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Apuntes en viaje

Estados muertos

Los opositores se negaban a reconocer los méritos de un Estado benefactor considerándolo no una inversión sino un gasto sin retorno para alienar voluntades o votos.

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Estados muertos. Los opositores se negaban a reconocer los méritos de un Estado benefactor. | Marta Toledo

Trato de hacer memoria y recordar en qué país percibí la omnisciencia de un dictador en la voz del pueblo. En La Habana, en pleno verano, el ruido de los viejos aires acondicionados prendidos con todas las puertas de las casas abiertas, no dejó de llamarme la atención. “Es que aquí la electricidad es muy barata”, me contestó un vecino, “aunque hay muchos apagones. Igual yo le agradezco al comandante, ¿dime cuánto cuesta la energía en tu país?”.

Solo en Cuba y Venezuela detecté una referencia permanente a Fidel Castro y a Hugo Chávez, que dividía la opinión pública y flotaba en la atmósfera bajo la forma de un tabú. Las medidas de ambos líderes habían herido intereses de minorías, grupos y clases sociales privilegiadas, y a la vez habían afectado el libre albedrío de una parte de la población. Era natural, a la vez, que la parte agasajada por algunas medidas respondiera efusivamente a las críticas de los disidentes y que existiera por ende una brecha. Para un visitante resultaba imposible esquivar ese desacuerdo y no percibir hasta qué punto la presencia de un líder totalitario enajenaba subjetividades y ocultaba cuestiones políticas centrales, como el verdadero rol del Estado. La presencia de un Estado grande, que subsidiaba la energía, la salud pública y la educación, eran puntos mal abordados del debate. Los oficialistas subestimaban los subsidios, como si para el Estado no implicara un costo y se tratara de una obligación natural. Los opositores se negaban a reconocer los méritos de un Estado benefactor considerándolo no una inversión sino un gasto sin retorno para alienar voluntades o votos. Nadie pensaba un Estado presente y vivo. Fuera benefactor o fuera indolente.

El caso del macrismo es raro, ya que con sus medidas improvisadas sobre la marcha perjudicó a todos y en la calle no se escucha a nadie medianamente satisfecho con este gobierno; a lo sumo algún moderado melancólico hablando de la pesada herencia o del “se robaron todo”. Hoy solo existe la posibilidad del macrismo a contraluz del kirchnerismo. En sí, después de tres años y medio de gobierno, es un conjunto vacío, un equipo sin ideas, con un Estado muerto. Hasta podría decirse que es un gobierno estratégicamente pensado para perjudicar a toda la población por igual y en este punto resulta paradójicamente ecuánime. Incluso el empresariado está atónito ante la perfidia del macrismo. Solo es comparable, en grado de negligencia, al gobierno de Maduro.

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A esta altura, cabe preguntarse cuál es la diferencia entre el autismo de un dictador y el sadismo de un tecnócrata. Empiezan a multiplicarse los pueblos torturados por políticos cínicos o idiotas –Trump, Bolsonaro– pero el caso argentino, otra vez, no deja de ser una anomalía. En un reciente spot, Macri, para anunciar nuevas medidas anti-inflacionarias, visita a la vecina de siempre, y no hace más que mostrarse como un Mesías desmemoriado que alivia a la población de un tormento que él mismo infligió. En el rictus de un Macri ojeroso y compungido leemos: “Sí, voy a parar un rato, porque quiero que sientas alivio, para que no pierdas sensibilidad ante el dolor”. Claro está que lo que podría venir después de la pausa es peor que lo anterior, sobre todo porque lo único que en estos años construyó Macri son fuerzas de seguridad y dispositivos represivos para controlar la urgente respuesta a tanta idiotez.