El arribo de Evo Morales a la ciudad de México remueve las viejas historias de asilos y refugios que vivió nuestra América Latina en el siglo XX y especialmente, de aquellos exilios que nacieron en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional en los años sesenta y setenta.
El inmediato ofrecimiento de asilo del gobierno mexicano no debe sorprendernos. Durante todo el siglo anterior, México forjó una política exterior receptiva y de “puertas abiertas” a los perseguidos políticos. El 11 de septiembre de 1973, con el brutal golpe de Estado dado por el General Pinochet al presidente Salvador Allende, el gobierno mexicano dispuso inmediatamente a todo su dispositivo consular al servicio del gobierno de la Unidad Popular para que Allende, su familia y sus funcionarios pudieran poner a salvo su vida. Allende optó por quedarse en La Moneda, con un desenlace inolvidable para todos.
La tradicional protección mexicana no debe ocluir que esta se fue forjando al calor de contradicciones históricas. Como bien ha desarrollado el especialista Pablo Yankelevich, esta política exterior humanitaria de asilo ha convivido con medidas represivas y de control de la oposición política interna en el mismo país. Un caso que ilustra este doble rostro se expresa en la amplia recepción que se dio a los exiliados sudamericanos –chilenos, uruguayos y argentinos- que arribaron al país en los sexenios de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982) y cuya “contracara” fue la persecución, prisión y exilios de otros mexicanos vinculados a organizaciones estudiantiles del movimiento del ´68.
Qué dicen en el kirchnerismo de la renuncia de Evo Morales
La salida al exilio del ahora ex presidente Evo Morales y de Álvaro García Linera nos recuerda las imágenes de esos exilios del Cono Sur. Las fotografías de los aviones que operan como puentes aéreos para poner a salvo la vida y la libertad, expresan la imposibilidad de encontrar protección en países cercanos geográficamente. En este caso, no sólo operan afinidades ideológicas para que México sea el país de refugio. Como señaló el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, en la decisión de aceptar el ofrecimiento mexicano tuvo que ver también con evitar las persecuciones que podrían darse a nivel regional. Observando los gestos celebratorios del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, ante los hechos ocurridos en Bolivia, el rechazo del gobierno peruano a permitir que el avión de Evo atravesara la frontera aérea y la tibia respuesta del gobierno argentino encabezado por Mauricio Macri frente a una ruptura institucional que no fue considerada todavía un golpe de Estado, el temor a una escalada represiva extra territorial es más que comprensible.
Pero el incipiente exilio boliviano no es sólo el de Evo Morales, ni el de sus ministros recién llegados a suelo mexicano. En las últimas horas se conocieron episodios preocupantes que están ocurriendo en Bolivia en los que se impide el asilo de funcionarios y allegados al gobierno de Morales. Por ejemplo, en las primeras horas posteriores a la renuncia de Morales, la embajada argentina habría actuado evitando la recepción de bolivianos que llegaban solicitando refugio para resguardarse de la violencia militar. Hasta ahora, sólo Carlos Romero –Ministro de Gobierno- y Mariana Prado – Ministra de Planificación-, lograron ingresar a la embajada argentina a pesar de los esfuerzos de nuestro gobierno por desalentar.
En este punto vale la pena recordar que el asilo es un instrumento de protección interamericano cuya ejecución recae en el Estado asilante, pues es quien tiene la facultad de reconocer las causas de persecución por las cuales una persona pide protección en una embajada. Sin embargo, la salida del país se produce a través de salvoconductos que ofrece el Estado expulsor, es decir que en el otorgamiento del asilo se entretejen una serie de negociaciones diplomáticas y de relaciones de poder entre los Estados cuyo resultado no siempre puede anticiparse. Por ejemplo, uno de los asilos más disputados por el gobierno mexicano durante la dictadura militar argentina fue el del ex presidente Héctor Cámpora quien vivió encerrado en los muros de la embajada mexicana en Buenos Aires durante tres años y seis meses. El salvoconducto que puso fin al cautiverio de Cámpora fue brindado en el gobierno de Viola una vez que la salud del ex presidente se había deteriorado por el avance de un cáncer fulminante. La salida al exilio de Cámpora hizo de México un lugar donde morir.
Hace 14 años, Evo Morales lideró su propio "golpe" contra el anterior presidente
Pero por fuera de las embajadas y de los aeropuertos habrá otros exilios que se estarán produciendo ahora mismo, de forma anónima, solapada, cruzando fronteras con temor y silencio. Serán los exilios de los indígenas, de las mujeres y feministas bolivianas, de los líderes populares de los barrios pobres de Bolivia. Serán los exilios de los de “a pie”, de los que no van en avión, de los que buscarán poner a salvo a sus familias, a sus amigos o a sus ideas. Esos exilios que no llegarán a la primera plana de los diarios y en nuestro país podrán confundirse con las migraciones “corrientes”, con los que buscan trabajo y que viven con el estigma de un gobierno que los criminaliza.
Todos estos exilios, desde las dirigencias hasta “los de abajo”, son el gesto inaugural del nuevo gobierno boliviano: un gobierno que se inicia de facto, excluyendo, persiguiendo y reprimiendo. A la vez, estos exilios reabrirán los desafíos para nuestros países latinoamericanos: pondrán en agenda el carácter solidario de nuestras políticas de Estado y sobre todo de nuestras acciones ante ese “otro/a” que llega perseguido.
Doctora en Historia (UNLP), Investigadora del IDAES-UNSAM / CONICET. [email protected]