Los testimonios de sobrevivientes, padres y vecinos de la escuela Robb, de Uvalde, en Texas, donde Salvador Ramos mató a 19 niños pequeños y dos maestras, coinciden en que la policía tardó mucho en actuar. Y luego de la masacre salieron a la luz unos protocolos de seguridad policial que producen gran estupor; hay una manera redactada en oficinas de organizar los cuerpos de estas tragedias, acorde a las soluciones que aquel Estado considera para tiroteos masivos: armar a ciudadanos y maestros y adiestrarlos en la defensa con gatillos. No se mira desde la perspectiva quizá más obvia: que el problema son exactamente las armas. Un mercado erotizado por propagandas, películas, retóricas y filosofías protege a un sistema que sigue cobrándose sus víctimas en niños.
Pensaba en esta naturalidad inexplicable, heredada, macerada, y recordaba esa pequeña maravilla que solo el teatro intraducible de Mariana Chaud puede armarnos sin solemnidad. En Pequeña Pamela, Chaud experimenta varios indecibles, todos juntos y sin pedir permiso. Imagina una tragedia cuasi griega, un Áyax que no existe, y pone a sus personajes en un plano conurbano de desagües y pandillas. Sin ser Texas, su obra arremete con varias irrepresentabilidades que suelen ser tabú para el escenario, desde el tema (una violación) hasta las formas (hilarantes y exóticas, sobre todo en actores iridiscentes como Santiago Gobernori, Lalo Rotavería o Iride Mockert, por mencionar solo a tres).
No se mira desde la perspectiva quizá más obvia: que el problema son las armas
Sentado allí en el Sarmiento el día del estreno se me antojaba (me gustaba fantasear con ello) que sería un escándalo, que habría debates y censuras. Una forma híbrida y audaz en un teatro público y alfombrado. Una pitonisa con ojo de cíclope salpica leche real de sus pechos realísimos a la primera fila. Un tío trolo revive el espíritu parakultural sepultado bajo cañerías y chetajes y balbucea su deseo en descomposición. Unos machos alfa prueban emojis y penetran lo que venga.
Pero no pasó nada. El público no se horrorizó. Está protegido por el aura de la cultura y entra en clave lúdica, delirante, reflexiva. Me inquietó esa naturalidad, ese giro hacia lo trágico; me inquietó –como a Chaud– que podamos seguir mirando lo que no conseguimos tolerar.