“La ética es un requisito transversal, permanente y universal desde cualquier soporte de prensa. En periodismo, la deontología profesional es la única garantía para la credibilidad de los medios ante los ciudadanos. Partiendo de la base de que la deontología periodística es de ámbito público, solo será eficaz si se da un compromiso voluntario de someterse a las resoluciones o dictámenes de las comisiones de quejas independientes, aun cuando se tenga que aceptar su publicación en los medios de comunicación. La supervivencia del periodismo depende de la responsabilidad ética que los medios asuman respecto a los derechos de los ciudadanos a recibir una información veraz mediante una buena praxis de la profesión periodística. La ética periodística es una herramienta fundamental para la evolución de la vida democrática de cualquier sociedad”.
El encomillado forma parte de un artículo publicado en El País en junio de 2011 (¡diez años atrás!) por la entonces vicepresidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE,) María Dolores Masana Arguelles. Lo traigo a esta columna dominical del ombudsman de PERFIL porque no sólo no ha perdido vigencia sino que adquiere un valor muy grande en estos tiempos en los que parece haberse instalado un malicioso enjambre de noticias falsas, interpretaciones tendenciosas, datos incomprobables, arriesgadas especulaciones sin sustento suficiente y otros males que aquejan a buena parte del periodismo argentino. Y a periodistas que ostentan una carrera profesional variopinta por los valores que manejan.
Este ombudsman se ha ocupado muy pocas veces de comentar lo escrito por columnistas. Sí, a cuestionar que algunas de las firmas habituales de ellos en este diario tengan por aclaración partes de su origen laboral (docentes, cabezas de consultoras, investigadores) pero no su relación con partidos o dirigentes políticos, sea como asesores, como ideólogos, como partícipes activos.
Quiero hoy hacer una excepción a esa regla no escrita que he asumido como propia en mis entregas.
Es correcto transmitir información en los espacios de opinión. No lo es cuando se intenta fijar posición en textos informativos. Cuando esto ocurre –y por eso los espacios de opinión deben estar identificados gráficamente con claridad, diferenciados en diseño y tipografía- se está transgrediendo una norma básica del buen oficio. Cruzar esa valla desemboca necesariamente en la pérdida de credibilidad del medio que lo reproduce y del propio firmante del artículo. Esta es una de las cuestiones a considerar.
Otra es la reproducción de datos no verificados, tampoco fundados en fuentes identificables. Si en mi espacio de opinión afirmo que ha sucedido algo y no lo sustento con información verificada y de origen cierto, estaré manipulando la realidad, haciendo verdad por la palabra lo que en los hechos pudo o no serlo. En este sentido, el lector merece un tratamiento distinto, más responsable. Caso contrario, estaré bordeando el límite de lo correcto e ingresando en un terreno pantanoso, espeso, poco confiable.
Informar es enterar o da noticia de algo. La etimología refiere a “dar forma”, (organizar la realidad de una manera comprensible), describir (decir cómo fueron las cosas). En ambos términos convive la cuestión de la objetividad, ausente mal que nos pese: al dar forma y describir se toman decisiones que involucran de algún modo la subjetividad de quien recoge la información y la escribe. Si no hay en esas decisiones otro componente que la opinión propia sin respaldo de fuentes fiables, sólo se tratará de un discurso de barricada, una postura contaminada por intereses espurios.
Aclaro: no haré nombres de columnistas, pero el lector de PERFIL merece confiar en lo que su diario le ofrece cada semana. Esa es la razón de este espacio.