COLUMNISTAS
póstumos

Estar en contra

28_11_2021_logo_ideas_Perfil_Cordoba
. | Cedoc Perfil

La preciosa Editorial Vinilo agarró el toro por las astas (bah, el tubo) y nos llamó a varios autores con una propuesta deshonesta: escribir en contra. De algo, de cualquier cosa. El experimento suponía arengar desde el odio para armar un libro de colección, El libro de las diatribas.

A mí me costó mucho. Será porque no soy ensayista y porque cuando escribo teatro las voces no son las mías: es fácil meter bocadillos de enojo en personajes que no necesariamente tienen razón.

Abro el libro con el prejuicio a flor de piel: espero un desfile de gritones desaforados, puteando contra el matrimonio, la muerte, la cancelación, los superhéroes, el consumo, la bondad, lo útil, el trabajo, la imaginación, la nostalgia y la sumisión. Pero no pasa: somos una jauría de chihuahuas cebados pero algo reblandecidos por una luz interior –¿la de la poesía?– que en el contexto explícito del enojo no hacemos más que echar rara luz de melancolía sobre estos temas. La nómina de fiscales descarriados incluye a Juan Sklar, Andrea Calamari, Ángeles Salvador, Dolores Gil, I Acevedo, Juan José Becerra, Mariano Tenconi, Osvaldo Baigorria, Tamara Tenenbaum, Virginia Cosin y un servidor. No hay uno solo de nosotros que no confiese entre líneas un profundo, sesgado amor por aquello que decide criticar en apariencia.

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Me remito a la prueba más contundente y más conmovedora: entre la escritura del libro y su publicación, la irreverente Ángeles Salvador, que diatribó en contra de la mismísima muerte, tuvo la torpeza de morirse inesperadamente, ya en junio, y a una edad horrorosamente temprana. Su nota cierra el libro (que le está dedicado) y recicla y engrandece todo el conjunto: es así su primer texto póstumo. En apenas diez páginas, Ángeles lo dice todo sobre la muerte; no se deja nada afuera, como una filósofa intempestiva, armada de una ráfaga de luz prestada quién sabe por qué fuerzas. Luego, se muere. Rubrica lo bien dicho con una firma definitiva y le presta a todo el libro un lacre mágico, como si al final de cada una de estas diatribas locas cada autor muriera también con ella un poco, como para no poder ya desdecirse, como para desafiar a los lectores: ¡vengan de a uno, que acá estoy y me la banco!