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La dictadura de los mecánicos

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Cristina. Su centralidad expresa fortaleza y debilidad al no construir un poder que la trascienda. | captura TV

El exceso de polémicas mediáticas del género político, puede transmitir la sensación equivocada de una sociedad y de dirigentes ideologizados. Pero, a veces, la aparente hiperideologización, en realidad, encierra simple vacío ideológico.

Que en los reportajes y tribunas, quienes poseen aspiraciones de poder intenten mostrarse expertos sobre temas como tasas pasivas, bimonetarismo, deflación, superávits primarios, sobretasas del FMI, etc., aporta a la sensación de alta política. De hecho, son todos asuntos trascendentes para quien gobierna o pretende gobernar un país. Pero son temas cuya profundidad requiere del conocimiento de los especialistas, no de los políticos.

Un gobernante debería ser mucho más que un especialista en herramientas, porque nunca habrá un especialista capaz de serlo en cada una de las materias que requiere la gobernanza de una Nación. El problema de aparentar ser lo que no se es, expone a quienes lo intentan a errores no forzados como los cometidos en los últimos días por dirigentes del oficialismo y la oposición. Pequeños papelones que son consecuencia del despoder que curiosamente sienten aquellos que pretenden permanecer o llegar al poder. Líderes que repiten lo que sus expertos les dicen, a veces, sin terminar de entender o sin medir las consecuencias de lo que se dice.

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Encuestadores, comunicadores y economistas, se convierten en protagonistas de la... 

Telerrealidad. Históricamente, los políticos con aspiraciones exponían los objetivos políticos de fondo que luego sus equipos traducían en medidas económicas concretas. Pretendían ser estrategas, no técnicos.

Hoy, los políticos –voluntaria o involuntariamente– aceptan el rol de polemistas televisivos y técnicos más o menos improvisados en materias tan distintas como economía, finanzas, seguridad, medio ambiente, nuevas tecnologías, energías renovables o intercambio comercial. Todo empaquetado con un lenguaje asertivo y palabras duras que pretenden transmitir profundidad ideológica.

El problema es que, en lugar de parecer un upgrade, termina siendo un disvalor cuando lo que queda en evidencia es la inconsistencia, el eslogan gastado, los comentarios de café o una catarata de chicanas cruzadas.

Sin embargo, ese perfil de dirigente es funcional a las necesidades de la telerrealidad. Estos políticos pueden carecer de las capacidades más complejas que caracterizan a los estadistas, pero eso queda subsanado porque tampoco la telerrealidad ofrece interlocutores sofisticados en condiciones de generar debates consistentes. Lo que no es un problema en espacios de comunicación en los que lo único prohibido es lo que no resulta escandaloso.

...campaña, producto del despoder de aquellos políticos que, curiosamente, son los que aspiran al poder

Los debates actuales de herramientas vs. herramientas (económicas, sociales, logísticas) son útiles y necesarios, como lo es una mesa redonda entre mecánicos de Ferrari para determinar las características de un nuevo modelo.

La ideología es otra cosa. Es lo que, en su origen, expresan sus raíces griegas “idea” y “logos”. Un sistema de pensamiento sobre el cual se fundamenta una forma de interpretar y abordar los problemas de la realidad. Las herramientas son sólo los mecanismos a aplicar en determinado tiempo, lugar y condición. Los técnicos son los que ofrecen esos dispositivos. Los ideólogos son los que deciden cómo, cuándo y por qué se los debe aplicar. Y los que juzgan (y se responsabilizan) por la probabilidad de éxito que tenga su aplicación.

Enzo Ferrari. Volviendo a la analogía de los mecánicos: Enzo Ferrari quiso ser periodista, ingeniero mecánico y un exitoso piloto de carreras. No terminó siendo nada de eso, pero sí fue un estratega que supo convocar a los mecánicos, diseñadores y pilotos que, bajo sus premisas, construyeron una de las empresas automovilísticas más importantes del mundo.

Había mecánicos que conocían mucho mejor que él las problemáticas de la bomba de combustible (por su culpa, su escudería perdió su primera gran carrera en 1947, lo que Ferrari describiría como “un fracaso prometedor”), pero ningún mecánico tenía su capacidad estratégica.

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Unos, se especializan en las partes. Otros, en el todo.

En este duelo entre unos y otros, hoy prevalecen los primeros. Son los mecánicos de la política (encuestadores, economistas, analistas, comunicadores militantes) los protagonistas de esta campaña electoral. Se los toma, y muchos de ellos se asumen, como ideólogos y estrategas. Pero no lo son.

Mauricio Macri repite, azorado, que cuando era Presidente, los dirigentes de los distintos sectores se le acercaban para apoyarlo y pedirle que siguiera por el mismo camino, pero que antes de irse siempre le decían: “Pero la mía está, ¿no?”. La sorpresa del exmandatario es similar a la que tendría el CEO de una empresa si un subordinado suyo le dijera eso. Sin entender que en una sociedad conviven sectores en pugna que bregan por obtener mayores beneficios y que, lo esperable de un jefe de Estado, es la capacidad de resolución de conflictos inherentes al desarrollo capitalista.

Se puede ser buen o mal CEO, pero es una profesión que no tiene nada que ver con el manejo de un Estado.

Esta semana, Cristina Kirchner se volvió a presentar como la diseñadora excluyente del futuro electoral del oficialismo. De su palabra, sus medias palabras, de cada uno de sus gestos, parece depender si el peronismo sigue o no, en el poder. Lograr la centralidad absoluta de un espacio político, muestra la capacidad de mando de un buen político. Pero un estratega debería aspirar a construir una obra política tan trascendente que sea capaz de funcionar sin él. Otra vez el ejemplo de Enzo Ferrari, hace 35 años que su empresa lo sobrevivió.

Mecánicos o estrategas. El malentendido conceptual de tomar como exceso de ideología lo que es vacío ideológico, guarda su correlato con suponer que una catarata de noticias, fake news y escándalos noticiosos, tienen algo que ver con la información.

La hipermodernidad no es el regreso a la modernidad, sino el estado de pánico de la posmodernidad. Es la frivolización explícita con que la posmodernidad caracterizó el clima de su época, junto a la conciencia temerosa de los coletazos de la globalización. Pandemias sanitarias y económicas mediante.

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El mix hipermoderno da esto: políticos y comunicadores protagonistas de una sociedad del espectáculo en lo que rinde es la pelea de superficie entre mecánicos. Aunque se la presente como una pelea de fondo entre estadistas. Es el regreso de las ideas fuertes de la modernidad, como Estado e ideología, pero pasadas por el tamiz de la liviandad posmoderna.

Cada época tiene su particularidad, con sus ventajas y desventajas. Esta es la que nos toca.

Las personas ya no se matan por cuestiones ideológicas, aunque aparecen grupos marginales que son una caricatura de sus antepasados violentos, pero capaces de cometer locuras similares, como el intento de asesinato contra la vicepresidenta.

Ahora existe una libertad de expresión que en los modernos 70 traía consecuencias judiciales y físicas, pero hoy existen medios y comunicadores que la usan para agredir e insultar, sin pudor ni reparo. O para mentir o dar por cierto datos o hechos que no lo son. O para hacer valer la libertad de expresión propia, pero negándosela al que piensa distinto.

Los políticos, como todos, también están encorsetados por el tiempo que les ha tocado. Hay economistas, CEO’s, ingenieros, abogados, periodistas, intelectuales, que podrían aportar a la construcción de un proyecto de país.

Buenos mecánicos.

Pero no hay otra profesión que la de político de la que puedan salir quienes sean capaces de reunir a los mejores técnicos y escuchar sus propuestas.

No para ir detrás de ellos, sino para conducirlos.