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esculturas

Hasta la victoria

No es el Che Guevara. No lo es, de la misma manera y por las mismas razones que la famosa pipa de Magritte no es una pipa, sino la imagen de una pipa, su representación. Tampoco este Che Guevara es el Che Guevara, sino una estatua del Che Guevara.

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No es el Che Guevara. No lo es, de la misma manera y por las mismas razones que la famosa pipa de Magritte no es una pipa, sino la imagen de una pipa, su representación. Tampoco este Che Guevara es el Che Guevara, sino una estatua del Che Guevara. Es más: la esculpió un artista llamado Andrés Zerneri, utilizando a tal efecto el bronce obtenido de la fundición de unas 75 mil llaves que se donaron con ese fin. La figura, que fue erigida en junio del año pasado en la ciudad de Rosario, lo muestra de cuerpo entero, desarmado pero altivo, con la boina y la mirada en alto. Como modelo del rostro se utilizó la célebre foto tomada en su hora por Alberto Korda, lo que implica decir que la escultura es representación de una representación, la imagen de una imagen. Doblemente hay que decir entonces que no es éste el Che Guevara, sino su representación, su imagen tan sólo.
Pero sabemos que las representaciones se impregnan por partes con los deseos que sabe acuñar el pensamiento mágico; un poco a la manera de los artistas rupestres de Altamira, que pintaban a los toros flechados no porque los hubiesen cazado, sino para cazarlos por ese medio. ¿Habrán razonado así los vándalos que la otra noche atacaron en Rosario la estatua del guerrillero heroico? Se valieron de una prensa y una amoladora, y al verse frente a la mole de cuatro metros de altura y tres toneladas de peso acaso sintieron temor. En el pie derecho (pero no, ¡no es un pie!, es la representación de un pie) produjeron un corte de 15 cm. de ancho por 35 cm. de largo, y en eso al parecer quedó el ataque.
Toda lucha es siempre también una lucha de representaciones; lo saben quienes emplazaron la estatua y acaso lo saben también quienes la dañaron en las sombras. Pero en los bordes de las pugnas de signos acechan por lo común la magia, las supersticiones místicas, la sencilla religión. En eso raramente se conectan la agresión de la imagen y la mera veneración de la imagen: la primera quiere lastimar o dar muerte al que está muerto, la segunda espera secretamente su feliz resurrección.