La conflictiva convivencia de estos tres años y medio quizá les haya hecho olvidar que la fortaleza original del Frente de Todos en 2019 fue haber logrado cobijar bajo ese sello a expresiones peronistas tan diferentes como las que simbolizan Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa.
Ahora, el Presidente ya se corrió de la carrera electoral, la vicepresidenta prometió no competir y el ministro espera que, después del 8,4% de inflación de abril, mayo no sea mayor y que el Fondo Monetario anticipe los desembolsos anuales.
Hay algo seguro: si esos tres actores no consiguen permanecer unidos (antes o después de las PASO), el peronismo dejará el Gobierno.
Hay algo incierto: si siguen juntos, es posible que también dejen el Gobierno, pero al menos sería el único escenario en el que tendrían alguna chance electoral. Aunque sea, la de no salir terceros.
La Argentina no es una porquería. Es una pena. Y es probable que, sea quien sea el próximo presidente,...
Espanto vs. desamor. Las encuestas suelen servir para avalar cualquier tipo de escenario. Están las que ubican al oficialismo en un empate técnico con Juntos por el Cambio (Poliarquía, Managment & Fit, Opina Argentina), la que lo da segundo debajo de JxC (Zuban Córdoba) y las que directamente lo relegan al tercer lugar detrás de Milei (Opinaia, Inteligencia Analítica).
Así como están las cosas, la incertidumbre estadística no deja de ser una buena noticia para un gobierno sin candidato.
La pregunta que en los últimos días cruza a todos los sectores internos es si el espanto compartido que les genera la idea de perder el poder es tanto mayor que el desamor que los separa.
El habitual pragmatismo de un partido del poder como el peronismo debería provocar una respuesta automática, por más hipócrita que parezca. Pero lo cierto es que los sufrimientos mutuos infringidos durante estos largos años los hace dudar de si no sería mejor darlo por perdido que volver a fingir una unidad artificiosa que ya no resulte creíble para el votante.
...el futuro resulte más promisorio que el de esta distopía que tanto excita a políticos y comunicadores
Sin embargo, y a pesar de ellos, sus destinos siguen unidos. Y lo curioso es que sus intereses aún continúan alineados.
Alberto necesita que el gobierno que preside termine con los mejores indicadores posibles. Que es lo mismo que pretende su ministro de Economía. Y Cristina, más allá de su infructuoso intento por despegarse de la Casa Rosada, también necesita un aterrizaje suave, porque cualquier turbulencia mayor inevitablemente la afectaría.
Así como están unidos por los resultados de la gestión, sus estrategias políticas tampoco deberían ser contradictorias. Aunque hoy ellos puedan creer lo contrario.
Alineados, sin querer. Lo que Alberto Fernández intentará argumentar durante la campaña es que fue la persona indicada para conducir un país en medio de la suma de todos los males (pandemia + guerra + sequía), bajando la desocupación e incluso con una leve recuperación económica (más del 5% de crecimiento del PBI hasta el año pasado, habrá que ver hasta dónde será la caída de este). Dirá que, con todo, su administración dejará un país mejor que el -4% que heredó de Macri.
Larreta y Bullrich deciden sobre Macri
Después de dejar la Casa Rosada, el Presidente ya tendrá tiempo de completar la puesta en valor de su gestión aduciendo que además debió lidiar con una vice que no lo dejó en paz. Pero por ahora no necesita decirlo, sabiendo que se arriesgaría a réplicas que le agregarían más ruido al ruido político que ya existe. Por lo cual, mientras pueda, seguirá mostrándose contemplativo con su exjefa o incluso defendiéndola, como hizo esta semana al hablar sobre la Corte Suprema y la Justicia.
Cristina continuará demostrando su lejanía con el Gobierno, aunque también sabe que durante la campaña el adversario a vencer es la oposición. Para ella, especialmente, ningún escenario es peor que el del regreso del macrismo al poder.
Y Massa lo que menos quiere es que los enfrentamientos políticos le agreguen una incertidumbre adicional a la que ya genera la inflación. Su frase de cabecera es: “No me entra un quilombo más”.
Domingo 13. La probabilidad de ganar o de salir terceros, en principio en las PASO, guarda directa relación con la percepción económica que reine ese domingo 13 de agosto, dos días después de que se conozca el índice de inflación de julio.
La crisis de identidad del peronismo
La otra variable que sumará o restará a esa chance es cuántos votos le sacará Javier Milei a Juntos por el Cambio y cuántos al Frente de Todos.
Sea quien sea el candidato que ese domingo se imponga dentro del espacio oficialista, estará indefectiblemente ligado a esta coalición de tres patas que gobierna el país. Asumirlo puede requerir algún tipo de terapia, pero deberán resolverlo pronto. La negación los inmoviliza.
Por el lado de Massa se explicita que su expectativa es ser nominado como el candidato único. Aunque otros precandidatos como Scioli y Grabois por ahora juran que no se bajarán.
La campaña massista ya tiene su propio relato. Señala a la sequía inédita como origen de los males de este año (una pérdida de US$ 20 mil millones, US$ 6 mil millones de los cuales hubieran entrado a las cuentas fiscales) y sostiene que, pese a ella, la desaceleración económica es menor que la esperada: esta semana se conoció el crecimiento de la actividad industrial (+3,1% interanual y +2,6% en el primer trimestre) y de la construcción (+1,2% interanual y -0,8% en lo que va del año), además de un cierto incremento del consumo en comparación con el año pasado. Está claro que ya nadie prometerá un 3 delante de la inflación, pero aspiran a mostrar en los próximos meses una “inflación descendente”.
Massa intentará explicar que, sin sequía, en sus meses de ministro hubiera logrado bajar la inflación sin frenar el crecimiento y que, ya sin ese fenómeno meteorológico, es el indicado para manejar el país que viene. Se atribuye, como Alberto, la construcción del gasoducto de Vaca Muerta en tiempo récord y el ahorro anual que generará cercano a los US$ 4 mil millones.
Lo que no está muy claro es cómo haría Massa o cualquier otro candidato del oficialismo para demostrar que podrá gobernar sin los condicionantes internos que atravesaron esta gestión.
Surge un consenso económico opositor
El día después. En cualquier caso, hay una cuenta que hacen tanto en el oficialismo como en la oposición. El próximo año se recuperarían aquellos US$ 20 mil millones del complejo agroexportador, más los 4 mil millones de ahorro del gasoducto, más los dólares que generaría por exportación la extensión de ese gasoducto, más los de la creciente minería y, sobre todo, lo que podría lograr en términos de inversión y desarrollo un gobierno que transmita confianza y previsibilidad.
La Argentina no es una porquería, es una pena. Y es probable que, sea quien sea el que le toque gobernar en el próximo turno, el futuro resulte más promisorio que el de la distopía que tanto excita a algunos políticos y comunicadores.
Pero hay una corriente de pesimismo que arrastra no solo a los dirigentes del oficialismo (lo que no sería ilógico), sino también a los líderes de la oposición con más posibilidades de llegar al poder. Parecen sucumbir a un clima de época que se expresa en las redes y en los medios de ambos lados de la grieta, cuestionando las disputas internas como si se tratara de algo ilegítimo.
Sobran los motivos para la tristeza. Pero uno de ellos no debería ser el de los debates y la competencia natural de una campaña electoral democrática.
Que es el momento en el que radica la esperanza de creer que lo que viene será mejor.