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Fin de saga

Amber Heard y Johnny Depp
Amber Heard y Johnny Depp | Instagram

No hurgué en los detalles del juicio Johnny Depp vs. Amber Heard, pero me inquieta lo que se oye ahora que el veredicto vino a poner fin a esta saga de chismes escatológicos y de tomas de partido a control remoto: gente que ni conoce a los imputados ensaya sus artes para el juicio y discierne con entusiasmo quién tiene la razón y cómo esa razón se vincula al género. 

Ahora, el caso desesperado de la niña Arcoiris en La Rioja, obligada por la ley a seguir en contacto con su abuelo abusador, condenada la madre por intentar protegerla, desató una ola de indignación local. La superposición de ambos casos trazó extrañas repercusiones de lo uno (un triste divertimento de la fábrica de sueños norteamericana) en lo otro (un caso flagrante de corrupción y de injusticia en el aniversario del “Ni una menos”). Los muros han hablado: muchos usuarios (la mayoría de las veces masculinos) se permiten usufructuar el folio Depp/Heard para replantear que en el caso de abusos no siempre el varón es el culpable; un pésimo revés para el Me Too. Ojo a la lógica clásica: de premisas particulares es imposible deducir conclusiones universales. Y en este juicio millonario (se insinuó –incluso– escrito por guionistas) no hay premisas realmente de ningún tipo. Ni sabemos si los dos millones que Johnny le debe a Amber se descontarán de los quince que ella le pagará a él, pero todos estamos sacando esa cuenta ajena y el patrimonio de Amber es de seis millones (lo juro por Wikipedia), así que estamos ante un problema serio. 

De premisas particulares es imposible deducir conclusiones universales 

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Lo de La Rioja, en cambio, de ser cierto, es inaceptable y no se puede trasvasar la lógica que nos entretuvo con los astros remotos para juzgar estas culpabilidades. Pero el runrún de fondo es el mismo: la Justicia es un títere de dedos.

Además de Justicia hará falta un largo camino de educación, o de desaprendizaje, en aquellos valores que nos han traído acá. ¿Por qué no hay ropa de varones con corazones y con ponis? ¿Por qué no hay ropa de chicas con zombis y superhéroes musculosos? ¿Qué preparación ancestral (para la guerra, para el amor) les damos de facto a nuestros hijos e hijas? ¿El mercado de modelos se adapta a un tizne primigenio, glandular, o es al revés, y varones y mujeres somos productos de mercado que –vía neurosis– acaban a veces en estas tragedias?