Otra vez la manualidad, el origami socioterapéutico con el que los artistas nos abocamos a formalizar (darle forma a) nuestras denuncias, siempre algo impotentes. A la sociedad hay que hablarle por canales extraños y de formas originales. La competencia con la mera propaganda es atroz. Somos publicistas de ideas elementales; quizás por elementales, medio invisibles. Esta vez, la AMIA solicitó a actores una ayuda para visibilizar el reclamo por el atentado. Cada uno de nosotros sostiene la foto de uno de los 85 muertos y narra algo sobre la vida que hace 28 años le fuera arrancada. La acción será viralizada para que nombres y vidas vuelvan a sonar entre tanto ruido.
Un hecho fortuito le dará un empujoncito a la causa pendiente. Es el estreno de Iosi, el espía arrepentido, la serie de Daniel Burman y Sebastián Borensztein, basada en el libro de Miriam Lewin y Horacio Lutzky, quienes recogieron las intrincadas declaraciones de José Pérez, alias Iosi Peres, el agente de Inteligencia de la Policía Federal que en los 90 fuera infiltrado en la comunidad judía para informar sobre el Plan Andinia, ese disparatado invento antisemita según el cual Israel planeaba cultivar en el desierto y anexar la Patagonia a Israel.
Con elenco de lujo, de humor seco, cortante como un filo, como una lenta tortura, la serie desanda los pasos de Iosi, desde su conversión al judaísmo como un topo hasta su decisiva reconversión como doble agente para el Mo-sad. Tras el atentado a la Embajada, el personaje se da vuelta, convencido de que sus aportes a Inteligencia sirvieron para poner la bomba.
En la vida real nunca se lo escuchó en serio. La serie, en cambio, es un póker de aciertos. El argumento estuvo siempre ante las narices de todos nosotros y esta ficción de hechos reales recurre a una identificación explosiva; quizás gran parte del mérito sea del magnífico Gustavo Bassani, el protagonista para este milagro: su candor, su frialdad, su tormento, su pasión (delante y detrás de cámara) hacen que no podamos sino desearle el éxito a un personaje que –sin duda– ha de tener sus bemoles en la vida real.
Súbitamente preferimos desconocer todo del Iosi verdadero (hoy protegido como testigo) y acompañar con el deseo en alto a este doble espía, fruto de un género, sí, pero también de una realidad. Bassani no tiene una sola escena fácil; le perdonamos todo, incluso su antisemitismo, porque deseamos locamente que nos guíe hacia una verdad que hemos esperado demasiado pacientemente. Como una plomada que cae en línea recta, abrigamos la esperanza de que esa caída, esa cuerda tensada, señale a la verdad.
Creo que estamos ante un evento. En estos días pesqué a Lewin y a Lutzky por radios diversas. Un libro, una serie y un pueblo que se reconoce en imágenes pueden mover las telarañas densas y cuidadosas que han dejado impunes estas masacres. Ya es un montón.