COLUMNISTAS
MATRIMONIO HOMOSEXUAL

Entre las costumbres y la ley

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Las costumbres relativas a la familia –que son de por sí muy diversas en el mundo– en las sociedades occidentales han cambiado rápidamente en el último siglo y medio. Visto en perspectiva de tiempo, el debate sobre el matrimonio gay es un eslabón en una cadena histórica, que muestran patrones recurrentes: cambian las costumbres en la sociedad, grupos sociales que se sienten privados de algún derecho reclaman normas legales para repararlo, grupos conservadores resisten los cambios, generalmente la Iglesia sale en respaldo de esos grupos conservadores y, a veces, los lidera.

En la Argentina moderna, la secuencia puede ser resumida en una sucesión de etapas: la institución del matrimonio civil, la ley de educación pública y laica, los derechos de los hijos naturales, el divorcio, el aborto y ahora el matrimonio de personas del mismo género. Antes aún de la Ley de Matrimonio, la nacionalización de los cementerios podría ser agregada a la lista; y también podría agregarse el ejercicio de la prostitución. En todos esos asuntos, desde mediados del siglo XIX hasta hoy, las confrontaciones sociales han sido ásperas y problemáticas, a menudo imbuidas de un fundamentalismo excesivo e innecesario.

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El divorcio es un tema más reciente. En 1987 el gobierno de Alfonsín promovió la Ley de Divorcio y desató un conflicto social de dimensiones parecidas al actual con el matrimonio gay. Había gente a favor y gente en contra del divorcio; inclusive, personas de hecho divorciadas y unidas familiarmente por segunda o más veces se oponían al divorcio legal –aunque muchos de ellos podían anular sus matrimonios ante la institución eclesiástica–. En 1987 las encuestas registraban una inequívoca mayoría de la población a favor de legalizar el divorcio; pero en aquellos años las encuestas eran tildadas de antojadizas –por cierto, con menos fundamentos que hoy– y había quienes sostenían disponer de mejores registros de la opinión pública. Finalmente, el divorcio pasó, sin acarrear las catástrofes que sus detractores presagiaban.

En el tema del aborto, las encuestas, ya desde los años 80, muestran una sociedad dividida con ligera –y a veces no tan ligera– mayoría a favor de legalizarlo en alguna medida. Es un tema más complejo, que sin duda excede los argumentos y las convicciones religiosas. Hace varias décadas, en una provincia argentina de las más pobres, un ministro de Asuntos Sociales –católico practicante– me expuso que ante la alta tasa de mortalidad, producida por abortos realizados en condiciones higiénicas deplorables, quería promover una campaña masiva de distribución de anticonceptivos; no pedía permitir los abortos sino evitar que tantos abortos fuesen necesarios. El obispo se opuso y la iniciativa no prosperó.

Hoy, las demandas de los homosexuales por el derecho al matrimonio son un aspecto de la realidad. Otro aspecto es que, con o sin leyes discriminatorias, muchas personas del mismo sexo conviven como pareja y forman, en muchos casos, una familia, y que una mayoría de la población no sólo tolera sino que además acepta que así sea; y, de creerse a las encuestas, hay mayoría a favor de concederles el derecho a unirse en matrimonio. La Argentina tiene una fuerte propensión a aferrase a la noción de que las cosas que suceden y no están legalizadas de alguna manera no suceden. Hay gente que se casa y se descasa (cada vez más), hay mujeres que tienen hijos sin casarse (cada vez más), hay muchísimas mujeres que abortan (presumiblemente, muchas más de las que habría si el aborto fuese legalizado razonablemente), hay gente que se droga (cada vez más y, también se presume, más de las que se drogarían si el consumo fuese despenalizado razonablemente). Y hay muchos homosexuales de ambos sexos que conviven como pareja y que se sienten orgullosos de hacerlo, y quieren casarse.
Mezclar a la religión con estas cosas desvirtúa el debate, porque lleva a contraponer hechos de este mundo imperfecto a principios con fundamento en el derecho canónico o en la fe. Principios que, por lo demás, son en sí mismos muy discutibles, y por cierto tan temporales como los hechos del mundo imperfecto que conocemos. Esto bien lo expuso hace pocos días un grupo de sacerdotes cordobeses en defensa del matrimonio gay, desafiando a su obispo en su derecho a decir lo que piensan –porque ellos se sienten tan parte de la Iglesia como su obispo.

Estos temas deben dirimirse en el Congreso, pero es saludable que la ciudadanía , los medios de prensa y las organizaciones sociales los debatan y confronten distintas opiniones. Y conviene tener siempre presente –como dijo Benjamin Constant hace casi dos siglos– “las costumbres se componen de matices muy finos y flexibles; sólo la opinión puede juzgarlas, porque es de la misma naturaleza”. Ese es un hecho elemental de la vida social. Cuando la ley es demasiado ciega a las costumbres, generalmente termina siendo la ley que queda afuera de la realidad.

*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.