El partido del poder de la Argentina atraviesa una crisis de identidad desde 2015.
Ese año, después de 12 de kirchnerismo en el gobierno, el peronismo perdió la elección general frente al líder de una fuerza creada hacía apenas una década.
Partidos del poder. Los partidos del poder son aquellos en los que las ideas pueden cambiar, pero no su ansia de poder. También se los llama “partidos de la ola”, por la capacidad de flexibilizar sus principios para adaptarse a las olas internacionales, con el objetivo final de permanecer en el gobierno. El justicialismo, el PRI de México y el Partido Comunista de China son los casos más notorios del fenómeno.
La crisis de identidad del PJ se inició en 2010, con el fallecimiento de Néstor Kirchner, el fundador de la corriente que se había impuesto sobre el peronismo más tradicional que representaban Menem y otros dirigentes históricos del partido y del sindicalismo.
Kirchner murió demasiado pronto, tenía 60 años. Es difícil adivinar si, con él en vida, hubiera promovido una línea sucesoria más allá de su propia esposa. Pero lo cierto es que, sin él, su única heredera presidenciable fue Cristina.
De hecho, la falta de otro heredero hizo que en aquel 2015 el candidato al que el kirchnerismo debió recurrir fuera Scioli, ajeno al origen cultural e ideológico del matrimonio y con el cual habían tenido tantos choques.
2003: el kirchnerismo le dio al peronismo una nueva identidad. Desde 2015 esa identidad está en crisis
Aun así, tras más de una década de desgaste en el gobierno y un segundo mandato de Cristina de magro crecimiento económico (+1,5% del PBI), Scioli ganó en primera vuelta y perdió el ballottage contra Macri por solo dos puntos. Para un partido del poder no fue un aliciente.
Por la misma carencia de herederos naturales en condiciones de ganar una elección presidencial (y consciente de su alta imagen negativa), en 2019 Cristina debió recurrir otra vez a un candidato ajeno a su espacio, como Alberto Fernández, para encabezar la fórmula presidencial. Además aceptó aliarse con Massa, quien también había sido un duro adversario en el pasado reciente.
Coalición inédita. Esa crisis de identidad del peronismo quedó simbolizada en una coalición electoral cuyas principales cabezas (Cristina, Alberto, Massa) eran peronistas, pero sus acciones e ideas los hacían parecer de partidos distintos. Fue una coalición peronista que, por primera vez, no fue comandada por un líder hegemónico del movimiento.
De hecho, Cristina era la madre del kirchnerismo, pero los otros dos (que en 2003 habían sido parte de ese peronismo tradicional subsumido por el kirchnerismo), para 2019, ya se habían alejado de ella. La corriente fundada por los Kirchner había perdido el monopolio del peronismo porque antes había perdido la capacidad de mantener al peronismo en el poder a través de un líder indiscutido.
Entre 2019 y 2023, las disputas internas derivaron en un reagrupamiento de fuerzas: el cristinismo (la vicepresidenta, La Cámpora, Kicillof y otros) versus los kirchneristas y peronistas tradicionales (el Presidente, el ministro de Economía y la mayoría de los gobernadores y sindicalistas).
Líderes sin herederos. Los distintos peronismos hoy se enfrentan a viejos y nuevos desafíos. Entre los primeros está que Cristina sigue siendo la última heredera natural de Néstor Kirchner y que el rechazo que su imagen provoca no disminuyó. El único aspirante a la herencia presidencial es el gobernador bonaerense, quien, hasta este fin de semana, prefería ir por su reelección que competir en la Nación.
Hoy, cristinistas y peronistas compiten por imponer una nueva hegemonía interna
No es extraña ni inédita la dificultad de los fundadores del kirchnerismo para promover liderazgos que los hereden en vida. Yrigoyen, Perón, Alfonsín y Menem demostraron la misma incapacidad para generar herederos con la proyección suficiente para llegar a ocupar sus lugares.
Cuando los liderazgos son tan fuertes, es razonablemente complejo que crezcan otros a su sombra.
Por eso, el dilema actual del peronismo es cómo encontrar un candidato competitivo.
Con ella a la cabeza, el cristinismo parece seguir siendo el que mayor caudal de votos arrastra, sobre todo en el Conurbano. Su problema es la falta de un candidato propio y ganador.
El peronismo tampoco tiene un postulante claro: Alberto se bajó y Massa no se termina de subir. Scioli, Rossi y Capitanich recién empiezan un proceso de lenta instalación.
El otro nuevo dilema es cómo se volvería a presentar un candidato del FdT ante la sociedad. Ese es el problema de fondo que manifiesta la crisis de identidad del peronismo.
PASO-No PASO. La coalición que fue exitosa para llegar al poder en 2019 demostró no serlo para gobernar. La necesidad de conformar aquella coalición ya revelaba que, a diferencia de lo que pasaba con los líderes incuestionables del peronismo (Perón, Menem, Néstor y Cristina), en esa elección no había uno con capacidad para garantizar por sí solo un triunfo. Lo que pasó después confirmó el cuestionamiento de los otros referentes de la coalición a la autoridad de la anterior líder.
Ese fue el reclamo de Cristina estos años: le impusieron un modelo económico que no era el suyo. Aunque lo que ocurrió en realidad es que el modelo que se aplicó intentó ser una síntesis surgida de las presiones de cada sector interno. Y terminó siendo una mezcla que no conformó a nadie.
Alberto competirá en otras PASO
Ahora se abren dos alternativas, ninguna sencilla:
1) Cristinistas y peronistas compiten en unas PASO. Sería la primera oportunidad en la que midan sus fuerzas democráticamente. Según las encuestas, hasta el momento ninguno de los dos sectores luego tendría chances de ganar las generales, pero quien se imponga en las internas tendría más derecho a liderar al peronismo.
2) Candidato de unidad. La única posibilidad de que no haya PASO es que surja un candidato con el apoyo total o parcial de Cristina Kirchner y que, al mismo tiempo, sea considerado competitivo por el resto del peronismo. No podría ser un Wado de Pedro. Sí podría ser un Massa.
Giro. Lo que está en discusión es mucho más que una candidatura. Es la búsqueda de un nuevo líder que, por sí mismo y sin intermediarios, sea lo suficientemente competitivo para asumir el poder y unificar al peronismo.
En la búsqueda de ese nuevo liderazgo hegemónico, deberán debatir (ahora sí) sobre el mejor modelo a aplicar.
¿El de Massa se parecería más al de la vicepresidenta o no sería muy distinto del de su amigo Larreta? ¿El cristinismo presentaría un plan de gobierno o, resignado a perder, solo aspiraría a despegarse de Alberto y prepararse para ser oposición? ¿Unos y otros recurrirían de nuevo a la fórmula de un peronista que encabezara y un cristinista que lo secundara (Massa-Wado, por ejemplo), a riesgo de que la mayoría rechazara un juego que ya resultó fallido?
Desde 2003, el kirchnerismo le dio una nueva identidad al peronismo. Desde 2015, esa identidad entró en crisis.
La pregunta hoy es hacia dónde va a girar este partido del poder que, a lo largo de su trayectoria, supo ser más estatista (primer Perón), más liberal (segundo Perón), más estatista (tercer Perón), más liberal (Menem), más estatista (los Kirchner), menos estatista (Fernández).
Cristinistas y peronistas compiten por imponer una nueva hegemonía interna. Nunca ocurrió que los giros ideológicos surgieran tras arduos debates internos que concluyeran en una síntesis superadora. Esta vez no será la excepción.
Por eso, el próximo giro, la próxima identidad del peronismo, recién aparecerá después de que una corriente se termine imponiendo sobre la otra. En eso están.