El amor masivo es difícil de exponer. Aunque parezca que por momentos existe, la expresión o idea tiene sus complejidades. El amor, justamente, define la posibilidad de que en el mundo moderno impersonal, dos personas en la extrema intimidad crean conocerse y simulen saber lo que el otro piensa perfectamente, y que ese otro se comporte además casi idealmente de acuerdo con mis expectativas. Así, el amor es cosa de individuos.
Al sistema político le maravilla simular amor masivo. Casi seguro parece que esas masas construyen una unión adorada e íntima con el que toca liderar en ese tiempo de la vida y entonces, desde que se cruzan en suerte y con sorpresa, comienzan uno y otros a cambiar sus vidas respectivamente.
Ya nadie fue el mismo luego, supuestamente, del kirchnerismo. En realidad nadie es el mismo nunca, ya que cada presente simula una continuidad que en realidad es cambio. Sin embargo, algunas experiencias políticas juegan a ser ejecutores del cambio social radical. El kirchnerismo, y tal vez más especialmente Cristina Kirchner, jugó a ser una adaptadora de las visiones del mundo y de las actitudes de los individuos en el mundo. Así, por más que ella un día se alejara del gobierno, la conciencia de los individuos “empoderados” habría actuado de barrera para evitar el retroceso de la patria, porque el amor es una alucinación fantástica y permanente.
La ilusión del marxismo se basa en que algunos cambios estructurales modificarían la dependencia de la conciencia de relaciones de producción que bloquean los vínculos sanos entre las personas. La sociedad capitalista sería un territorio impersonal y egoísta posible de ser corregido haciendo el capitalismo a un lado; y con eso ya fuera, los sujetos se reconocerían como parte de un mismo entorno y el personalismo pasaría al pasado. El viejo truco de la toma de conciencia en el que los militantes de todo tipo y nuevos aterrizados como Florencia Peña creyeron estar viendo con claridad.
La sucesión es terrible. No debe haber modelo más opuesto a la ilusión del sujeto político revolucionario que estos empresarios y brillantes técnicos que trabajan hoy de gobierno nacional. Mientras ejecutan sus macabras atrocidades imperialistas, el kirchnerista piensa, sentado en su silla de lector de Jauretche: “¡Ja… ahora vas a ver como se les viene todo encima!”. Pero los meses pasan y nada serio masivo parece rociar en desgracia a Macri y la teoría social anterior empieza a necesitar ajustes. Los kirchneristas reales, no los que declaraban tener “buena” imagen de Cristina en una encuesta, hoy luchan contra su propia ilusión pasada que hoy se muestra inexistente. En esta dinámica, la negación de lo evidente juega su rol clave. Antes repletos de amor, ahora vacíos y solos.
Para el marxismo, y hay tanto de esto en los filósofos K, no hay falla. Si la revolución no triunfa, es porque la conciencia no se liberó realmente y no porque la teoría yerre en que esa conciencia se va a liberar de una vez.
Si hoy los empoderados no se montan en defensa de los intereses de los argentinos es porque tienen bloqueada sus capacidad de contacto con la realidad. Ya no quedan programas ni periodistas tan ágiles en defensa, y sólo se transmiten los ataques monopólicos. No habría pensamiento, sólo repetición.
Es poco esperable que el kirchnerismo más duro logre reaccionar hacia un perfil adaptado a estos nuevos tiempos que el electorado ha organizado. Como los marxistas, ellos no fallan, es la gente que no puede ver lo que ve. Con Cristina en el poder todo era realidad; con Macri en el poder todo es mentira y sólo los empoderados más sagaces logran encontrar el misterio de todo esto nuevo.
Desde su alejamiento, Cristina nos regala videos cortos filmados con celulares simulando un exilio que juega a ser el de Perón, porque eso es lo que sigue al cierre de su gobierno. En esos videos pide militancia y fuerza para seguir; juega a las cartas de Perón, pero en formato online, juega a la proscripción. Los jóvenes encantados con la política juegan a descifrar sus mensajes y seguir sus indicaciones e intentan encontrar de qué manera ese amor a distancia no se pierde en los nuevos tiempos.
*Sociólogo. Director de Ipsos.