COLUMNISTAS

Existencialismo

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Una elocuente presentación del estado real de la Argentina fue proporcionada días atrás por el ministro Héctor Timerman. Micrófono en mano, el hijo del gran periodista Jacobo Timerman vociferaba en un comité peronista del barrio porteño de Boedo: “¡Andate Cobos, la puta que te parió!”. Jacobo escribía en The New York Times y en The New Yorker. Héctor es canciller de la Argentina.
Pero este Timerman es apenas un emergente menor, aunque representativo, de un estado de cosas. Estela Barnes de Carlotto, por quien el Gobierno hizo fuerte lobby en procura de que le dieran el Premio Nobel de la Paz, mostró un aspecto bastante aterrador de su personalidad el sábado, cuando una radio le pregunto qué opinaba de que al vicepresidente Julio Cobos no lo hubieran dejado participar del velorio de Néstor Kirchner. “Yo creo si iba Cobos, está (sic) internado”, aseguró la jefa de las Abuelas de Plaza de Mayo. A la diputada y dos veces candidata presidencial Elisa Carrió, Carlotto la identificó como “la señora gorda que ahora se hace maquillaje y todo lo demás”. Carlotto eligió luego nada menos que a Radio 10 para barruntar que tal vez sufrió “un lapso de locura instantánea y agresividad”, aunque se eximió, porque la muerte del ex presidente –dijo– la había llenado de dolor y llanto.

No se aparta de esta huella el pintoresco ministro de Economía, Amado Boudou, legendario ya, porque para él los periodistas son parecidos a los esclavos judíos que limpiaban las cámaras de gas en la Alemania de Hitler. Abocado ahora a temas más específicos, Boudou postuló que la inflación, que hoy se ha instalado innegablemente en la Argentina, es un tema que afecta sólo a la clase media alta.

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En la mirada de Boudou, que siempre sonríe a las cámaras y hace la V de la victoria con sus dedos, una esgrima que debe haber aprendido en sus juveniles jornadas como alumno de la híper neoliberal Universidad CEMA, el asunto pasa por el alto costo de los lujos de la burguesía media, a la que le suben los colegios, las cocheras, las prepagas y los psicólogos. Nada de eso padece el pueblo, al que nadie le aumenta nada y que paga por los alimentos apenas un ocho por ciento más que hace un año.
¿No es acaso el mismo país al que el Gobierno le acaba de regalar una inflación de ocio para los próximos años? Al elevar a 17 la lista de feriados nacionales en 2011 y los años subsiguientes, el Gobierno aporta felicidad al pueblo. ¿Quién puede estar en contra de que se trabaje menos y aumente el número de días de asueto que deben añadirse al pago de las nóminas laborales?
Pocas medidas más populares se podrían haber tomado que regresar al Carnaval largo de cuatro días de jolgorio, “como antes”. Además, para que lo correcto y lo incorrecto se enhebren dejando felices a todos, el decreto presidencial (alega la Casa Rosada que la norma salió así porque el Congreso no funciona) tuvo el cuidado de mejorar la calidad de vida de la población, pero respetando sus principios profundos.

¿Qué hizo? Como la Argentina ha resuelto hace varios años paralizar sus tareas cada 24 de marzo (la fecha en que asumió la dictadura militar en 1976) y en 2011 ese día “cae” jueves, el Poder Ejecutivo concedió un bonus track: agregó como día no laborable al viernes 25, declarado insólitamente feriado turístico. El jueves 24 nos acordaremos de los miles de desaparecidos, pero ya en marcha al fin de semana largo, abocados a la hedonística celebración de la vida. Mejor imposible, un bonapartismo existencial que deja dichosos a todos.
En anticipo de esos fastos, además, el Gobierno dice “recuperar” la noción de soberanía nacional al implantar la recordación de los episodios de la Vuelta de Obligado como feriado obligatorio. Otra vez se interpone la malicia de los almanaques: como la fecha es un sábado, en un colosal esfuerzo de creatividad se recordará la batalla del 20 un lunes 22, de modo que los argentinos puedan hacerlo junto a un quincho, en las playas, o reservando alquileres en los sitios veraniegos. Soberanos, pero nada imbéciles, qué embromar.

No pasa un día entero sin que la Argentina proporcione indicios y emita señales que revelan su predicamento verdadero, al margen de ilusiones y “relatos”.
Un caso elocuente es el del ambicioso gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey. Desembarcó en Europa en preparación de su carrera política futura en búsqueda franca de “oportunidades fotográficas”. Eligió debutar con Silvio Berlusconi, el indescriptible sexópata septuagenario elegido por los italianos como jefe de gobierno. La foto de Urtubey y Berlusconi vino acompañada de las declaraciones del magnate peninsular a los periodistas en el lugar: “Las mujeres gustan de mí porque soy simpático, rico y viejo”. Ultimamente, Berlusconi anduvo un poco sofocado porque los medios han estado hurgando en sus juguetonas peripecias nocturnas y comprobaron que “las mujeres” de las que habla suelen ser menores de edad a las que el primer ministro recompensa con la habitual ternura de su billetera.
Podría uno regocijarse con la deliciosa liviandad de los tiempos, coloreados por una imponente combinación de frivolidades, mentiras y trampas varias. Así, es ilustrativo releer las palabras del aspirante presidencial Felipe Solá en el homenaje a Kirchner en la Cámara de Diputados. Para el diputado bonaerense, a quien el aparato oficial de operaciones en los medios llamaba “Felipe Solo” (sic), Kirchner “recuperó la conciencia nacional y argentinizó el manejo de la economía”. Para Solá, “eso no tiene precio”. Concluyó: “Si esta muerte les resulta dura a los pobres, los equivocados somos los de la oposición”. Lo crocante es que hasta la semana pasada, Solá venía colgando de postes y columnas un cartelito que sólo decía: “Mejor Felipe”, una melancólica copia de la campaña que hizo el radical Jesús Rodríguez hace nada menos que 23 años, cuando en las legislativas de 1987 su campaña a diputado llevó como leitmotiv el “Mejor Jesús”.
Nosotros, los argentinos, nunca nos aburrimos, aunque a menudo lloramos.