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Inconmensurabilidad, de amenaza a oportunidad

Las verdaderas consecuencias del triunfo de Juntos por el Cambio se verán recién en 2023.
Las verdaderas consecuencias del triunfo de Juntos por el Cambio se verán recién en 2023. | Cedoc

Las verdaderas consecuencias del triunfo de Juntos por el Cambio: haberse convertido por primera vez en una coalición federal (sinónimo de provincias y de Senado) y la polarización que en 2019 le jugó en contra llevando a la tercera vía hacia Alberto Fernández esta vez le jugara a favor, se verán recién en 2023, cuando por primera vez un partido no peronista que triunfara en las elecciones presidenciales tendría mayoría en las dos cámaras del Congreso. 

Una grieta antropofágica que devorándose a sí misma cree un nuevo orden

No era solo un mito que solo el peronismo garantizaba gobernabilidad porque únicamente los gobiernos peronistas tuvieron mayoría en Diputados y Senadores y pudieron aprobar las leyes que propusieron. 

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Alfonsín y De la Rúa al comienzo y Macri solo en 2017 tuvieron mayoría en Diputados, pero siempre en el Senado la mayoría fue para el peronismo, que durante las últimas tres décadas duplicó en cantidad de senadores a su opositor. Menem: 26 contra 14, Menem reelecto: 38 contra 16, Néstor Kirchner: 41 contra 14, Cristina: 42 contra solo 8, Cristina relecta: 31 contra 14. De la Rúa tuvo durante solo dos años 21 senadores contra 32 del PJ y en las elecciones de medio término de 2001 volvió a quedar con la mitad de senadores que el peronismo, y Macri asumió con solo 14 senadores contra 32 del PJ. 

Con los resultados del 14 de noviembre, dentro de pocas semanas habrá 36 senadores para el Frente de Todos y 34 para Juntos por el Cambio, permitiendo en 2023, dada la renovación por tercios del Senado, que de triunfar con la fórmula presidencial Juntos por el Cambio necesariamente obtenga la mayoría.

El panperonismo no dejará de ser un jugador determinante en la política argentina pero ya no sería más el jugador electoralmente dominante ni mucho menos hegemónico que fue. Eso reconfiguraría todo el sistema político. No más poderes fácticos (militares, capital, medios) versus peronismo dotando a este último de superioridad moral como representante del pueblo. Capital, medios, fuerzas de seguridad y pueblo pasan a estar repartidos en proporciones similares en ambas representaciones políticas, ambas igualmente legítimas democráticamente y ambas igualmente honorables aspirando al bien de la mayoría.

Se impone una condición inédita: reconocer la imposibilidad del “exterminio” del otro. Aceptada esa realidad, el problema pasa a ser el de la falta de entendimiento por la inconmensurabilidad de dos culturas que han forjado esta grieta. Pero un efecto secundario positivo de ella podría estar construyéndose.

Vale revisar qué nos enseña la historia sobre este problema. El padre del falsacionismo, Karl Popper, escribió: “Somos prisioneros atrapados en el marco general de nuestras teorías, nuestras expectativas, nuestras experiencias anteriores, nuestro lenguaje; y estamos tan encerrados en ellos que realmente no hay lenguaje común que podamos compartir con aquellos encerrados en marcos radicalmente diferentes”.

El problema comenzó mucho antes, con el primer matemático puro de la historia: Pitágoras, cuando todo su proyecto filosófico entró en crisis al descubrir los números irracionales. Los pitagóricos creían poder descifrar la estructura lógica del mundo usando la matemática y, al comprobar que la diagonal de un cuadrado y el lado de ese mismo cuadrado no guardan una proporción mensurable (racional), se enfrentaron al descubrimiento de los números irracionales (inconmensurables) y decidieron mantener su descubrimiento en secreto por el peligro epistémico que le atribuían. Esto sucedió quinientos años antes de Cristo. 

Con el mismo problema siguió tropezando en el siglo XX la ex Unión Soviética, con su superministerio de Planificación (Gosplán), al creer poder lograr mayor eficiencia económica que el capitalismo midiendo todo y hasta Macri, en el siglo XXI, con la planilla de Excel con la que pretendía justificar todo. La idea de los pitagóricos anida en el alma humana: ahora con los algoritmos se vuelve a creer que todo puede ser mensurable utilizando el costo casi cero de la inteligencia artificial.

Pero es imposible asignar una unidad de medida común a los valores. Jürgen Habermas, el mayor filósofo vivo de Alemania, escribió: “La crítica termina en una transformación de la base afectivo-motivacional, al igual que comienza con la necesidad de cambio práctico. La crítica no tendría el poder de vencer la falsa conciencia si no fuese impulsada por una pasión por la crítica”. A lo que agregó su equivalente norteamericano, Richard Bernstein: “El interés emancipatorio no es meramente cognitivo o discursivo, involucra un momento afectivo-motivacional”.

¿Qué es, si no es emocionalidad, la política? Si los valores de dos culturas son inconmensurables, al no haber manera de compararlas no se puede afirmar cuál es mejor, por eso apelamos a las intuiciones afectivizadas. No hay una posible elección racional permanente, las razones cambian de época en época. Ni hay un único camino correcto.

Tampoco hay intertraducibilidad entre los distintos campos del conocimiento científico: cada disciplina crea sus propios términos con los que construir sus representaciones y no existe un lenguaje neutro con el cual puedan formularse las consecuencias empíricas de dos teorías en competencia. “La frase ‘sin medida común’ se convierte en ‘sin lenguaje común’”, escribió Thomas Kuhn.

Pero Karl Popper luchó contra la idea de entender la inconmensurabilidad en política como imposibilidad de entendimiento. Una perspectiva así “favorece la violencia al imposibilitar una comunicación racional”. Lo que venimos sufriendo en Argentina últimamente. Y agregó: “Las discusiones más fructíferas son precisamente las que involucran grandes desacuerdos”. Pero fructífera no implica llegar a un acuerdo total, lo que para Popper tampoco “sería deseable”.

Otro popperiano, Paul Karl Feyerabend, escribió: “El problema es el resultado de un conflicto entre una expectativa y una observación que, a su vez, es constituida por la expectativa”. 

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Nuestra expectativa “nos merecemos un país mucho mejor” no solo no pudo ser satisfecha por ningún gobierno en medio siglo sino que, en el intento, las políticas de todos empeoraron el punto de partida. 

Puede acercarse el momento de reconocer que no hay una sola razón universal (la nuestra) y convertir la inconmensurabilidad en oportunidad de reconciliación y convivencia.