COLUMNISTAS

La antifrágil

Carrió puede ser la mejor aliada del Gobierno, con sus denuncias de corrupción contra los K, pero dentro de algún tiempo podría invertirse la dirección del encono social.

Carrió, encarceladora K. Meme que ella puso en Twitter.
| @elisacarrio / Twitter

El viento apaga una vela y aviva el fuego. Lo mismo sucede con el caos. Queremos ser el fuego y desear el viento. Hay cosas que se benefician de las crisis, prosperan y crecen al verse expuestas a la volatilidad, el azar, el desorden y los estresores, y les encanta la aventura, el riesgo y la incertidumbre. La antifragilidad es más que resiliencia o robustez. Lo resiliente aguanta los choques y sigue igual; lo antifrágil mejora.

El párrafo anterior es un resumen de Antifrágil: las cosas que se benefician con el desorden, el último libro de Nassim Taleb, el autor de El cisne negro, el libro emblemático de la crisis de 2008. Para los kirchneristas, Macri sería un buen ejemplo de cisne negro, también Néstor Kirchner fue un cisne negro, o el Brexit ahora: eventos raros, difíciles de calcular, que son responsables de la mayor parte de la historia de la humanidad.

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La sensibilidad es una respuesta grande ante estímulos pequeños; la robustez, una reducida ante estímulos grandes

En otra parte de su libro, Taleb reproduce esta definición: “La sensibilidad es la posibilidad de una respuesta grande a estímulos pequeños, y la robustez es la posibilidad de una respuesta reducida a estímulos grandes”. Uno expande y otro amortigua. Carrió sería el mejor ejemplo del liderazgo orientado a lo primero, y es difícil encontrar en nuestro país modelos de liderazgo orientado a lo segundo.

La Argentina en su conjunto tiene mayor predisposición a la sensibilidad que a la robustez y, más allá del “Macri zen” de la campaña electoral, la gran mayoría de los votantes de Cambiemos lo hizo más en contra del kirchnerismo que a favor de Macri.

Contrastación. La estrategia del PRO en la campaña no fue polemizar con el kirchnerismo, pero ya en el gobierno y en la medida en que no cosecha los resultados económicos esperados, su principal atributo de validación social es la contrastación con el kirchnerismo.

El crecimiento de la popularidad de Carrió está asociado a la falta de otros estímulos sociales que aglutinen a quienes votaron a Cambiemos que no sean el solo sacarse de encima los 12 años K y todo lo que ello significa. La corrupción es la kryptonita para los K, algo que el macrismo dudaba de utilizar cuando todavía estaba convencido de que lloverían dólares en el segundo semestre y se produciría un boom de crecimiento. Entonces deseaba mantener al kirchnerismo vivo para dividir al peronismo y no dejarle a Massa espacio vacante para expandirse.

Hoy el ajedrez político tiene otras urgencias: cruzar este segundo semestre se hace prioritario frente a las elecciones de 2017. La reciente derrota de Cambiemos en la elección del intendente de Río Cuarto, habiendo sido Córdoba la provincia donde mayor porcentaje de votos cosechó Macri, indica lo volátil que puede ser el electorado. En ese contexto, las arremetidas de Carrió ganan protagonismo. Es interesante cómo, tras el kirchnerismo, elige sus adversarios: principalmente el Papa y Lorenzetti, las dos personas con más poder institucional junto con Macri.

A quienes dudan sobre si los ataques de Carrió contra el Papa y Lorenzetti pudieran ser impulsados por Macri desde las sombras, vale contarles el sueño relatado por el propio Macri, donde Carrió era como una aleta de tiburón que se dirigía en dirección contraria a donde estaba en el agua el Presidente, hasta que de golpe pegaba la vuelta.

Hoy las denuncias sobre corrupción hacen mucho más blanco en el kirchnerismo que en el Gobierno, pero dentro de algún tiempo podría invertirse la dirección del encono social y, como la aleta del tiburón del sueño, volverse sobre sí, que es lo que intentará el kirchnerismo utilizando un remix de la teoría de los dos demonios aplicada a la corrupción.

En la economía actual, Carrió puede ser la mejor aliada del Gobierno, cargándose a todo el kirchnerismo con su potente voz, pero no faltará oportunidad de poner a prueba la capacidad de controlarse, como en el cuento del escorpión y la rana, cuando en su afán de picar no encuentre más adversarios a su altura en las antípodas de Cambiemos. Picar y ser son inseparables en ciertas naturalezas.

Carrió elige enemigos de su porte: el Papa, el presidente de la Corte, el principal candidato opositor (Massa)

Preocupa al macrismo la complementariedad que existe hoy entre Carrió y Clarín (otro antifrágil), porque en un futuro podrían ser dos aletas de tiburón, y no sólo una, las que se volvieran sobre él. No tiene por qué ser siempre de esa forma: en el primer lustro del kirchnerismo, Carrió no encontró en Clarín espacio para sus denuncias y, sin la mayor propaladora del país amplificando su voz, podría repetirse lo que ya le pasó: de ser la opositora más votada a la casi extinción.

Pero todo dependerá de que la economía funcione, porque si el humor social recupera la alegría (o sea, ya sin caos ni necesidad de antifrágiles) los discursos altisonantes sonarán extemporáneos en medio de un festejo, como ya sucedió con el kirchnerismo en sus momentos de gloria de los superávits gemelos. Hoy Carrió representa la bronca de gran parte de la sociedad que precisa descargar la frustración por el ajuste sin perder la esperanza en el futuro, asignándole todas las responsabilidades al pasado.

Cuando quede liquidado el kirchnerismo, si la economía aún no rebotó (hoy hay algunos niveles de consumo similares a los de la crisis de 2002), deberán encontrar otros enemigos externos para que ese ímpetu de Carrió no resulte antropofágico.

Parecería no existir ese problema para las elecciones de 2017, donde estarían alineados los intereses de Macri y Carrió: ganarle a Massa la votación para senador en la provincia de Buenos Aires. Pero siempre vale repetir la frase de Perón sobre que “el aliado táctico puede ser el enemigo estratégico”.