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marketin electoral

Hazte la fama y sé candidato

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Se le adjudica a Andy Warhol, figura mítica del pop art, la paternidad de la frase según la cual “en el futuro, todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”, que pronunció en 1968 en el Museo de Arte Moderno de Estocolmo. Otras fuentes aseguran que fue el fotógrafo Nat Finkelstein quien se la dijo a Warhol dos años antes y éste se la apropió. Más allá del debate, ninguno de ellos imaginó, seguramente, la contundente veracidad que adquiriría esa sentencia en los años finales del siglo XX y en lo que va del XXI. También en los 60 el canadiense Marshall MacLuhan, filósofo y teórico de las comunicaciones, aseveró que el medio es el mensaje. Es decir que no se trata de los contenidos que se transmiten ni de la solidez o fundamentos que los sostengan, se le cree al soporte, que en aquella época era la televisión, a la que en la última década se le agregaron con fuerza invasiva internet y las redes sociales.

Si a las ideas de Warhol/Finkelstein y MacLuhan se le agrega en la Argentina de hoy un desfachatado marketing electoral y una pronunciada inmoralidad política (testimonio de una sociedad en decadencia al parecer irreversible), se obtienen resultados inquietantes. Así, aparecen como candidatos reales o potenciales el médico que se negó a practicar un aborto en Cipolletti, el carnicero que en Zárate mató al ladrón que asaltó su comercio, aplastándolo con su auto tras una persecución desenfrenada, o un caricaturesco émulo salteño de Trump y Bolsonaro por dar tres ejemplos.

Hay deportistas, personajes de la farándula o influencers (esos novedosos artífices de la nada) que si no están en las listas que se ofrecerán en las patéticas elecciones de octubre es solo porque no quisieron (o porque el ofrecimiento fue amarrete).

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Cuando la política, a la que el sociólogo estadounidense Richard Sennett describe como el arte de unir a los ciudadanos en un proyecto común y desarrollarlo en el tiempo, es bastardeada y degradada inescrupulosamente (único “arte” que dominan nuestros gobernantes y aspirantes), estas cosas pueden ocurrir, y ocurren. Bastan 15 minutos de fama (no confundir con prestigio ni con reconocimiento), obtenidos por cualquier motivo, para medir como candidato. No importan las ideas, la formación, el bagaje intelectual, la aptitud, la capacidad de desarrollar y emitir pensamientos coherentes. El marketing rellenará esos vacíos con materiales atractivos y fácilmente digeribles para los votantes, quienes, como apunta Sennett en La cultura del nuevo capitalismo, ya no son ciudadanos sino meros consumidores.

Si se lleva este fenómeno a su máxima posibilidad, el odontólogo Ricardo Barreda podría haber sido candidateado por alguna agrupación machista y el policía Luis Chocobar por algunos partidarios de la mano dura necesitados de votos. Un refrán que no aplica en la Argentina es el que dice “de esta agua no has de beber”. En cambio, hay otro perfectamente comprobable a la luz de los hechos: hazte cualquier fama y conviértete en candidato. En definitiva, esto muestra hasta qué profundidad ha calado el populismo en la sociedad. Y no hay que identificarlo con un partido o con un frente. Todos los son, cada uno a su manera. Tzvetan Todorov (1939-2017), el gran lingüista, filósofo y crítico cultural búlgaro, explica en Los enemigos íntimos de la democracia que el populismo se manifiesta en imágenes impactantes y fáciles de retener, en eslóganes cómodos de recordar, en frases cortas y claras, de contenido superficial y falaz, y en mensajes emocionales que apuntan a la masa y no al individuo y a su razonamiento. Como es camaleónico, el populismo puede emboscarse bajo diferentes disfraces y coloraturas, desde el más rancio conservadurismo hasta el progresismo más cool. Solo necesita de fanáticos o de consumidores, no de ciudadanos. Así las cosas, con 15 minutos de fama cosechada por cualquier medio y con cualquier pretexto, y con un hábil manejo mediático, se pueden construir candidaturas que siempre encontrarán su mercado. Y no siempre la culpa será del chancho, sino también de quienes, olvidada su condición y sus deberes ciudadanos, le dan de comer.

 

*Periodista y escritor.