El economista inglés que en 1798 escribió Ensayo sobre el principio de la población, Thomas Robert Malthus, pasó a la historia por pronosticar que el crecimiento de los habitantes sería a mayor ritmo que el de la producción de alimentos, generando hambrunas e, indirectamente, un límite al aumento de la población: la cantidad de alimentos crecía aritméticamente y la de personas, geométricamente.
Después de haber multiplicado la población por ocho desde los mil millones de personas de cuando Malthus escribió su célebre libro, la cantidad de habitantes estaría encontrando su límite a mediados de este siglo, según los pronósticos, con 11 mil millones de personas, pero ya no por falta de alimentos sino por la libre planificación individual de descendencia.
La canasta básica de alimentos promedio mundial aumentó el 37% en dólares desde la pandemia
No solo las predicciones de Malthus no se cumplieron sino que los avances tecnológicos hicieron que la producción de alimentos creciera incluso a mayor ritmo que la población, generando durante el siglo XX que el precio de los alimentos se abaratara. Pero a comienzos del siglo XXI comenzó a subir porque las personas ingieren alimentos cuya elaboración resulta más costosa: el ejemplo clásico es el de los asiáticos comiendo carne en lugar de arroz. Y está volviendo a aumentar ahora, después del covid, empujando la inflación mundial tanto cuanto el aumento de emisión de las principales monedas del mundo. Desde marzo de 2020 las carnes y los lácteos aumentaron en dólares el 16%, los cereales el 37%, el azúcar el 64% y los aceites el 97%. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la canasta básica de alimentos mundial se incrementó un 37%, lo que está produciendo una fuerte crisis alimentaria y social en muchos países. El gobierno de Corea del Norte llamó a su población a “comer menos” para contribuir a reducir las consecuencias de la falta de alimentos en sus habitantes de menores recursos. La cantidad de personas que sufren inseguridad alimentaria se acerca a mil millones, un 14% del total de la humanidad, y de ellas 700 millones sufren hambre crónica, situación que las Naciones Unidas calificó como “catastrófica y sin precedentes”: ya hay 45 países que necesitan ayuda exterior para recibir alimentos básicos.
Hace un mes, antes de ser sustituida en la Secretaría de Comercio por Roberto Feletti, Paula Español sostenía que “no hay razón para que haya aumentos de precios en los alimentos” sabiendo que no era cierto: solo en un mes, el precio mundial de alimentos subió el 3% en dólares.
El eventual desabastecimiento que podría producir el congelamiento de precios dispuesto por Feletti se generaría en un contexto en el que en todo el mundo faltan desde chips hasta papel higiénico, agua mineral, ropa, comida para mascotas y hasta juguetes de Navidad, según prevén en Estados Unidos. Por la pandemia se cerraron fábricas, se rompió la cadena de suministros y hoy los puertos no dan abasto después de haberse consumido los stocks durante gran parte de 2020. Pero al mismo tiempo el consumo de todo sigue aumentando y las proyecciones indican que seguirá creciendo.
Para un país productor de alimentos como Argentina, el aumento mundial de sus precios –como el aumento de la inflación en dólares al deber en esa moneda– es una buena noticia y sus beneficios son mayores que los problemas que genera en los precios internos. Lo mismo el aumento de los costos de energía para un país que tiene en el sur la segunda reserva mundial de shale oil y gas: Vaca Muerta, y en el norte la segunda mayor de litio. La “trampa malthusiana” es trasladable no solo a los alimentos sino a la mayor demanda de todos los recursos naturales, como lo evidencia el creciente reclamo por la ecología y el calentamiento global, hasta la solución que proponen varios súper ricos norteamericanos de colonizar planetas vecinos. Pero mientras tanto, ¿es una bendición o una maldición, para un país en particular, tener abundantes recursos naturales en un mundo que los demanda cada vez más?
Mañana PERFIL dedicará sus reportajes largos a dos prominentes filósofos del mundo académico norteamericano. Uno de ellos es el profesor de Filosofía de Yale Thomas Pogge, miembro de la Academia Noruega de Ciencias y cofundador de Academics Stand Against Poverty, para quien “los países que tienen muchos recursos naturales tienden a tener malos resultados en materia de desarrollo. El orden supranacional en el que operan es decisivo para entender por qué les ha ido tan mal en términos de erradicación de la pobreza; los economistas tienden a dejar de lado esa parte de la explicación y solo se fijan en los factores nacionales”.
Malthus creía que el ser humano construye su personalidad contra la adversidad, que la falta de una resistencia por parte de la realidad quita obstáculos pero también incentivos para el esfuerzo y la creatividad. Que la voluntad de superación precisa restricciones para existir.
Noruega exporta siete veces más petróleo por habitante que Venezuela pero sus exportaciones de petróleo representa solo un 34% del total de sus exportaciones, mientras que en Venezuela representan el 80%. Problema recurrente en toda Latinoamérica donde, al mismo tiempo de no poder reducir sustentablemente la pobreza, los productos primarios representan el 88% de las exportaciones de Ecuador, el 83% de las de Bolivia, el 82% de las de Chile, el 78% de las de Perú, el 72% de las de la Argentina, el 66% de las de Uruguay y el 64% de las de Colombia.
Falta de restricciones quita obstáculos pero también incentivos para el esfuerzo y la creatividad
El segundo reportaje lardo será a Richard Bernstein, probablemente el filósofo pragmático vivo más destacado de su país, quien con sus 89 años es continuador de John Dewey, compañero de Richard Rorty y divulgador en su país de filósofos europeos como Jürgen Habermas, Hans-Georg Gadamer y Jacques Derrida. Bernstein es propulsor del “pragmatismo falibilista comprometido”, la cura de la grieta, sobre lo que continuará la próxima columna.
La paradoja de las materias primas y la grieta son los dos problemas sobre los que, por su magnitud, la política tendrá que ir a buscar respuesta en la filosofía.
Continúa mañana: “Filosofía y política (II): Pluralismo comprometido”