Faltando dos semanas para las elecciones generales, el tiempo ya juega su rol. Jugada la carta de la expansión para financiar el gasto electoral que desde julio rompió la austeridad impuesta por Martín Guzmán para frenar la escalada del dólar, entre otras cosas, lo que queda para justificar la inflación es buscar a los responsables del incremento del nivel general de precios que corren al 50% anual. El kit intervencionista clásico, compuesto por listas de precios máximos, controles por medio de inspectores militantes e intendentes prestos a la foto de ocasión, podría dar sus réditos a nivel político (algo contrafáctico) pero con dudosa efectividad en el IPC de octubre.
Los analistas privados proyectan una inflación que no bajaría del 3,5%. Por si acaso, la Jefatura de Gabinete anunció una reunión con el titular del Indec, Marco Lavagna, quizás para recordar que el jueves 11 de noviembre, 72 horas antes de los comicios, se publicaría la inflación del mes en curso que debería reflejar el congelamiento de precios. O no.
Por si acaso, la mala performance de la economía argentina durante este año, que no podría recuperar lo previsto en el Presupuesto 2021, podría encontrar chivos expiatorios visibles. No sería la primera vez que se habla de inflación importada o de una crisis global que arrastra a la baja a las variables locales. Esta vez, estas coartadas son ciertas. La inflación en los Estados Unidos fue de 5,4% interanual en septiembre y siembra dudas con respecto a su evolución para el año próximo. La clave radica en la recuperación de la economía norteamericana y en el posible recalentamiento que obligaría a tocar las tasas de interés, inusualmente bajas para contener el fenómeno.
También en España, por ejemplo, el IPC estimado por el Instituto Nacional Estadístico (INE) fue del 5,5%, pero mostró variaciones de más del 20% en algunos rubros vinculados con el transporte y las materias primas. La aceitada logística productiva del mundo, con eje en las grandes factorías chinas, se empantanó durante la pandemia e hizo subir el costo de fletes marítimos, por ejemplo, hasta tres veces en el último año. Un golpe de gracia a un sector industrial argentino que ya venía sufriendo el cepo cambiario y las restricciones a las importaciones con que el Banco Central intenta detener el drenaje de divisas hasta fin de año. Hay faltantes en algunos sectores y varias cadenas productivas al borde del colapso por la poca fluidez de la red de abastecimiento.
Sin embargo, nada de esto sería un problema mayúsculo si la economía argentina hubiera enfrentado los problemas de la inactividad generada por el covid con más defensas. La estructura macroeconómica venía golpeada incluso antes de marzo de 2020 y la recesión pandémica no hizo más que prolongar lo que venía sucediendo desde 2018. O peor aún, salvo el breve lapso de recuperación de 2016-2017 (casualmente, otro año electoral), 2022 coronaría una década de estancamiento en el crecimiento del PBI y, por lo tanto, de retroceso en el ingreso por habitante de entre 10% y 15% en total.
La hoja de ruta para salir de este laberinto de inflación con desempleo, endeudamiento y pobreza creciente puede ser clara de enunciar, pero muy difícil de acordar entre los actores involucrados. Se necesitará, como ocurre en estas cosas, un liderazgo claro en el Gobierno y en los integrantes de otras fracciones políticas. Bajar a términos prácticos en qué se concentrarán los esfuerzos y en qué habrá divergencias ocasionales. Pero también despejar la incógnita del doble discurso en la postergada negociación con el Fondo Monetario Internacional, el gran cuco de la política económica. O, simplemente, en el que se personifica que no todo es posible y que cada medida tiene su efecto en el corto, pero también en el largo plazo. Porque a diferencia de lo que se popularizó que proclamaba Keynes, no estaremos todos muertos. La revolución tecnológica acortó las distancias y los tiempos, hasta podrán pasar factura de sus errores a quienes han promovido atajos cortoplacistas.