Como ocurre con todos los presidentes que van a dejar de serlo, un día deben empezar a gestionar su propio posgobierno. Una gestión que, para ellos, es tan importante como la que ejercieron durante su paso por el poder.
De lo que se trata es de cómo quedará en la historia cada gobierno. Y de cómo, quienes lo condujeron, quisieran quedar en esa historia.
Quienes fueron presidentes de un país compiten en sus propias PASO, que es la comparación entre lo que cada uno hizo.
Es una lucha de relatos, de interpretaciones más o menos sesgadas, más o menos amañadas, más o menos ciertas, sobre lo que cada uno hizo y le faltó hacer. De comparaciones entre los datos duros de cada gestión con las otras y de justificaciones a partir de las dificultades que cada presidente debió afrontar.
Relatos presidenciales. Alfonsín bregó para ser recordado por la recuperación democrática y el impulso al Juicio a las Juntas. Y no por la hiperinflación y la crisis económica que lo obligaron a dejar el poder antes de cumplir un mandato que por entonces era de seis años.
Menem intentó que se lo caracterizara como el presidente de la estabilidad del dólar, la baja inflación y el desarrollo. Y no por los escándalos y la cantidad de funcionarios, incluyéndolo a él, que resultaron denunciados y condenados por corrupción.
El Presidente evaluó que, aun ganando las PASO (sin CFK ni Massa), perdía más que ganaba
Duhalde quiere que se lo considere el “bombero” que apagó el incendio de De la Rúa, a través del diálogo político. Y no por haber renunciado en medio de la conmoción social y los asesinatos de Kosteki y Santillán.
Néstor y Cristina Kirchner lucharon por quedar asociados al crecimiento económico y a la defensa de los derechos humanos. Y no como un matrimonio que se enriqueció en el poder, manipuló las estadísticas y presionó a los que pensaban distinto.
Macri pretende que se lo reivindique por conquistar valores republicanos y por ser el primero en terminar su mandato pese a los palos en la rueda del peronismo. Y no por haber concluido su período con más inflación, pobreza y desocupación que la que recibió.
Fernández se bajó de las PASO en el FdT, pero a partir de ahora intentará escribir la historia como a él le gustaría que se leyera en esas PASO imaginarias entre quienes ocuparon la Casa Rosada.
Razones. Puede sonar excéntrica la preocupación de alguien por cómo será considerado por la historia, pero es quizá la mayor preocupación de quien condujo una Nación.
Esta semana, Alberto Fernández habrá evaluado que la forma más digna de escribir esa historia era no exponerse a una conflictiva interna abierta con el cristinismo. No, al menos, en medio de un contexto que no necesita, además, de una batalla campal dentro del peronismo.
¿Hubiera tenido posibilidades de ser reelecto? Casi nulas. ¿Hubiera tenido posibilidades de ganar la interna? Quizá sí.
Las encuestas indicaban que sin Cristina candidata, el ganador sería Massa. Pero si Massa no se presentaba, el mejor posicionado era el actual mandatario.
Es cierto que la eventualidad de ganar esas PASO y de luego perder las generales por un margen de votos acotado le hubiera permitido aparecer como el peronista que venció al cristinismo y, desde ese lugar, mantener cierta centralidad partidaria y defender mejor lo hecho en sus cuatro años.
Massa: “¿¡Les parece que me entra un quilombo más!?”, les dijo a quienes lo apuran políticamente
Aunque también asumía el riesgo de una pelea sin cuartel que agravara, todavía más, la sensible situación económica. Y una derrota más contundente en octubre.
Sin él, todas las miradas apuntan a su ministro de Economía. En las últimas horas, los intendentes y dirigentes del Frente Renovador le exigieron una reunión urgente “con el fin de definir el futuro político”. Tuvieron un grito como respuesta: “¿¡A ustedes les parece que me entra un quilombo más!?
Massa acababa de recibir las disculpas públicas y privadas del fondo de inversión Max Capital, después de que el viernes les había dicho a sus clientes que este lunes (mañana) el país devaluaría cerca de un 50%.
El relato albertista. Detrás de su enunciado presidencial de no competir para concentrarse en “resolver los problemas de los argentinos”, se esconde esa evaluación.
Cuando este fin de semana sus colaboradores traducían “ahora hay que poner en valor la gestión”, lo que quieren decir es que llegó aquel momento en el que todo presidente comienza a construir su propio relato. Para demostrar que su gestión fue mejor que las demás.
Con su video de casi ocho minutos intentó un primer borrador. En su entrelineado indica que no se asume como continuador de Cristina sino de Néstor Kirchner y que hizo el mejor gobierno que se podía hacer en medio de una pandemia, la guerra en Europa y la peor sequía en un siglo. Negociando con el FMI la deuda que le dejó Macri e impulsando como nadie la obra pública, con el gasoducto Kirchner como emblema.
Surge un consenso económico opositor
Como otros presidentes antes que él, intentará que no se lo recuerde por lo peor, por la mayor inflación en tres décadas ni por las vergonzosas disputas con su vice.
El relato histórico que Fernández comenzó a escribir anticipa que volverá sobre su tortuosa relación con Cristina. En el video la relega frente a Néstor y menciona las trabas que le puso.
También insiste, como último gesto de poder, en unas PASO que, en la práctica, simbolizarían ponerla en pie de igualdad con el resto.
Dedo en la llaga. Los argentinos solemos ver la realidad como una tabla de posiciones en la que son capaces de competir hasta nuestras peores desgracias.
Apenas se supo la noticia de la no reelección presidencial, desde la oposición se lo criticó con la razonable dureza de los tiempos electorales. Y con ese gen futbolístico que nos caracteriza, Hernán Lombardi lo calificó como “el peor presidente desde 1983”.
Lombardi, que fue un eficiente funcionario de las administraciones de De la Rúa y Macri, plantea una comparación hiriente.
Para él y para todos.
Para él, porque en términos de crecimiento del Producto Bruto, la tabla de posiciones histórica que propone ubica al “bombero” Duhalde al frente con una caída de más del 6%, pero seguido de cerca por De la Rúa con otra del 5% y luego por Macri, con una pérdida del 4% del PBI.
En esa impiadosa tabla de posiciones que mide si un gobierno hizo crecer o caer la economía, en sus tres primeros años el de Alberto Fernández se ubicaba sexto con una suba del 4% del PBI, detrás de los tres mencionados y después de Alfonsín (-3%) y del segundo mandato de Cristina (+1,5%). Claro que al actual presidente le falta medir su último año de gestión y todo siempre puede ser peor de lo que ya es.
El dedo que Lombardi coloca en la llaga no solo vuelve sobre la llaga propia, sino sobre la de todos los argentinos. Porque entre subas y bajas económicas durante los distintos gobiernos posteriores a la recuperación democrática, lo que resulta es la incapacidad para conseguir un crecimiento sustentable.
Existen altas chances de que a partir de 2024 la economía mejore sustancialmente. Ya se habrán recuperado los US$ 20 mil millones que se perdieron por la sequía, sumados a un ahorro de casi US$ 4 mil millones que generará el gasoducto, más el mayor desarrollo de Vaca Muerta y de la explotación minera. El nuevo presidente tendrá la oportunidad de aprovechar el pasado para no repetir los mismos errores. Aceptando que cada presidente (y sus respectivos funcionarios) tiene el derecho de seguir escribiendo una historia en la que se perciba mejor de lo que fue.
Pero con una mirada superadora que consiga separar lo peor y lo mejor de cada uno de sus antecesores.
Sin la simplificación del Bien y el Mal que impone la telerrealidad.
Con la inteligencia suficiente para demostrar que se puede salir de ese juego suicida.