Parte del problema económico de la Argentina es político. Nadie pudo cortar el nudo gordiano que sujeta nuestras vidas y nuestra economía. Hoy se llama grieta, pero ya tuvo otros nombres. El único que intentó cortarlo fue Alfonsín y fracasó. A la grieta él la llamaba “los dos demonios” y por enfrentarse simultáneamente con los ex represores y los ex terroristas terminó vapuleado. Los que lo sucedieron siguieron la recomendación de Sun Tzu: “Aquello que no puedes vencer, únete a él” y decidieron aprovechar la grieta para posicionarse en un borde de ella y desde allí asumir el papel de vanguardia de la cruzada anti. La misión del Fondo Monetario Internacional que viene a reunirse con la oposición en lugar de estar integrada por economistas debería estar formada por expertos en ciencias sociales. Así como Bill Clinton le gritó en campaña a George Bush padre: “Es la economía, estúpido” deberíamos gritarnos a nosotros mismos: “Es la grieta, estúpidos”.
Nuestro periodismo es síntoma de esa grieta (que bien desarrolla Gustavo González en su columna de hoy) cuando debería combatir la causa del síntoma ayudando a ser parte de la solución. El diario Washington Post realizó un hermoso aviso de un minuto y medio que se difundió en el momento de mayor audiencia en Estados Unidos durante el Super Bowl titulado “La democracia muere en la oscuridad” (ver aquí). En Brasil ante una amenaza similar de falta de respeto de Trump por la división de poderes, Folha de São Paulo respondió al eslogan de Bolsonaro: “Brasil acima de todo”, incorporando como propio del diario el eslogan: “Constituição acima de todos”. En Argentina, desde el fin de la dictadura nuestra democracia –más allá de sus múltiples imperfecciones– se viene demostrando razonablemente sólida porque hubo alternancia de partidos en el gobierno. A pesar de sus intentos, el kirchnerismo no pudo socavar definitivamente la división de poderes ni destruir al periodismo profesional y hasta salimos respetando las instituciones de las crisis del acortamiento del período de Alfonsín y de la renuncia de De la Rúa. Lo que aquí muere es el futuro de la Argentina con la grieta, y muere por la repetición del pasado. Si no rompemos esa fuente de retroalimentación de los opuestos seguiremos dando vuelta en círculos con pequeñas diferencias.
El aviso del Washington Post termina diciendo: “El conocimiento nos empodera, el conocimiento nos ayuda a decidir, el conocimiento nos mantiene libres”, reproduciendo conceptualmente el eslogan desde hace veinte años de la revista Noticias: “Entender cambia la vida”. Entender que la grieta es nuestro mayor problema y que pagamos el precio de ese odio con estancamiento económico cambiaría la Argentina. Esta semana los movimientos sociales hicieron del centro de la Ciudad de Buenos Aires un caos dividiéndola no solo geográficamente sino entre ellos y sus adherentes y quienes se quejaban de los piqueteros. Si esa energía crítica la aplicáramos a reclamarles a los políticos éxito y menos justificación de sus impotencias por culpa de su adversario, y lo expresáramos donde corresponde: en las urnas, nuestra política daría un salto de calidad y el voto castigo no sería votar al opositor más acérrimo de quien se quiere castigar sino una alternativa superadora.
Clinton le gritó a Bush: "Es la economía, estúpido". Deberíamos gritarnos en Argentina: "Es la grieta, estúpidos".
En el combate a nuestro atraso es importante entender la grieta para que el conocimiento nos libere de ella. Freud lo explicó a la perfección en El tabú de la virginidad y luego en Psicología de las masas y el análisis del Yo. Escribió: “Nada fomenta tanto los sentimientos de extrañeza y hostilidad entre las personas como las diferencias menores. Me tienta abundar en esta idea, pues quizás de ese narcisismo de las diferencias menores podría proceder la hostilidad que en todas las relaciones humanas luchan contra los sentimientos fraternales. En los grupos íntimos: amistad, matrimonio, relaciones de los padres con los hijos, la desconfianza y los sentimientos hostiles compiten con los afectos”.
En el libro El honor del guerrero, Michael Ignatieff escribió sobre la relación paradójica entre agresión y narcisismo: “La expresión de las diferencias se hace agresiva precisamente para disimular que son menores. Cuanto menos esenciales resultan las diferencias entre dos grupos, más se empeñan ambos en presentarlas como un hecho absoluto”. Y “la agresión que mantiene la unidad del grupo no se dirige únicamente hacia afuera sino también hacia adentro con el objeto de eliminar todo aquello que separe del grupo al individuo”.
Ignatieff es doctor en Historia por la Universidad de Harvard y trató de comprender cómo en la Guerra de los Balcanes se mataban vecinos que habían convivido casa por medio toda su vida durante la separación de Yugoslavia, o las masacres intertribales en Ruanda y Burundi, o las guerras civiles de la tardía Guerra Fría entre hermanos en Angola y Afganistán.
“Los pueblos cercanos –escribió– son los rivales que más se envidian; no existe un pequeño cantón que no mire a su vecino con desconfianza. Los alemanes del Sur no soportan a los del Norte, los ingleses achacan todos los defectos a los escoceses, y los españoles desprecian a los portugueses. Cuanto menores parecen las diferencias al observador externo, mayor puede resultar su importancia para la definición de los que están adentro”.
Como bien lo explicaba Freud, el carácter antagónico se vincula con el narcisismo. El entendió la enorme dosis de ansiedad que acompaña al proceso de diferenciación y la sobreactuación de diferencias menores para reforzar la identidad. Por miedo a que se fragilice al percibir que realmente las diferencias no son mayores que las características que se comparten. La sobrevaloración de lo propio y la subvaluación de lo ajeno es un mecanismo de defensa ante una falsa integridad del Yo que depende de la intolerancia para seguir existiendo. Para Freud el nacionalismo y dentro de una nación el sectarismo u orgullo de grupo es la dimensión ególatra de su proyección narcisista que solo contempla al otro para confirmar su diferencia.
Los nudos goirdianos precisan soluciones fuera de sus propias disyuntivas. Una muestra es Argentina.
Peronistas y antiperonistas, kirchneristas y antikirchneristas, militares y guerrilleros en el fondo tienen parecidos que precisan ser enterrados para construir una identidad que si se pudiera reformular sobre otras bases permitiría ver que lo que horroriza del otro es nuestro propio parecido con él y que nos detiene en otra de las tantas estafas categoriales de que se vale el discurso manipulador para agrandar lo pequeño y empequeñecer lo grande.
Un ejemplo de esa contradicción en la Argentina lo tuvimos en el ciclo menemista con los ex montoneros convertidos en grandes empresarios con, quizás, el ejemplo más paradigmático por su perdurable influencia de Mario Montoto, tapa de la revista Noticias de esta semana a partir de su protagonismo en las denuncias cruzadas de Verbitsky y Stornelli, que de ser guerrillero pasó a ser el mayor vendedor de servicios de seguridad de la Argentina. O, en otra escala, su amiga Patricia Bullrich, la dura de Cambiemos al frente del Ministerio de Seguridad, que fue montonera en su juventud. Entre los más duros en la represión democrática se encuentran los que la combatieron con las armas, lo que la sabiduría popular explica como la furia del converso.
Nada nuevo bajo el sol; ya la Biblia en el Génesis da cuenta de la transformación de hermanos en enemigos porque la historia de la humanidad comienza con el asesinato de un hermano y no de un desconocido. Luego Dios castiga al asesino Caín desterrándolo del Edén y en el mundo real él y sus descendientes construirán los pueblos y las naciones que al tener su origen fundante en un asesino estarán condenadas a repetir la espiral de la lógica revanchista: Si Caín será vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete. Ese mundo y sus naciones es el que Dios considera insalvable y lo inunda para comenzar de nuevo.
Si Alfonsín no pudo encarcelando a los dos demonios porque los dos demonios nos habitan a todos dentro nuestro, la solución pasaría por reconocer nuestras similitudes y alinear los intereses. Eso sería cortar el nudo gordiano para que Argentina despegue de una vez.
Un dato alentador es que la imagen más de centro de Vidal y Rodríguez Larreta sea mejor que la Macri y en la oposición, la de Lavagna mejor que la de Cristina Kirchner, sin olvidar que imagen no es voto en este último caso. Quizás la Argentina comience a comprender que la grieta es el nudo que usa la mala política para mantener a los argentinos atados a lealtades que solo usufructúan quienes gobiernan mal.