Hay dos tipos de hartazgo social. Uno es el que se expresa a través de la bronca con los políticos en particular y con la realidad en general.
El otro, en el que me incluyo, es el hartazgo con ese hartazgo. Es probable que este tipo hoy sea minoritario frente a lo que provocan los gritos del primer hartazgo.
Malditos políticos. Si la democracia sirve para algo, las campañas electorales deberían representar su mayor celebración. Porque es cuando se elige a los líderes que, se supone, intentarán resolver los problemas. Al menos es el instante en el que se abre esa esperanza.
Que sería el momento actual.
Candidatos que proponen una forma de gobernanza diferente a la de su competidor interno, como Rodríguez Larreta y Bullrich; candidatos que apelan a los sentimientos como Scioli, a un peronismo más aggiornado como Schiaretti o a la épica comporista; candidatos que vienen de afuera de la política como Manes o con experiencia de gestión como Morales; y hasta candidatos que quieren salir del capitalismo como Bregman o que impulsan un giro hacia el anarco capitalismo como Milei.
Pero los que deberían ser días de celebración del duelo de ideas y cargos, se traducen mediática y políticamente como peleas de cabaret. Lo que en el fondo parece irritar es que haya personas que quieran ocupar o seguir ocupando cargos públicos. Que son los políticos, esas personas que encarnan a esta realidad maldita.
Larreta-Macri-Bullrich: la grieta de fondo
La Argentina cruzó décadas en las que sólo eran militares y civiles designados por ellos (o viceversa) los que vivían de cargos públicos. Y la realidad no era más benigna. Al contrario, porque a los vaivenes de la economía se le agregaban las dictaduras que dictaban lo que se podía decir y perseguían y mataban sin derecho a la defensa.
Puede haber muchos que no lo recuerden y puede haber personas desesperadas que estarían dispuestas a ceder derechos humanos si supieran que recibirían otros derechos básicos, como el de alimentarse y curarse. Pero la opción no debería ser entre ese pasado y este presente, sino entre lo que se conquistó en estos cuarenta años de democracia y lo que falta por conseguir.
El Síndrome de Autoflagelación inhabilita la capacidad de registrar grises...
La mezcla de amnesia histórica, masoquismo interactivo y grieta social produce un Síndrome Cotidiano de Autoflagelación (SCA) en el que se da por cierto que todo tiempo pasado fue mejor, que el presente es un infierno y que el futuro inmediato no será mejor. Gane quien gane.
El SCA inhabilita la capacidad de registrar grises, provoca pérdida de la audición que imposibilita escuchar al otro, inhibe el sentido crítico y genera sensación de goce a partir del dolor.
...impide escuchar al otro, inhibe el sentido crítico y genera goce en el dolor
Es una patología que atraviesa a opositores, oficialistas, empresarios, intelectuales y periodistas. La cantidad de afectados creció exponencialmente en la última década y se los detecta porque emiten una frase que los caracteriza: “¡Nunca estuvimos peor!”. Que se usó en forma indistinta durante los gobiernos de Cristina, de Macri y de Alberto. Y de seguro se usará en el próximo.
Maldita realidad. El síndrome confunde a los especialistas, porque a veces no se sabe si se está ante un afectado o ante alguien que simplemente cuestiona la realidad que lo rodea.
Pero no es tan difícil distinguirlos. La diferencia es que quien padece de SCA siempre ve la realidad en blanco y negro, como una regresión infantil que desconoce los matices e impide detectar lo bueno entre lo malo y lo malo entre lo bueno.
Es cierto que la Argentina pone a prueba la cordura a cada instante y es más cierto que con una inflación del 120% y 40% de pobres cuesta más trabajo detectar cosas positivas.
Sin embargo, esos índices pueden convivir con otros que también son ciertos (baja de la desocupación, crecimiento del empleo registrado, mayor uso de la capacidad instalada, aumento de la actividad industrial). Son hechos que pueden parecer y ser contradictorios.
La realidad suele ser así.
Es posible que después de dos años de crecimiento, este año el PBI baje. Pero también es muy posible que en 2024, recuperando los US$ 20 mil millones que este año se perdieron por la sequía, con el ahorro de unos US$ 4 mil millones que generará el gasoducto de Vaca Muerta que se inaugurará este martes, más las nuevas explotaciones mineras y el buen precio de las commodities, el PBI vuelva a crecer. Sobre todo si va acompañado de las expectativas que pueda despertar un nuevo Gobierno.
Recuperar la capacidad de registrar los claroscuros es entender que rara vez todo está tan mal o tan bien.
Hubo años en los que el Indec dibujaba la inflación y no informaba la pobreza. Eso cambió en 2015 cuando Jorge Todesca asumió en el organismo y se mantuvo a partir de 2015 con Marco Lavagna. Uno y otro mostraron índices que incomodaron a quienes los habían designado, pero ni Macri ni Fernández intervinieron para modificarlos.
La libertad de expresión recuperada en 1983 siempre está en tensión con los poderes de turno. Esta editorial sufrió, como ninguna otra, todas las tensiones posibles. Desde la discriminación con las fuentes y los avisos oficiales hasta bombas y el asesinato de su fotógrafo más recordado, José Luis Cabezas. Pero también algo cambió a partir de 2015 y se mantuvo desde 2019 con el nuevo gobierno: las tensiones entre el periodismo y los poderes públicos subsisten porque no podría ser de otro modo, pero ambas administraciones aprendieron de los graves errores del pasado.
Milei, Macri y Alberto desafían a Cristina y a los candidatos de JxC
Vaca Muerta es el segundo reservorio mundial de shale gas y el cuarto del shaleoil. Que la producción de petróleo del primer trimestre sea la mayor de los últimos catorce años y que la de gas haya sido récord histórico en 2022, sólo se explica por la continuidad de un proceso que se remonta al segundo gobierno de Cristina y continuó, como razón de Estado, durante Macri y Fernández.
Son datos verificables, pero cualquier afectado por el SCA los negaría porque cuestionarían todo su sistema de certezas.
Bendito Abraham. Por eso, el verdadero problema no es el legítimo duelo por los cargos y la confrontación de modelos.
El problema es que la grieta genera una obnubilación del sentido crítico que impide pensar un futuro que incluya las razones y éxitos parciales de unos y otros.
Esta semana, a raíz de su nuevo libro (“Diario de un abuelo salvaje”) Tomás Abraham fue entrevistado por Tato Young.
El filósofo sintetizó bien aquel segundo tipo de hartazgo que mencionaba al principio.
El hartazgo de estar harto.
Es lo que lo llevó de dejar de escribir sobre política: “Me harté… no quiero participar de este clima negativo…No quiero empezar a decir que la educación es horrible, que la salud es horrible, que este gobierno es horrible, que el anterior fue horrible y que el próximo va a ser horrible. Eso es patológico, enfermizo, hace mal, no ayuda a pensar y si no pensamos no resolvemos los problemas… Nos dedicamos a hablar de los políticos y no de la política, porque la política es muy complicada, muy difícil. Es mucho más fácil hablar de los candidatos, echarle culpas. No hay algo más catártico que buscar culpables, Alberto, Cristina, Macri. Después están los ángeles guardianes, el Perón maravilloso del 50, el Néstor que en 2003 nos salvó la vida. Malditos y benditos. Y yo no quiero participar de eso, me quedo sin partituras, me quedo sin hablar.”