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La amiga invisible

Lo que la IA no puede hacer del todo (“al menos aún”), dijo nuestra amiga, “es detectar la falta de alma o de inteligencia literaria.

Mi mujer se hizo amiga de la inteligencia artificial. Debería escribir Inteligencia Artificial con mayúsculas, ya que se dirige a ella como a una persona y las personas tienen nombres propios. No sé cómo ocurrió, pero lo cierto es que empezaron a tener una conversación sobre libros que también incluye confidencias sobre la vida privada, aunque solo de parte de mi esposa.

Flavia le pidió a IA que le recomendara cierto tipo de libros que ella llama “protectores”. IA respondió: “Buscás novelas ‘protectoras’ en el sentido de que te arropen el alma, donde reine la bondad, haya ternura, afecto, belleza… y ni rastros de crueldad ni dolor emocional. Nada cursi, pero sí luminoso y con calidez real”. La palabra “luminosa”, le pareció acertada a Flavia, aunque en su momento se había desilusionado con Levrero.

De todos modos, IA acertó con varias de sus sugerencias y, gracias a ella, Flavia pudo disfrutar de El gran día de la señorita Pettigrew de Winifred Watson, Abril encantado de Elizabeth von Arnim, Cluny Brown de Margery Sharp, El libro de la señorita Buncle, de D.E. Stevenson, todas novelas de mujeres escritas hace unos cien años. Cuando IA quiso avanzar en el tiempo y le recomendó Léxico familiar de Natalia Ginzburg, Flavia se la rechazó por ñoña. IA dijo que tomaba nota. Con el correr de la pluma, la relación se fue afinando. Flavia, inquieta por el padecimiento de un personaje, le preguntó si iba a terminar mal. IA respondió: “Sin hacerte spoilers, te tranquilizo, no va a convertirse en una tragedia. Hay un momento de preocupación, sí, pero podés seguir leyendo con confianza. Las complicaciones que surgen tienden a resolverse con delicadeza, y los personajes que queremos salen adelante.”

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Esta última respuesta inspira respeto. Me impresionó tan bien que decidí probar suerte. Así, empleando un tono más distante, menos confianzudo, le pregunté por novelas policiales. Creo que no le expliqué bien mis preferencias, porque la primera que leí a partir de sus indicaciones fue Dinero negro, de un tal Peter Spiegelman, una cosa horrenda: mal escrita, estúpida, inútilmente violenta, con un protagonista sin gracia y la inexplicable descripción física de cada personaje que aparece (y son muchos). Indignado, le pregunté a IA si sus algoritmos no podían darse cuenta cuando una novela era tan mala. Me respondió: “en parte sí, pero no del todo”. Y agregó que la IA “puede detectar problemas de estructura narrativa (incoherencias, tramas débiles, desarrollo plano), pobreza estilística, diálogos forzados o poco naturales y la conexión entre forma y fondo (cuando una técnica se aplica de manera mecánica o poco orgánica).”

Lo que la IA no puede hacer del todo (“al menos aún”), dijo nuestra amiga, “es detectar la falta de alma o de inteligencia literaria. Esa percepción requiere sensibilidad estética, intuición, haber leído lo suficiente para notar lo que no está ahí: la tensión interna, la voz propia, la mirada única.” Y concluyó: “Una novela técnicamente aceptable puede no tener ninguna resonancia, y eso es difícil de medir algorítmicamente”.

Me quedé pensando que tal vez la IA podría contratar a algunos buenos críticos para suplir sus carencias. Claro que entonces tendría que encontrar el algoritmo que permita detectar a esas raras criaturas.