Las palabras fascismo y fascista son empleadas, por lo general y livianamente, como sinónimos de xenofobia, racismo, derecha extrema o no tanto, discriminaciones varias y otras conductas sociales, políticas y económicas que son aplicadas por gobiernos, personajes más o menos famosos e influyentes y también colectivos de origen variopinto.
Este ombudsman coincide con los fascistólogos más reconocidos en que este paralelo, aplicado con tanta frecuencia, es erróneo y sirve para bajarle el valor a lo que el fascismo significó y podría significar si volvieran a ser aplicados sus conceptos centrales, es decir la vigencia de un Estado totalitario regido por la falta total de libertades individuales, políticas, de organización y pensamiento, pero también un sistema en el que la democracia tal como se la ejerce desde la Revolución Francesa para acá –con sus matices– queda subsumida bajo mecanismos de representatividad solo afines a la corporación gobernante.
Estas reflexiones son disparadas por la nota central del suplemento Deportes editado ayer por PERFIL, que anuncia en su tapa un informe muy bien desarrollado y preciso sobre lo que está pasando con la creciente agresividad desde las tribunas que afecta al fútbol a nivel global, particularmente en Europa. “La ola fascista recrudeció en los últimos dos meses”, comienza el tercer párrafo de la nota titulada “Un fantasma recorre Europa”. Se puntualizan en ella numerosos ejemplos de cómo hinchadas completas o partes de ellas manifiestan sus pasiones xenófobas y discriminatorias, y cómo esta situación lleva creciente inquietud a las organizaciones que administran o rigen los intereses de ese deporte. Por cierto, esto también sucede con algunas otras disciplinas, pero en ninguna como en el fútbol. ¿Es fascismo lo que se está viendo y viviendo en los estadios o fuera de ellos?
Emilio Gentile, historiador italiano especialista en la investigación del fascismo y sus ramificaciones, señalaba en una entrevista de Angelo Attanasio para BBC Mundo, en marzo de este año, que conlleva cierto peligro confundir fascismo con movimientos de derecha –más o menos extrema, como los liderados por Donald Trump, Jair Bolsonaro, Vladimir Putin o el húngaro Viktor Orban, entre otros– arribados al poder por métodos democráticos. Que contengan algunos ingredientes que también integraban la olla fascista no lleva a la conclusión de que lo sean. “En mi opinión –dice Gentile–, es un gran error (tal simplificación) porque no nos hace comprender la verdadera novedad de estos fenómenos y del peligro que entrañan. Y el peligro es que la democracia puede convertirse en una forma de represión con el consentimiento popular”. Y concluye: “Entonces, el problema hoy en día no es el retorno del fascismo, sino cuáles son los peligros que la democracia puede generar por sí misma, cuando la mayoría de la población –o al menos la mayoría de los que votan– elige democráticamente a líderes nacionalistas, racistas y antisemitas”.
Es muy interesante la diferenciación que hace el historiador –y, con él, casi todos los que han estudiado el fascismo y el régimen nazi– porque el reducir a la definición de fascistas los fenómenos de xenofobia, racismo, homofobia y otras intoxicaciones en las sociedades actuales es una simplificación que oscurece el análisis de la importancia que esas conductas tienen en la decisión de elegir o no gobiernos como los ejemplificados.
Omisión. En la tapa del suplemento Espectáculos se anunciaba ayer un artículo de contratapa escrito por Daniel Barone, director de la obra de teatro Después de nosotros, que será estrenada el 10 de enero. Al editar ese anticipo en la portada, se omitió el nombre de Barone, lo que –naturalmente– complica la comprensión del título.