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La aparente normalidad albertista

Alberto Fernández
Alberto Fernández | Bloomberg

En apenas un mes, acaso el mayor mérito de la gestión de Alberto Fernández haya sido darle cierto tono más previsible y normal al país ante enormes acechanzas reales y ficcionales. La Argentina no implosionó y tampoco tomó la ruta hacia su conversión en Venezuela.

Es cierto que es poquísimo el tiempo transcurrido, sobre todo en relación con la inmediatez y la urgencia de las demandas. Y justamente la flamante administración encaró esa emergencia sin locuras, schock ni volantazos para alivio o preocupación de propios y extraños.

Así encaró Alberto F la lucha contra la pobreza y la creación de la tarjeta social (la idea más trabajada en tiempos preelectorales, se nota), el inicio de la renegociación de la deuda (pagando cada uno de los vencimientos reperfilados), la estabilización del dólar (frizando el tipo de cambio oficial y liberando el resto) y desarmando la bomba de las Leliq (con la ayuda de la gestión anterior), por citar algunas medidas.

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Con el típico pragmatismo que la sociedad argentina le permite casi en exclusividad al peronismo, AF congeló tarifas y servicios públicos e impuso nuevos impuestos (populismo) al mismo tiempo que suspendió la fórmula de aumentos jubilatorios (ajuste), lo que más allá de los bonos otorgados le permitiría al Estado un ahorro como mínimo de mil millones de dólares este año. No, no fue anunciado en la campaña electoral, si lo hubiera hecho Macri sería un escándalo y si hubiera sido reelecto también debería haberlo reformulado porque con este nivel inflacionario quebrarían las arcas públicas, de mantenerse la anterior actualización de haberes.

“Si ajustar es poner en orden las cuentas fiscales, pues estamos ajustando”, admitió el Presidente. El de ahora. Eso mismo debió interpretar el FMI, que días atrás, en boca de su director del hemisferio occidental, apoyó las medidas mencionadas, aunque aguarda un plan de mediano plazo. Quién no.

Como aquí no vendemos espejitos de colores, hay que decir que esta estabilización puede servir para que no estalle todo o empeore el incendio. Pero lejos está de constituir un modelo reactivador. Alberto y sus cerebros económicos (Todesca, Kulfas, Guzmán y Pesce) lo saben. Piden tiempo. No sobra.

Encima, además de los intereses que intentan armonizar para llevar adelante sus proyectos, enfrentan algunas trabas dentro del propio espacio oficialista. La decisión de YPF de aumentar sus combustibles, que debió cancelar por una orden presidencial no exenta de intrigas y operaciones subterráneas, es apenas uno de los ejemplos de que bajo la calma aparente fluyen ciertas tensiones. Por ahora, tan inocultables como contenidas.