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Cristina temeraria

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Viernes. Pasó casi desapercibido, pero dijo que el Estado dejó de ser democrático y constitucional. | cedoc

La condena contra Cristina Kirchner y sus 1.616 páginas de fundamentos son y serán protagonistas de esta campaña electoral. Más allá de que ella sea o no sea candidata para algún cargo. 

Quienes se indignan con sus respuestas públicas frente a una condena por corrupción no contemplan que quien corre el riesgo de ir a prisión y de sufrir el desprestigio social tiene el derecho de usar todas las herramientas lícitas para intentar escapar a ese destino. Y aunque irrite, la respuesta política de Cristina y el cristinismo frente a los jueces que la investigan es una herramienta riesgosa, pero lícita.

En el acto del viernes en Río Negro, volvió a recurrir al mecanismo de no contestar las acusaciones puntuales de una causa, como la de Vialidad, sino a echar oscuridad sobre todas las causas que la tienen en la mira. 

Con cierta lógica, llegó a la conclusión de que su desafío no podía ser convencer a cada tribunal ni a sus respectivas instancias superiores, sino encontrar un hilo argumental que uniera todas las acusaciones en su contra y la convirtiera a ella en víctima en lugar de victimaria.

Como se sabe, el argumento que encontró se llama lawfare. Su acusación funciona como un espejo invertido: para ella, la verdadera asociación ilícita está integrada por la Justicia, la “derecha” y los medios de comunicación. 

Aunque irrite, su estrategia de atacar políticamente a los jueces es legítima. También es riesgosa

No importa tanto si ese relato es verdadero, lo que importa es que para el peronismo es verosímil. Porque durante los años en los que Perón y su partido estuvieron de verdad proscriptos, sí existía una simulación institucional por la cual los partidos, los jueces y los medios ostentaban una falsa legitimidad. Gobernaban militares (o presidentes civiles que aceptaban asumir con una mayoría proscripta) a través de una dictadura que coercionaba a políticos, jueces y medios. O que contaba con su complicidad o su silencio.

Cristina Kirchner recuperó ese relato que en la década del 70 era verdadero porque está convencida, además, de que aun después de la recuperación democrática esa connivencia se mantuvo de alguna u otra forma.

Es muy probable que, tras décadas al frente del poder provincial y nacional, tenga ejemplos valederos y cercanos para pensar eso.

Sus consignas del viernes apuntaron en esa dirección: “Hoy es el Partido Judicial, ya no se puede llamar Poder Judicial” y “Más mafiosos no se consiguen”. 

Pero la novedad, que pasó sin generar una conmoción institucional, fue que desde su rol de vicepresidenta afirmara que ya no existe un Estado democrático. Lo dijo así: “A cuarenta años de democracia, lo que estamos viviendo en materia de división de poderes, cuando vemos a la oposición aliada con el Poder Judicial para hacer lo que sabemos que se está haciendo... creo que hoy no estamos ante un Estado democrático y constitucional”.

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Con lo legítimo que pueda ser replicar políticamente a la Justicia, los riesgos de esa defensa no son tanto menos graves para ella, y para todos, que la posibilidad de recibir una pena de arresto domiciliario.

Puede que el temor a lo que pueda pasar con ella y sus hijos la haya convertido en temeraria. Temor y temeridad comparten una misma raíz, pero la primera acepción latina de la palabra temeridad tiene que ver con la oscuridad y con andar a ciegas.

Si Cristina avanzara con su argumento de que el Estado argentino dejó de ser democrático y constitucional y si, a su vez, sus seguidores asumieran definitivamente que existe una simulación institucional como la de las dictaduras pasadas, las respuestas sociales que eso podría generar son impredecibles. 

Es cierto que la posmodernidad alivianó la gravedad de las palabras. Pero como ella misma sufrió, todavía hay personas dispuestas a pasar de las palabras a los hechos. 

El “Luche y vuelve” fue la consigna que usó la resistencia peronista para que se le levantara a Perón la prohibición de regresar al país. Eran esos años en los que los jueces aceptaban poner en marcha investigaciones que podían ser razonables junto a otras inverosímiles, y los medios aceptaban como normal que no se pudiera mencionar su nombre como tampoco palabras como “peronismo”, “justicialismo” o cualquier otra que reconociera ese tipo de existencias.

La “proscripción” era eso, la prohibición formal y explícita de que Perón o cualquiera que se reconociera peronista pudieran presentarse a una elección. Rebelarse frente a esa proscripción podía costar la cárcel o la vida.

La grieta mata

En su entendible afán por demoler políticamente todas las causas, Cristina está transformando lo que podría ser una comparación metafórica de alguien que se considera perseguida en una descripción literal de lo que pasa. 

La literalidad también le aporta rareza al intento de convencerla para que sea candidata. Porque lleva implícito el reconocimiento de que la proscripta tiene la capacidad de “desproscribirse”.

Aunque también en eso hay lógica política.

Para el cristinismo, el mayor problema no es que ella no sea candidata a presidenta. El problema es que avisó demasiado pronto que no lo iba a ser. Al correrse del centro electoral prematuramente, dejó el escenario libre para que avanzaran candidatos que no le son propios. Empezando por Alberto Fernández y siguiendo por Massa y Scioli.

Sin ella como candidata potencial, tampoco termina de aparecer alguien de su confianza que arrastre sus votos. No es Wado de Pedro, quien todavía carece de la popularidad necesaria. Ni Kicillof, que se reserva para cuidar el principal bastión cristinista. 

Como daño colateral adicional, el intento por convencerla para que se desproscriba implica que se retrase la aparición de un candidato suyo más fuerte, como Jorge Capitanich. 

Convencerla de que se presente implica que la proscripta tiene la capacidad de “desproscribirse”

El “Luche y vuelve” no solo incluye al cristinismo, que pretende recuperar centralidad electoral, sino a quienes quieren realmente convencerla para que se presente. Porque consideran que, aun perdiendo, quedará como la gran referente dentro del peronismo y servirá para conseguir una mayor cantidad de bancas para el espacio.

El objetivo de mínima de ese operativo clamor sería convencerla para encabezar la lista de senadores por la Provincia, con la importancia que su nombre conserva para millones de bonaerenses. 

Vuelva o no vuelva, ella les sigue hablando a esos argentinos. No a los jueces, la “derecha” o los medios. 

Cuando Cristina dice que la juzgará la historia, quiere decir que ganará si sigue contando con millones de personas que le crean sin necesidad de leer los fundamentos de un fallo.