Por un momento pensé que el mundo había enmudecido. No se asuste, estimado señor, fue una impresión, una sorpresa, un desconcierto. Sí, algo había pasado en el teléfono y en la computadora. Supongo que los técnicos, que ya están avisados de la urgencia de esta crisis llegarán algún día y explicarán con palabras totalmente para mí desprovistas de sentido lo que les ha pasado a mi teléfono y a mi computadora. Terrible, le confieso: todo esto es terrible y me obliga a mirar hacia atrás y tratar de recordar cómo funcionaban las cosas antes de la comunicación. Y peor: esto viene a suceder como un castigo del destino. De los dioses, aceptemos. Más aún: de los antiguos dioses acerca de los cuales yo había estado leyendo. ¿A usted qué le parece, querida señora? ¿Es posible que los antiguos dioses se hayan complotado con Bill Gates y con el señor Hawking que está desde hace rato anunciando la muerte de la humanidad? Ya sé, ya sé, me pongo demasiado trágica. Concedo: no es para tanto. Pero por si acaso me gusta suponer que ha habido un complot que atraviesa el tiempo y el espacio, para sumirme en la más espantosa soledad comunicacional. Y, fíjese usted, yo sé de dónde viene la cosa. Viene de que me metí no ya con los antiguos dioses sino con los actuales, contemporáneos espíritus de la comunicación. Vamos, ¿qué es eso de andar criticando los celulares, eh? Yo diría, señores complotados, que no soy tan importante como ustedes parecen creer, y que lo que hice no fue tan grave. No los critiqué a ustedes, ah, no, por supuesto que no. Me las agarré con ciertas personas que dependen en demasía de los aparatitos esos. De los cuales, claro, poseo uno que suele estar muy bien guardado en el estante de abajo del placard del pasillo, lo siento. Bueno, ¿vieron que no era para tanto? Francamente si a alguien se le fue la mano no es a mí, de ninguna manera. Miren que dejarme sorda y muda para el mundo sólo porque me atreví a hablar mal de los celulares, ay no, perdón, de los usuarios abusivos de los celulares. Es mucho. Con una reprimenda suave hubiera bastado. Creo que tendríamos que sellar una paz honorable nosotros, los antiguos dioses, los técnicos del teléfono y de la computadora, el destino y quizás también con ciertos genios menores que sin duda recorren alegremente cables, aparatos, el espacio real, el espacio virtual y quizás también nuestras almas inmortales.