Mi amigo mexicano, el autor Luis Mario Moncada, publica en Facebook: “Antes hacíamos teatro porque nos gustaba actuar y contar historias. Ahora resulta que todos quieren ‘convivir’. Entonces, hagamos fiestas, ¿no?”.
Otros autores responden exaltados y con gracia que las formas de contar han cambiado, o que el espíritu del teatro fue siempre el de la fiesta, o que las becas del Fonca no son para fiestas y que por eso la vanguardia, etc. Alguien agrega que tal vez actuar ya no sea más eso de “reaccionar con verdad a estímulos falsos o ya conocidos”.
No sé si eso era actuar, pero si ha dejado de serlo es lícito pensar que actuar –en el mundo post dramático– vendría a ser “reaccionar con mentira a estímulos verdaderos o extremadamente novedosos”. La definición (tramposa, sí) no deja de parecerme estimulante. En esas obras donde personas reales hacen de sí mismas y reaccionan a un guión preparado para armar una noche en una sala, esta definición de actuación cuadra bien. La gente, en tales obras, coreografía sus experiencias verdaderas; las repite muchas noches, las transforma en guión, en mentira, ya que las condiciones de su presentación no son ni completamente periodísticas, ni psicoanalíticas, ni del orden de la confesión religiosa. Y a veces habrá gran teatro (misterio, juego, procedimiento) en ese ritual post dramático, y a veces no. Atención, las reglas del teatro siguen siendo las mismas cuando son exactamente las opuestas.
Yo pensaba que las redes sociales no servían para nada en el mundo real. Pero es el mundo real el que no sirve para nada en las redes sociales.