La arquitectura electoral que viene es, literalmente, la de una construcción de pisos y techos. Cuál será el mínimo necesario que cada espacio deberá conseguir para pasar a la siguiente ronda y cuál el límite máximo que difícilmente vaya a superar.
En el pasado, con un 35% / 45% de expectativas electorales, las dos fuerzas predominantes tenían chances de resultar competitivas en las PASO, en las generales y en un ballottage. Pero el fantasma Milei amenaza con dividir en tercios al electorado y a tornar incierto el futuro del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio.
Milei (el tercio de desencantados a los que refleja), Macri (el presidente que perdió la reelección) y Alberto (el presidente que no le dio para intentarlo), son los tres nombres que hoy desafían a los candidatos de ambas coaliciones.
Piso. En un partido como La Libertad Avanza, de conducción unipersonal, la candidatura del libertario es indiscutida. En JxC no, aunque el macrismo ya formalizó a sus dos competidores (Larreta y Bullrich) y el radicalismo, por ahora, atina a ir a las urnas con otros dos (Morales y Manes).
La particularidad de estos comicios es que las dos coaliciones no sólo luchan entre sí, sino que compiten...
En el oficialismo, por el contrario, la centralidad de la no-candidatura de Cristina Kirchner es tan excluyente, que hasta que ella no se expida, ninguna candidatura resultará creíble.
El acto del jueves expresa la vitalidad y las limitaciones de ese liderazgo. La vicepresidenta demuestra ser la única capaz, dentro de ese genérico llamado peronismo, de concretar una convocatoria semejante. Pero aun así, es un liderazgo que, dentro mismo del oficialismo, tiene sus propios pisos y techos.
Las miles de personas que se movilizaron son una demostración de fuerza interna y representan el piso más alto de un dirigente político argentino. Aunque, por sí solo, no alcanzan para ganar elecciones. Que es lo que le viene sucediendo al cristinismo desde hace una década.
Tampoco esas miles de personas son un fiel reflejo del universo completo que suele votar al peronismo. De hecho, no se hicieron presentes ni la mayoría de los caudillos del interior ni del movimiento obrero adscripto a la CGT.
Ese día, en “Modo Fontevecchia” (Radio Perfil y Net TV), el peronólogo Julio Bárbaro observó que el peronismo pasó de “expresar a la clase baja a expresar a un sector de la clase media”. Los Kirchner vienen de esos sectores medios y medios-altos que ingresaron a ese movimiento en la década del 70, alejados de la mitología peronista de los obreros sindicalizados de aquellos años.
...con el pasado reciente de cada una. El pasado-presente de Alberto y el pasado-cercano de Macri
El cristinismo es la representación actual de sectores medios y medios-bajos (pequeños y medianos empresarios, profesionales independientes, asalariados públicos y privados, movimientos sociales, intelectuales) que sintieron los beneficios económicos y culturales de los años kirchneristas. También conserva una parte del voto disruptivo antisistema (otra parte ya la tiene Milei).
La CGT no se siente demasiada identificada con quien la acusa de haber apoyado a Macri ni con gobiernos que promovieron el crecimiento de los movimientos piqueteros. Tampoco el peronismo del interior (más conservador, vinculado a los sectores rurales, empleados públicos que se referencian en los caudillos locales, no nacionales), es parte del voto cautivo del cristinismo.
Los movilizados por Cristina expresan el piso seguro de sus votos. El peronismo no cristinista representa un voto probable para hacer subir ese piso, lo que dependerá de quién sea el candidato final del espacio (Massa, Wado, Scioli, Rossi, Grabois).
En cualquier caso, el problema es el techo. A cuántos más votantes podrá convencer un oficialismo presidido por la vicepresidenta para vencer en los comicios.
Techo. Hay dos virtudes fundamentales que pondrán en la mira a Cristina y a quien ella elija: la honestidad y la eficiencia de gestión.
Sobre sus “descuidos éticos graves”, como los llama Alberto Fernández, ella lleva hecho un gran trabajo.
Durante los primeros años de kirchnerismo, salvo para esta editorial y otras excepciones, para la mayoría de los medios esos “descuidos” no existieron. En una segunda etapa, después de la crisis del campo, los Kirchner pasaron a ser culpables de casi todo tipo de delitos, desde la corrupción hasta el asesinato. Fueron los años en los que las cárceles y juzgados se colmaron de exfuncionarios y Cristina llegó a decir: “No pongo las manos en el fuego por nadie”.
Pero en una tercera etapa, ella avanzó en su estrategia de unificar en una batalla política las decenas de causas judiciales. Un relato que sirvió de prueba para convencer a un porcentaje significativo de personas, de que las acusaciones eran falsas.
Lo que no impidió que, al mismo tiempo, se solidificara en el resto la convicción de que esos descuidos éticos eran más que descuidos.
Y así como los que sí ponen las manos en el fuego por ella son el núcleo duro de su piso, los incrédulos de su honestidad forman el núcleo inflexible de su techo electoral.
Dando a estos últimos por perdidos, lo que el cristinismo podría aspirar es a subir ese techo apuntando a aquellos que podrían privilegiar en su voto la eficiencia de gestión. Que es la virtud a la que le dedicó todo el acto en la plaza de Mayo.
Tampoco es una tarea sencilla. En principio, porque ella es parte central de un Gobierno cuya eficiencia se encargó de cuestionar con tanta dureza.
Sin embargo, el jueves, pareció entender que si lo peor que le puede pasar es el regreso de la oposición al poder, entonces es imposible salvarse sin intentar rescatar lo que en estos años hizo el jefe de Estado que ella postuló: “Pese a los errores y equivocaciones, este gobierno es infinitamente mejor que lo que hubiera sido otro de Macri.” También reconoció que el PBI de 2022 terminó casi un 40% arriba del que dejó el ex presidente. El reconocimiento a su compañero de fórmula no alcanzó como para reconocer que, durante los tres primeros años de Alberto, el PBI triplicó al del segundo mandato de ella.
Mochila. Si seguir cuestionando a su Gobierno ya no es útil, defenderlo frente a un 2023 que el consenso económico supone malo, no le será menos complejo.
La campaña massista después del 8,4
En ese sentido, la une a los candidatos opositores una “guerra de mochilas”.
Porque así como ella empieza a comprender que lleva en sus espaldas la carga de una administración a la que debe justificar si quiere ganar, también los presidenciables herederos de Cambiemos deben explicar por qué esta vez harán bien lo que hicieron mal cuando ocuparon la Casa Rosada.
Es la gran particularidad de estos comicios. Las dos fuerzas hasta ahora excluyentes no sólo luchan entre sí, sino que compiten con el pasado reciente de cada una. En un caso, el pasado-presente que encarna Alberto; y en el otro, el pasado-cercano de la gestión Macri.
Esta vez, además de una campaña para convencer al electorado de sus propias virtudes, sus candidatos tendrán que arreglárselas para encontrar virtudes donde de verdad, no creen que hayan existido tantas.
Esa es, justamente, una de las razones del rápido crecimiento de Milei. Corre sin mochila.
Y es el gran desafío de los candidatos del FdT y de JxC.
Explicarle a los desencantados con ambos gobiernos (ese nuevo tercio electoral) de que, ahora sí, les saldrá mejor.