Ayer estuve en Brasil y pude sumar otro ejemplo de cómo una camiseta con los colores de la bandera junto a un himno coreado por decenas de miles de personas se convierte en el significante patria, y cómo patria es la infancia, en el yo mismo de la persona, su rasgo identitario primigenio. No viajé por el Mundial, estuve en San Pablo por trabajo, pero 24 horas alcanzaron para confirmar que siempre hay metonimia (selección-patria-infancia-yo), nada más que cada cultura, en cada ciclo de su evolución, la procesa diferente.
El diario Folha de São Paulo comparó la derrota de 7 a 1 contra Alemania diciendo que no sólo se trata de un partido de fútbol, sino de un reflejo de los tantos otros campos donde Alemania también golea a Brasil: 20 a 1 en cantidad de patentes registradas o 103 a 0 en Premios Nobel (sic). Y la revista Veja dedicó su tapa a cómo el mal humor por la derrota con Alemania perjudicará a Dilma en las próximas elecciones. La presidenta había subido de 34 a 38% en las encuestas mientras el Mundial se desarrollaba con éxito; ahora, el PT teme que pierda 1% por cada gol de Alemania y termine 3% por debajo de comenzada la copa (o 6% abajo cuando se compute el 3 a 0 con Holanda). Para colmo, el ministro de Deporte, Aldo Rebelo, salió a pedir una Futebras (por Petrobras) del fútbol donde “el Estado intervenga directamente” porque “exportar jugadores significa quitar un atractivo para que los estadios de fútbol se llenen”. La oposición criticó a Dilma por hacer que el Estado intervenga excesivamente en todo, comenzando por la economía.
La rivalidad con Argentina también se usó en la política: en 2007, cuando la FIFA designó a Brasil sede del Mundial 2014, el presidente Lula dijo: “Brasil sabrá orgullosamente hacer su tarea en casa, realizando un Mundial tan perfecto que ni un argentino podrá encontrar defectos”.
En Argentina, la situación es inversa y los analistas políticos se preguntan si nuestra selección resultara campeona esto aumentará la aprobación de Cristina Kirchner y si la alegría de haber llegado a la final se esfumará en horas o tendrá alguna influencia en el humor social de los próximos meses.
Las varias centenas de miles de argentinos que viajaron a Brasil en las últimas semanas –sólo este domingo, más de cien mil– muestran un pueblo que precisa mucho tener algo para festejar, generando la mayor invasión extranjera pacífica a otro país (fuera de las naciones miembros de la Unión Europea entre sí).
La revista Veja escribió sobre la derrota con Alemania: “No es apenas deporte, es vida, sea como metáfora, sea como una de las más aceptables, bellas y organizadas formas de liberación de la violencia innata del ser humano, el fútbol altamente competitivo de una Copa del Mundo revela el carácter de quienes compiten y por eso dolió tanto ver a quienes vestían los colores de Brasil paralizados, indefensos, sin una estrategia para enfrentar la superioridad del adversario”.
Pero el apesadumbrado Brasil tiene en su Banco Central reservas por casi 400 mil millones de dólares, una inflación anual del 6% y un crecimiento del producto bruto de poco más del 1%, en todos los casos golea a Argentina 14 a 1 en reservas, 7 a 1 en inflación, y en crecimiento ni vale hacer cuentas porque el nuestro es negativo.
Sobre aquello que la forma de jugar refleja el carácter –aunque sea excesivo trasladarlo a todo un país–, Argentina elige identificarse con Mascherano, a quien el humor de las redes sociales hizo memes con su rostro en el cuerpo de San Martín, como el Che Guevara, como soldado de Malvinas diciendo que él solo le ganaba la guerra a los ingleses, o como la que ilustra esta columna, donde es gladiador de la batalla de Termópilas en 300 y el texto dice “Mascherano negocia con los fondos buitre y trae vuelto”.
Para la apasionada Argentina, el fútbol, más que metáfora es metonimia, y casi lo único que por lo menos durante algunas semanas pudo cerrar parte de la grieta que abrió el kirchnerismo entre patriotas y garcas, o sea argentinos con un sentimiento nacional insuficiente para el interés de la patria, por lo menos según su modo de ver.
Pero durará poco, como en los carnavales, donde por algunos días está permitido que desaparezcan las categorizaciones habituales o en la Fiesta, tras la Noche de San Juan, donde “con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas; se despierta el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas”.
Es que en Argentina hay mucha irritación con el uso del fútbol que el kirchnerismo hizo para autoelogiar su gestión. La publicidad que se vio en la TV Pública durante los partidos fue tan exagerada y sobreactuada (¿quién les hace guiones tan burdos y les pide a los locutores esas entonaciones tan subidas?) que hasta Verbitsky se quejó por la banalización del acto en el que Kirchner ordena bajar un retrato de Videla. Y, para confirmar que el exceso lleva a más excesos, concluir con el Abuelo Quique, el jubilado de la publicidad de la Anses, quien se descubrió que era actor porno, remarcando aún más el factor irreal del relato. El kirchnerismo hizo tanto abuso de la metonimia que, solo, se expuso al ridículo.
El fútbol construye el clima social de muchos países, pero el componente patémico argentino, la emocionalidad con que se exterioriza la pasión, es mayor. Igual, quizás, ni el kirchnerismo capitalice los triunfos de la selección argentina ni Dilma pierda las elecciones por la derrota en el Mundial. Pero eso no quita que durante los partidos podamos abrazarnos hasta con quienes aborrecemos. Freud ya lo explicó en Psicología de las masas y análisis del yo, en 1919, pero no deja de sorprendernos cada vez que ocurre.