El proceso de surgimiento de la pandemia permitió expandir de manera considerable un recorrido ilusorio de la política, en el que convertía a toda la sociedad en dependiente del Estado. Ese proceso adquiría además el ropaje de la denuncia de la situación opuesta, anterior, sobre un mundo que merecía ser denunciado como maligno y que finalmente exponía su necesario final. Al mismo tiempo, gran parte de los análisis indicaban un supuesto proceso de auto conciencia en relación a una identidad en el ser del mundo que se asumía como equivocada, y que ahora se mostraba dispuesta al cambio.
La unión de denuncia y reconocimiento (algo que a Stalin le fascinaba) conformaba el combo abultado de seguridad que permitió por meses la transmisión de un programa televisivo de tres hombres (sin mujeres) en donde con total seguridad Argentina exponía su superioridad global en gráficos de barras y curvas. A los 162 días, cuando se esperaba una emisión nueva del programa, dejaron solo un adelanto de 5 minutos de la próxima temporada en un video con sabor a poco. Eso es lo que quedó del Estado potente y expositor de su grandeza y sabiduría: un video de YouTube para redes.
En estos días Alberto y Cristina se hermanaron en el diagnóstico y reflejaron juntos aspectos concordantes del Estado. Un texto de la vicepresidenta señalaba que lo que el Congreso estaba por tratar no podía considerarse una verdadera reforma judicial. Hace dos semanas, al comunicar la extensión de la cuarentena, Alberto Fernández señalaba que “seguimos hablando de cuarentena sin que en la Argentina exista cuarentena”, mientras anunciaba una nueva cuarentena.
No fueron los únicos en remarcar problemas con lo que es o no es, ya que de nuevo la comparación con los países nórdicos ofreció una respuesta, ahora de Finlandia, negándose como regulador del precio de las telecomunicaciones, y el ex presidente Macri se ocupó de negar aquello que supuestamente había dicho. La ilusión de un Estado total y ordenador se parece muy poco a este caos de referencias y opiniones pero muestra su real disposición operativa.
La estrategia de la aplicación de la cuarentena comienza a convertirse en una amenaza seria y compleja: adquiere las características de aquello que se señala como su negación. Argentina tiene ahora una curva ascendente de contagios, la más pronunciada y sostenida en la región, lo mismo que los decesos, y comienza a producir un patrón ya observado en casi todos los países en donde tarde o temprano los contagios no pueden evitarse. Si esto se efectiviza, nuestro país solo habrá dilatado una situación, en vez de enfrentarla y aceptarla. Y así como en otras expresiones de estos días, podrá decir que esto no es una verdadera cuarentena, sino un aplazamiento.
Existe una cierta ética en el comportamiento histórico de la dirigencia política que recurre a un discurso del cambio sobre un cuerpo social que no ofrece señales de aquello que se indica.
Macri pasó los últimos dos años de mandato diciendo que el país estaba mucho mejor y preparado para salir adelante y que ya todos habían comprendido que el camino no era aquello que indicaban como retroceso, para luego darse de frente con la brutal realidad de una derrota extensa. En 1931 el dictador Uriburu consideraba que la sociedad ya se había curado de la horda radical y que por lo tanto las elecciones en la provincia de Buenos Aires podían producirse evitando la resurrección del partido derrocado, algo que demostró ser lo contrario. Hasta el kirchnerismo imaginó que su ola estatista había garantizado evitar el retorno de experiencias políticas conservadoras.
Todos llegan con la ilusión teórica del cambio que bloquea aquello que se quiere contener, moviendo el mundo hacia una dirección que consideran correcta, para luego ser empujados por la vida social hacia la realidad contraria.
Los procesos de decepción no convierten a la política en un articulador de procesos diferentes, sino en un catalizador que aumenta la continuidad de conflictos previos. Como agentes acostumbrados a intervenir en otros ámbitos, como la economía o la justicia, su visión del mundo es la de la invasión.
La justificación para regular tarifas las encuentran en el exterior, es decir en el mercado. Las acusaciones de corrupción en la justicia, pero nunca en el terreno propio porque la política no puede pensarse a sí misma en Argentina más que como un pasajera en tránsito hacia otros mundos. El Estado ingresa de este modo en una paradoja en la que trata al mundo, pero a un mundo en el que no se termina nunca de incluir.
Esa externalidad le hace ilusionar como si existiera en calidad de observador externo y que, al no incluirse en aquello que describe, puede no someterse a sus modificaciones, algo que con las reducciones de sueldos y gastos queda muy en evidencia.
El viernes 28 faltó la palabra del gobernador bonaerense, sobre todo para contar el estado de la situación global de la pandemia. Mientras Larreta dio su propia conferencia de prensa, Kicillof ha dejado lugar al silencio ese día en lo que puede ser interpretado como un ruidoso reconocimiento de la gravedad de su situación, aunque el foco ahora se expanda por el resto del país. Ya habrá oportunidad para hacer uso de las externalidades para decir que en Ciudad de Buenos Aires todo está peor que en el Conurbano. Su caso es realmente el de un experto en buscar causas en mundos extraños.
Si algo logró el Covid es nuestra inserción en el mundo. Y por más que intentemos mostrarnos como únicos y diversos, estaremos con los mismos problemas que todos, aunque en nuestro caso expliquemos que sabremos cómo intervenir para hacer de nuestra tierra el espacio para los milagros, que algún día llegarán.
*Sociólogo.