COLUMNISTAS

La reivindicación de la lucha política

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Campaña electoral. Lo que, después de cuarenta años, debería ser un momento institucional clave para definir los próximos cuatro años, se traduce como simples peleas por el poder. Que también lo son. | cedoc

Cuarenta años después, lo que nos debería enorgullecer, nos avergüenza.

En el show mediático del horror, la política se vuelve una mala palabra, asumiendo que quienes ejercen la profesión son una casta a extirpar. Y sus debates son traducidos como viles peleas de poder.

Lo que no quita que las peleas existan y que implican disputas por modelos económicos y, también, por poder.

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Duelo opositor. Larreta y Bullrich están dispuestos a enfrentar a Macri si decidiera presentarse. Vidal no. Vidal dice que está dispuesta a confrontar con Bullrich y con Larreta, pero no con Macri. Porque nunca estuvo cerca de Bullrich y porque quedaron heridas con su mentor y amigo tras la última campaña. Mientras Larreta y Bullrich irán al duelo porque están seguros de que quien gane será el próximo presidente.

Carrió nunca tuvo simpatías por Bullrich, sí por Larreta. Pero es a Larreta a quien maltrata en público acusándolo de que maltrató a su exministro de Seguridad, Marcelo D’Alessandro. Carrió tampoco quiere que Macri vuelva y repudia su coqueteo y el de Bullrich con Milei. Milei es el mismo que, una vez por día, trata a Larreta de “pelado asqueroso”, “gusano arrastrado” y “comunista”. Alternativamente.

Gerardo Morales amenaza con competir contra quién sea, aunque se conoce su afinidad con Larreta. Pero otro radical, Facundo Manes, también quiere hacerlo. Y él no tiene afinidad ni con Larreta, ni con Bullrich ni con Macri. Casi que tampoco tiene afinidad con la estructura partidaria que lo contiene, pero de la cual se siente excluido.

En el show mediático del horror, la política es una mala palabra y los políticos son una casta a extirpar

Jorge Macri quiere ser el candidato de unidad del PRO en la Ciudad. Le parece natural, teniendo en cuenta que fue Larreta quien lo convocó para ser su ministro, siendo a la vez primo y elegido del expresidente. Aunque los Macri temen que se haya tratado de un mal entendido: que Larreta le haya dado ese cargo suponiendo que el Macri mayor a su vez, lo apoyaría como único candidato presidencial del espacio. Lo que hasta ahora no estaría sucediendo.

Duelo oficialista. En el oficialismo ocurren duelos similares. Alberto Fernández y Sergio Massa parecen unidos por la misma necesidad de llegar a los comicios con una economía que no sucumba ante la inflación y los US$ 20 mil millones que se perderán por la sequía. Sin embargo, los enfrentamientos internos de los últimos días demostrarían lo contrario.

Quizá pudo haber algún cambio en la percepción del ministro sobre su futuro. Su esposa Malena Galmarini dijo esta semana que su marido sería un excelente mandatario. Se suponía que era su familia la que le pedía no presentarse, pero ahora quedaría sólo su hijo Tomás sosteniendo esa posición.

El impulso de Galmarini coincide con las voces públicas del cristinismo que reconocen la actuación del ministro o, cuanto menos, se cuidan de no criticarlo abiertamente. Al parecer, bajo la consigna de que sería el único candidato al que Cristina ve competitivo, más allá de sus temores de que luego se convierta en “otro Alberto”.

El “Cabaret” de la política. El problema para ellos es que el Presidente está convencido de que, sin Cristina, él sigue siendo el mejor candidato. Porque cree que puede defender una gestión que, en términos de Producto Bruto y aún con un mal 2023, sería mejor que la del segundo mandato de Cristina y la de Macri, “tras dos años de pandemia, la guerra y con la mayor sequía de la historia”.

Fernández repite que si no es él, apoyará al candidato mejor posicionado del FdT que, descuenta, no será nadie del riñón cristinista.

Hasta el repunte inflacionario de enero y febrero, se suponía que esa alternativa era Massa. Hoy hay dudas. De ahí el OK a Scioli para que camine el país como candidato. Eso, que al embajador le cuesta nada, a Massa le provoca acidez.

Lo que en una democracia es sinónimo de vitalidad (y en los sistemas de gobernanza por coaliciones es habitual), en la Argentina es traducido mediáticamente como el “Cabaret” de la política.

Algo extraño para un país que por décadas tuvo prohibido el debate y la única disputa aceptada era la que se daba entre Ejército, Marina y Fuerza Aérea sobre el reparto de las empresas estatales, los medios públicos (toda la televisión y la radio) y los centros clandestinos de detención.

Hasta los propios políticos “compran” la idea de que las disputas electorales son malas (“Es temprano para hablar de eso”, “A la gente no le interesan las peleas”), en lugar de reivindicar que es un momento institucional clave del que saldrá el modelo a aplicar en los próximos cuatro años, y la alianza socio- económica que lo sostendrá.

Modelos y poder. La discusión por el modelo es central tanto dentro de la oposición como del oficialismo. Detrás del apellido Larreta hay un modelo y una forma de gobernanza distinta que la planteada por los apellidos Bullrich y Macri. Como detrás de Fernández, Massa o Scioli hay modelos y formas distintas a los de Cristina.

Más difícil aún para los políticos que reivindicar las disputas ideológicas es la reivindicación de las disputas por el poder. Que se supone que es el objetivo final de los votantes cuando eligen a sus candidatos: llevarlos al poder para hacer algo mejor que lo que hicieron otros.

El Día de la Memoria debería servir para recordar que, en dictadura, el poder es asumido, por la fuerza, por quienes dicen representar a una mayoría, castigando o matando a quienes se le opongan.

Pero en democracia, el poder es asumido por mayorías que eligen a políticos para que las representen. Si luego esas mayorías se sienten satisfechas con la gestión, vuelven a confiar en ellos. De lo contrario, cambian de candidato o se conforman nuevas mayorías sociales con nuevos candidatos.

Que es lo que decidió la sociedad argentina a partir de 1983 y es su principal política de Estado.

Audacia. En estos cuarenta años, hubo mejores y peores situaciones económicas, pero hace más de una década que priman las peores.

Por culpa de los representantes que llevaron la gestión, por responsabilidad de los representados cuyas alianzas sociales no fueron eficientes en la elección del representante o en su sostenimiento, por los males del mundo o por un poco de todo.

Es natural que reine la desilusión, la tristeza, el escepticismo y que prendan los mensajes que degradan a la política. Es un espectáculo atractivo para el show de conductores y políticos borderline. De allí sale y se alimenta la simplificación de que todos los políticos son ineptos y/o corruptos. Una “casta” que hay que hacer desaparecer.

Los políticos temen rebelarse al show, pero para conducir este país van a necesitar algo más de audacia

En 2006, Peter Fritzsche escribió “De alemanes a nazis. 1914-1933”. Allí, el historiador muestra cómo se construye una mayoría social autoritaria a partir de mensajes violentos que van degradando la política, las relaciones cotidianas y que plantean soluciones rápidas para los problemas de un país.

Se supone que así como Alemania quedó inmunizada después de la tragedia del nazismo, la Argentina también lo está tras la última dictadura y el Juicio a las Juntas.

Igual, siempre es peligroso jugar con fuego. Que es lo que algunos hacen. Por convicción, por ignorancia o por un punto más de rating.

Sumando la responsabilidad de los políticos que con sus acciones prueban las razones de quienes los acusan.

Y la connivencia de aquellos que, aun honestos, tratan de encajar sus discursos en la demanda oportunista de la grieta, asumen mansamente el lenguaje violento de quienes los atacan y temen rebelarse al show mediático del horror.

Para conducir este país van a necesitar un poco más de audacia.