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Invocando a los muertos

Para los convencidos de que habitamos un continuum entre la vida social, el arte, el comercio, la política y la guerra, la sombra de la muerte y la muerte –de uno o del otro– están presentes en todos los actos sociales, salvo en las expresiones del amor, y a veces, hasta también en ellas.

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Para los convencidos de que habitamos un continuum entre la vida social, el arte, el comercio, la política y la guerra, la sombra de la muerte y la muerte –de uno o del otro– están presentes en todos los actos sociales, salvo en las expresiones del amor, y a veces, hasta también en ellas. Veo muerte en las distintas formas que asume la sumisión del otro: desde la esclavitud –que a fin de cuenta, no era una relación social tan anormal, infrecuente, extrema ni tan mala– hasta la aplicación de las artes sutiles del secuestro tal como se manifiestan hoy en la arquitectura siniestra de fábricas y oficinas, en los encierros rentables de shoppings, supermarkets, festivales de “música” (?), estaciones, aeropuertos y resorts. Veo muerte en toda forma de expropiación desde las burdas que comenten ladrones y rateros, hasta las fraudulentas que ejercen bancos y tarjetas de crédito, incluyendo los fraudes políticos ejecutados desde partidos y desde el estado y subrayando las que comete nuestra AFIP con plomeros, albañiles y empleadas domésticos (que, según el nuevo código tributarán un tercio de sus escasísimos ingresos…) y las que cometían antes las AFP y ahora los plutócratas y cleptócratas de la ANSES y nuestra Presidenta, con los aportes jubilatorios. Diría que todo eso mata, y si se registrasen las respuestas vasculares a la indignación, la humillación y la contrariedad cotidiana, se vería con precisión cuántas horas, años y siglos de vida humana destruyen la soberbia de los gobernantes y la ineficiencia de los servicios del estado entre los que se deben destacar los servicios de salud, pero también los indispensables servicios de protección al ciudadano y a sus derechos a la salud, la seguridad y al uso legítimo del espacio público. Todo eso mata y mata más que el hampa. No solo mi demonio de cabecera –la industria del tabaco, y la agricultura y los servicios confluyentes a ella– matan: también matan la industria de la bebidas alcohólicas con sus promesas falsas, los laboratorios medicinales con su promoción de panaceas de temporada y los servicios médicos con sus malas prácticas toleradas y con la explotación feroz de los asalariados profesionales. Ah: y la industria automotriz, con su desarrollo y publicitación de máquinas asesinas y los medios como Clarín y La Nación que celebran cada certamen de su potencial asesino –carreras, rallys– y cada lanzamiento de prestaciones superveloces invitando a los compradores a burlar la ley: todos matan. Por eso, es bueno que aparezcan muchachos de PCR o de la CCC, como Alderete, con la amenaza de muertos para ambos bandos: nos recuerdan la naturaleza del mundo salvaje que disimuladamente habitamos.