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Famoso pluralismo

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La guerra “al indio” empezó tal vez a ganarse así: al decir “el indio”. El resto, por supuesto, lo hicieron los fusiles Remington. Pero en el empleo del singular estaba ya, en cierto modo, la marca de la reducción, al concebir a los indios como si fuesen uno solo, es decir, anulando su diversidad real para subsumirlos con prepotencia en una homogeneidad imaginaria. Da lo mismo cuando se dice “el gaucho”, “el negro”, “el judío”, “el puto”: la fórmula del singular es la que encaja y cristaliza la posición del subalterno. Con esa clase de definición, ya está en germen el mecanismo que esencializa una identidad, la que no podrá lucir entonces sino como un destino imposible de modificar. De ahí al estereotipo hay apenas un paso. Y de ahí a la estigmatización hay apenas un paso más.
En un punto, da igual lo que luego se predique: la afirmación de que el judío es avaro no es más arbitraria que la afirmación de que es inteligente, la afirmación de que el gaucho es vago no es más arbitraria que la afirmación de que es noble. La supresión del plural, y de lo plural, cosifica: suprime la historia y los condicionamientos sociales que explican conductas y temperamentos, debilita o directamente anula la perspectiva de una transformación.
Alguna vez conseguiremos, estoy seguro, la plena emancipación de las mujeres. Y pasaremos a decir así, mujeres, en lugar de tanto hablar de “la mujer”. Esa lucha, a la larga, triunfará. Aunque el martes pasado haya sufrido, por cierto, una buena cantidad de reveses.