En la política argentina, la palabra renunciamiento remite a un hecho preciso: el 31 de agosto de 1951, Eva Perón respondió que no al clamor de la CGT (en un acto con millones de personas que había ocurrido nueve días antes) para que acompañara a su esposo en la fórmula presidencial. De allí que el peronismo recuerda esa fecha como el Día del Renunciamiento.
Reconocimiento. La actitud épica que se le dio a ese gesto se relaciona con la certeza de que, si hubiera aceptado, habría sido elegida la próxima vicepresidenta del país. De hecho, Perón y quien al final lo acompañó, Hortensio Quijano, conseguirían más del 63% de los votos.
Es probable que, habiendo sido Evita la principal impulsora del voto femenino que se estrenaría en esa elección, con ella ese porcentaje habría sido aún mayor.
Setenta y un años más tarde, el 6 de diciembre de 2022, Cristina Kirchner afirmó: “No voy a ser candidata a nada” y, pese al clamor de sus seguidores para convencerla de lo contrario, siguió sosteniendo lo mismo.
La diferencia entre renunciamiento y renuncia no es solo el sufijo “miento”
El domingo pasado, el 26 de marzo, fue Mauricio Macri quien también anunció que, pese al clamor de sus propios seguidores, tampoco iba a ser candidato.
Pero existe una considerable distancia entre lo que pasó en 1951 y lo que sucedió en los últimos dos casos.
La diferencia entre las palabras renunciamiento y renuncia no es solo el sufijo “miento”.
La gran diferencia es que la primera palabra implica rechazar la posibilidad cierta de un alto cargo, y la segunda es solo la respuesta racional ante la posibilidad cierta de un resultado adverso.
Por eso, más que un renunciamiento, lo de Cristina y Macri fue un reconocimiento. La aceptación lógica de que, frente al rechazo que subsiste hacia ellos en importantes sectores sociales, lo mejor era no exponerse a un escrutinio general.
Otros reconocimientos. En la renuncia de la expresidenta, además, influyó el motivo (que ella señaló como central) de que con una reciente condena no firme por corrupción, la campaña sería un infierno monotemático. Su decisión fue especialmente difícil, teniendo en cuenta que es la persona con mayor intención de votos dentro de su espacio.
El reconocimiento adicional de Macri fue otro. Él tenía la certeza de que su candidatura no hubiera llevado a Horacio Rodríguez Larreta a bajar la suya. Incluso dudaba de que la mujer que eligió para presidir el PRO, Patricia Bullrich, lo hiciera.
Está claro que una doble o triple fractura entre los candidatos del PRO hubiera explicitado una debilidad del fundador del partido y el riesgo de una derrota en manos de uno de sus delfines.
Ahora, Larreta y Bullrich tienen el camino libre para competir en las PASO, entre ellos y con el o los radicales que se presenten.
La reivindicación de la lucha política
Aunque no se librarán tan fácil de la figura de su mentor.
Dilemas macristas. Larreta ya lidia con él para llevar a un mismo y único candidato por la ciudad de Buenos Aires, sede del poder histórico del macrismo.
Bullrich ya lo aceptó y Larreta estaría dispuesto a bendecir una fórmula encabezada por Jorge Macri. Es el primer gran precio que deberá pagar el jefe porteño: bajar la candidatura de Fernán Quirós, quizás el funcionario con mejor imagen del país.
Antes de la interna, tanto Larreta como Bullrich también tendrán que negociar con Macri lugares en las listas y, al menos, prometer buena predisposición ante los nombres que él proponga para integrar los eventuales gabinetes de ambos.
Y, si uno de ellos llegara al fin a la presidencia, después deberá decidir qué lugar le dará al expresidente.
Con lo complejo que ya es encontrarle un lugar a un exmandatario (el estigma del “jarrón chino”), pero agravado porque, en este caso, ese expresidente es el fundador del partido por el cual llegarían al poder.
Riesgo de repetir la historia. Al conocerse la renuncia de Macri a competir, tanto Larreta como Bullrich eligieron la misma palabra para elogiarlo, “generosidad”. Ella agregó: “Aun pudiendo volver a ser presidente, ha priorizado los intereses de nuestro país antes que los propios”.
Dejar sentada la idea de que lo de Macri fue un renunciamiento estilo Evita (no se bajó por temor a perder sino porque, pudiendo ganar, tuvo la “generosidad” de dejarle el lugar a otro) abre desde ahora la controversia sobre cómo influirá en un próximo gobierno el dueño de tal generosidad.
Viniendo del resultado de cuatro años de gobierno durante los cuales quien presidió no fue el líder del espacio, la comparación aparecerá desde el primer momento: ¿otra vez se repetirá el escenario de disputa entre el poder de un presidente y el de quien fue su jefe y parece conservar el mayor poder de voto en ese espacio?
Sea quien sea de ellos el eventual futuro mandatario, tendrá el desafío de encontrar rápidamente el lugar adecuado para que el “jarrón chino” luzca, pero de lejos.
El pedido cristinista para que AF se baje de la reelección aún es de cumplimiento imposible
Desde la salida de Macri del escenario electoral, el cristinismo aceleró la ofensiva para que Alberto Fernández haga ya su propio “renunciamiento”.
¿Por qué lo haría? ¿Qué necesidad tendría? ¿En qué se beneficiarían él o el oficialismo? ¿Qué aportaría a sosegar la situación actual del país que el Presidente diga ahora que no competirá?
Cinco razones. Hay por lo menos cinco tipo de razones por las cuales se trata de un pedido de cumplimiento (hoy) imposible:
1) Razones de poder. Alberto Fernández conserva el poder de ser el único que maneja la lapicera presidencial, con lo que eso significa para beneficiar –o no– a gobernadores e intendentes.
2) Razones electorales. Sin Cristina candidata, aparece entre los que mejor miden en el oficialismo junto con
Massa y Kicillof (la encuesta de Poliarquía de esta semana les da 13, 12 y 10 puntos, respectivamente). Con la salvedad de que el ministro de Economía sigue insistiendo en que no competirá, y el gobernador bonaerense quiere ir por la reelección provincial. La razón electoral también es alimentada por la primera: es el jefe de Estado quien tiene el mayor poder de fuego para encabezar una campaña.
3) Razones institucionales. Faltando más de ocho meses para el cambio de gobierno, renunciar ahora a la carrera presidencial es colocarse en situación de “pato rengo”. El “lame duck” que, al reconocer su falta de competitividad, expone la debilidad del poder y se convierte en blanco de los depredadores.
4) Razones históricas. A partir de ahora comienza la lucha por cómo será juzgado históricamente su gobierno. Y hoy no hay nadie mejor que él para ejercer esa defensa. De hecho, lo que Fernández en algún momento deberá evaluar es si, aun cuando llegara a creer que puede ganar la interna pero no la general, lo que más le convendría es presentarse igual. La “gran Macri”: perder con el suficiente caudal de votos que le permita exhibir cierto respaldo social a su gestión.
5) Razones políticas. Alberto Fernández todavía piensa que puede ganar porque supone que podría demostrar que aun con pandemia, guerra y sequía, su gestión igual será mejor que la segunda de Cristina y la de Macri.
Es cierto que el corazón tiene razones que la razón no entiende, como decía Pascal. El corazón es la pasión, la razón es la ciencia y el conocimiento, la sabia conjunción entre ambas.
Una idea del siglo XVII que podría venir en rescate de esta Argentina del XXI.