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por critica a rita segato

Feminismo y Bolivia

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Puede hablar el subalterno?”. La pregunta que formuló Gayatri Spivak en 1985 bien podría resonar como una reflexión sobre el posicionamiento ante el feminismo de Domitila Barrios de Chungara en Si me permiten hablar (1975). Trabajadora de las minas en Bolivia, sus inicios en la política se dan, paradójicamente, en su rol de esposa de un minero, el Comité de Amas de Casa del Distrito Minero Siglo XX. Con el patriarcado inscripto en su subjetividad, Domitila no dudaba en subordinar la lucha por los derechos de las mujeres a las de los trabajadores de izquierda: la revolución socialista y antiimperialista sería la garantía de la equidad de género. Luego de una gesta heroica que incluyó su encarcelamiento y tortura en la Masacre de San Juan (1967) y la huelga de hambre que derrocaría a Banzer (1978), fue condecorada por Evo Morales con la Orden del Cóndor de los Andes en 2012. Luchas como las de Domitila son las que tranquilizan al paradigma de la dualidad chacha-warmi, modo dualista de organización de la sociedad y el cosmos y horizonte utópico del indianismo. En un escenario post Guerra Fría, otros esencialismos ocupan el lugar de la revolución socialista para confrontar al capitalismo global.

La convocatoria multitudinaria ante el golpe de Estado en Bolivia que culminó en llamamientos comunes de las mujeres sikuris de Buenos Aires dejó en claro su adhesión a un ideal dependiente de un modelo de sociedad prehispánica, en el cual el lugar de la mujer estaría marcado por su complementariedad con el hombre. La desigualdad que trajo el español se habría perpetuado a través de las políticas de los Estados-nación y el capitalismo. El pedido de apoyo apeló a símbolos y emociones más cercanas a la identidad étnica que a su condición de mujeres en una sociedad androcéntrica: llevar la wiphala con orgullo y dignidad, ser mujer de trenza y pollera, tener amor al Ayllu y ser indígena.

Hay un abismo entre este feminismo y el sufragismo, o el de segunda ola, todos ellos gestados por la lucha y la reflexión teórica de las mujeres subalternizadas en las sociedades hegemónicas (a las que tanto debemos las mujeres de la periferia). Y tocar el siku en ese contexto, una vez ganado el derecho a ocupar ese lugar tradicionalmente masculino, puede llevar a subsumir la lucha por la igualdad en un esencialismo, que las reubica en una relación complementaria asimétrica de poder.

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La reacción publicada en la página de Facebook del grupo “Tejido de Profesionales/Indígenas” por las críticas a Evo Morales de la antropóloga feminista Rita Segato (entre otras cosas, Segato recordó que Morales planeaba retirarse de la vida política al lado de una quinceañera) no responden solo a un recorte que eludió su condena al golpe de Estado, sino a una acusación ad hominem (en este caso, ad feminam) por su carácter de “blanca”. Segato no sería capaz de comprender el machismo colonial por no haberlo sentido en su cuerpo no indígena, en su cuerpo blanco con privilegios. La historia personal de Rita Segato se encarga de desmentirlo, pero más allá de eso, parece difícil que una mujer con poca melanina (y subalternidad de género intacta) pueda criticar a un indígena con privilegios de género pero con subalternidad étnica.

Es lamentable no permitir una crítica de un/a aliado/a que ha mostrado públicamente su apoyo a los feminismos del sur y condenado el colonialismo del poder. Pero es doloroso e inaceptable que se sospeche de –y se condene a– las voces que se resisten a alinearse con modelos que esconden nuevas formas de subordinación femenina cuando la pigmentación de aquellas que las pronuncian no alcanza los niveles apropiados.

 *Equipo de Antropología del Cuerpo y la Performance, UBA.

**Departamento de Folklore, UNA.