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aflicciones

En estos días

Manos 20231014
Conexión | Unsplash | Zoe

Tendría yo seis años o siete y hubo que evacuar la escuela: había habido una amenaza de bomba. Nos sacaron presurosos, nos llevaron a una plaza, nos pusieron a jugar; el miedo en las caras de los adultos desmentía las palabras de calma que desde esas caras nos dirigían. Volvimos a la escuela dos o tres horas después. No es fácil asimilar, en plena infancia, así sea intuitivamente, que existen quienes nos odian y están dispuestos incluso a matarnos. ¿Por qué razón? Por algo que somos.

Años después tuve un compañero de trabajo que me quería, y al que yo quería también. A veces me decía que él no me consideraba judío. Entendí que lo precisaba para poder quererme como me quería, y que un núcleo oscuro de odio habitaba impensadamente el afecto que me tenía. Rechacé su eximición, pues me ofendía, y logré que no insistiera. Pero no creo haber logrado que cambiara su tesitura, me parece que silenciosamente la mantuvo. Di también alguna vez con alguien que me odiaba, y me odiaba por ser judío, y he sabido que esa pasión tan suya, del todo unidireccional por cierto, persiste a lo largo del tiempo, siniestra como toda fijación, y le impide olvidarse de mí.

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La pluralidad, esa de la que tanto y tanto se habla, es algo en lo que yo creo de veras. Creo de veras en la posibilidad y en la necesidad de una comunidad de lo diverso y en lo diverso; creo de veras en la fraternidad que conjuga a un nosotros con sus otros; creo de veras en sociedades de apertura y convivencia, exentas de discriminación, sin segregación y sin daño. El desprecio cínico que esto pueda suscitar, por candoroso o por lo que sea, me tiene hoy muy sin cuidado.

Soy propenso a la discusión de ideas, es un palito que a menudo piso con ganas, y hasta puedo llegar a pisarlo incluso en las redes sociales de este tiempo. Y es que pretendo no habituarme al gusto de época por la agresividad, la crueldad y el ensañamiento estéril (quien lo sienta como superioridad moral, que revise sus bajezas, porque no se trata de eso). Entro en esas discusiones, diré incluso que me entusiasman, pero me salgo, por desencanto, apenas percibo en ellas el sustrato empantanado del odio.

No suelo escribir sobre mí en textos destinados a publicarse. Pero estoy pasando, como están pasando muchos otros también, días duros de profunda aflicción, y cualquier otra columna que hubiese aportado para la sección “Escrituras” de esta semana en PERFIL me habría resultado falsa, si es que no directamente imposible de escribir.