955, cuando Juan Perón invito al “cinco por uno, no va a quedar ninguno”. Furioso entonces el presidente: venía de la masacre causada por los bombardeos de junio a la Plaza de Mayo, caía el telón de su gobierno y su internación en la cañonera paraguaya. Ese antecedente, claro, no constituye ningún vaticinio, es un dato apenas.
Se entusiasmó Cristina en esa evocación impensada frente a la Plaza de Mayo. Salió al escenario saludando y corriendo de una punta a la otra como Mick Jagger, quizás con unas coloridas sandalias inapropiadas para la ocasión. Pero ese detalle estético no opaca el desprecio conceptual y oligárquico que volcó contra la oposición que la derrotó en la última elección. No ha pasado el mal trago.
Se despachó contra los radicales (“despabílense”, como si fueran minusválidos), incluyó al macrismo –¿se habrá advertido que jamás alude a Elisa Carrió, como si no la contara en sus oraciones?– e incorporó una nueva y atemorizante obsesión que la abruma: los libertarios (se le subió la rosácea cuando vio el debate de Tetaz con su pupila Vallejos en el programa de Bonelli, hasta ella lamentó esa participación).
La Cámpora junto más gente en la Plaza que el festejo de River. Todo un mérito
Justo decide enfrentar a la masa que le ha arrebatado una multitud de votos en la última elección y que se multiplica en los adolescentes. Dicen que estos odiosos flechazos de la dama contra esa fracción política responden a una argucia: evitar que el oficialismo se desangre por la izquierda, trata de blindar con este repudio intelectual que se filtren por los agujeros del navío kirchnerista expresiones tentadas por el trotskismo.
Para completar esa tarea preservativa, cargada Cristina de mohines y tics (al mejor estilo Álvaro Alsogaray), avanzó en su monserga bélica contra el FMI mientras apoyaba la presencia de Lula, cuyo populismo varía si juega o está en el banco, le toca ser local o visitante, o si asiste a un teatro subdesarrollado o a uno europeo. También el brasileño debe responder a las consignas cinematográficas que le reclama el autor de su documental, Oliver Stone. Por si le faltan más escenas con pobres, revolucionarios o socialdemócratas. Depende del archivo.
Mas sencillo, pero cazurro y burlón, el uruguayo Mujica se permitió una siestita que nadie sabe si fue cierta o falsa mientras hablaban sus pares. Procede como su esposa, una de las hermanas Topolansky, quien se reservó discreción en las celebraciones y premiaciones tipo Oscar que se brindaron en la Casa de Gobierno, la mayoría a la pos lucha armada, ese contingente de clase media que, en general, no parece satisfacer a esta mujer de acción que más de una vez utilizó una metralleta. No es fácil de pasar de Ho Chi Minh a Cristina, de ahí su mirada cautelosa en la ceremonia a la que debió concurrir.
Copyright. Fueron notables las apropiaciones que escrituró el cristinismo en el mismo acto: se ha quedado con la patente de la democracia y la de los derechos humanos, quiere cobrar derechos de autor como si ella y su difunto marido, además, hubieran luchado a sangre y fuego por esas restauraciones. Cuando Néstor, en todo caso, fue un sucedáneo de Adolfo Rodríguez Saá en el proyecto por encarnar la reivindicación de los sublevados contra los militares. Como se sabe, el hombre de San Luis duró poco, tuvo un mandato súbito y ni se recuerda ese ejercicio frustrado de las organizaciones que, mediante un aparato de asesoramiento mediático, introdujo ministros, abasteció con relatos al gobierno de entonces, lo encomiaron al presidente breve como a un líder progresista y de izquierda.
Tras ese fracaso, llegó la hora de repetir el operativo con la pareja recién llegada del sur. Fue un éxito: los Kirchner resultaron héroes impostados para ese objetivo, obtuvieron una ciudadanía que no imaginaban y un registro histórico para sus vacías personalidades.
Cristina vuelve a fijar que es la única dueña del poder, aunque haya perdido en los comicios
Hasta Alberto Fernández recogió algunas migajas. Ninguna relación con gente del peronismo que, en tiempos difíciles, se arriesgó sin fortuna ni protección. Por ejemplo, Deolindo Bittel, quien junto a Herminio Iglesias, Miguel Unamuno, Carlos Corach, entre otros pocos, se presentaron con las denuncias violatorias ante una comisión de los Estados Unidos. Había que disponer de cierto exceso de hormonas para denunciar las aberraciones de los militares que estaban en el poder. Y seguir en el país.
La gran mayoría peronista no participó, los Kirchner entre ellos, y algunos desertaron de la presentación a pocas cuadras de la reunión con la delegación norteamericana. El régimen castrense de entonces quedó perforado por esa iniciativa. Curioso resultó que al chaqueño Bittel, hombre de un solo traje y al que hubo que comprarle un abrigo para que asistiera al Congreso, los Kirchner lo corrieran luego de Santa Cruz por discrepancias partidarias. Y nunca le realizaran el homenaje que le corresponde.
En el reservorio oral de Cristina hubo espacio para advertir sobre la negociación con el FMI, a pesar de que no tiene –según ella– la lapicera para bloquearla o firmarla. Desplegó amenazas con inhibiciones y límites, anticipó que el entendimiento es poco probable si el organismo internacional no se allana a sus designios. Parece que Kicillof vuelve a asesorarla con algunos contenidos.
Única protagonista de la serie, Cristina vuelve a fijar (por lo menos, a decirlo) que es la dueña del poder, aunque haya menguado en los comicios. Con poco se puede hacer mucho, típica letanía del “pidamos lo imposible”.
También habló Alberto, casi un olvido del autor, quien en algún momento dijo: “No tengas miedo, Cristina”. Es una palabra que muchos se la endilgan a él.